XXVII. Sangre en la lluvia

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Atravesamos las calles de Lia a toda velocidad bajo la intensa lluvia, están abarrotadas de gente con paraguas, haciendo que correr sea una tarea mucho más difícil de lo normal. Los espías nos alcanzan, empujando a los transeúntes para abrirse camino.

Un disparo pasa a pocos centímetros de mi oreja. El Capitán aprieta mi mano y con la que tiene libre tira las cajas de naranjas que hay en uno de los puestos que nos rodean. El vendedor comienza a gritarnos pero el oficial no se detiene.

― ¡Lo siento! ―se disculpa mientras corre tan rápido como puede.

Se para en seco repentinamente, me agarra de la cintura con ambas manos y me ayuda a subir a un balcón. Cuando estoy arriba le tiendo mi mano para ayudarle a trepar. Una de las columnas de piedra del balcón es rozada por una bala, los espías están justo debajo y conocen nuestra posición.

― ¿Qué está haciendo, Capitán? ―pregunto sorprendida cuando le veo intentando abrir una de las ventanas de la casa.

―Si vamos por la calle van a acabar capturándonos ―El oficial rompe el cristal de un codazo y abre la ventana desde dentro ―. Seremos más rápidos si nos movemos por los tejados.

Se retira y me deja pasar primero. Entramos a una casa que parece vacía, localizamos las escaleras y subimos a la azotea. Delante de mí hay un despliegue de casas adosadas, el Capitán tiene razón, iremos más rápido por aquí.

Seguimos avanzando en las alturas hasta que encontramos una azotea con un pequeño muro donde escondernos.

Esperamos unos minutos sentados en el suelo bajo la lluvia, recuperando el aire.

― Creo que les hemos despistado ―le digo al Capitán.

Un disparo justo a mi lado me confirma lo peor.

―Te equivocas, guapa ―nos habla una voz masculina ―. Salid de ahí, ya.

No nos queda otra opción que obedecer. Nos levantamos tranquilos, con las manos en alto.

―Eso es. Deje el arma en el suelo, Capitán Heller ―ordena el otro espía de pelo rubio.

El oficial maldice en voz baja y se agacha para dejar su pistola en el suelo, pero justo cuando está a punto de rozar la superficie levanta su arma y tirotea a las manos de los espías, sólo uno de ellos tiene tiempo de disparar una única vez antes de perder sus manos, pero el Capitán esquiva la bala sin despeinarse. Los hombres dejan caer sus armas y comienzan a gritar de dolor. Acaba de destrozarles las manos. Ambos comienzan a perder mucha cantidad de sangre. Él se acerca lentamente, sin bajar su pistola y patea las que ellos han tirado al suelo lejos de su alcance.

―De rodillas ―ordena el Capitán, los espías obedecen entre sollozos y lamentos ―. Os voy a ser sincero: vosotros sois unas simples motas de polvo en este mundo, mataros no traerá grandes consecuencias. Apuesto a que nadie os echará de menos.

―Capitán, yo- ―El espía rubio es interrumpido por un rodillazo en la boca que le deja sangrando.

―Nadie te ha dado permiso para que hables ―Detiene su mirada en el otro espía, que está temblando y llorando sin parar ―. ¿No sabíais el riesgo al que os enfrentabais al venir contra mí? Necios.

El Capitán observa a los hombres con una mirada sombría, sin mucha más expresión en su rostro que el odio puro que reflejan sus ojos. Chasquea la lengua.

―Me molestáis ―se queja, volviendo a levantar la pistola y apuntando a la cabeza de uno de ellos.

Me hago consciente de que se han invertido los papeles, ahora me toca a mí romper su círculo de ira, tengo que evitar que haga algo de lo que se va a arrepentir. Me acerco con rapidez antes de que apriete el gatillo y le abrazo por la espalda. Sólo se oyen las gotas de lluvia al romperse contra el suelo y los llantos desesperados de esos dos espías.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora