XXXVI. Sinceridad

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Atravesamos un camino pedregoso, hemos llegado a la casa. Está rodeada por una valla de madera descolorida y rota. Tiene un patio cuyo suelo está cubierto por hierbas secas y piedras. Los rastros de lo que fue una viña protegen la entrada a la casa de la lluvia. La pintura blanca de la fachada se está cayendo a trozos.

El Capitán saca las llaves y abre la puerta, que produce un agudo chirrido al deslizarse hacia dentro. No puedo ver nada, pero oigo el llavero del oficial moviéndose mientras busca un interruptor. Para facilitar la tarea, enciendo una llama en mi mano.

Por dentro, las paredes están desconchándose y están manchadas de humedad. Han crecido hierbas entre las grietas del suelo de madera.

Veo al Capitán accionando el interruptor, pero no parece funcionar. Resopla antes de mirarme y sonreír.

―Menos mal que estás tú.

―Se equivoca si piensa que voy a hacer de lámpara ―le digo mientras miro a mi alrededor.

Atravieso uno de los arcos, este da a lo que parece ser el salón. Los muebles están cubiertos por sábanas. Las retiro con la mano que me queda libre, levantando grandes cantidades de polvo que me hacen estornudar. En uno de los estornudos apago, sin querer, la llama. Estoy empezando a frustrarme. Oigo los pasos del Capitán acercándose, la madera del suelo cruje bajo sus pies.

―He encontrado esta vela ―me informa cuando ha atravesado el arco.

Vuelvo a encender la llama y veo que sostiene una vela medio usada, será mejor que nada. La coloca sobre una mesa de café que hay en el centro del salón y la enciendo.

―Deberíamos buscar más ―sugiero, esta casi no ilumina la sala.

―Buena idea, yo me encargaré de la segunda planta, te dejo esta a ti.

Él abandona el salón, puedo oírle subiendo las escaleras a paso ligero. Continúo quitando sábanas, esta vez con más cuidado. En esta sala hay dos sofás, muebles enormes y viejos, cuadros... pero ninguna vela. Antes de salir, me percato de que hay una foto polvorienta colgada de la pared. Son dos hombres jóvenes, sonrientes, altos y delgados. Uno de ellos se parece muchísimo al Capitán, ¿será su padre? Apoyo las manos en el mueble que tengo enfrente para acercarme más. Es como verle a él en una foto antigua y completamente despeinado. Una sonrisa se dibuja en mi rostro, pero vuelvo a la tierra rápidamente. Tengo que buscar velas, no cotillear fotos.

Cruzo la entrada y llego a la cocina. Es enorme, con suelo de baldosas azules y blancas. Algunas están rotas. No veo nada, así que vuelvo a hacer aparecer una pequeña llama. En esta cocina hay de todo, menos comida y, según lo que puedo comprobar a medida que abro las pequeñas puertas de los muebles, velas.

Un toquecito en el hombro hace que me sobresalte.

―No te asustes ―me dice el Capitán entre risas ―. He encontrado dos velas más.

Las exhibe para que pueda verlas. Al menos estas parece que no han sido utilizadas. Le sigo hasta el salón, donde las enciende usando la primera. Las coloca sobre la mesa, ahora se ve mucho mejor.

Se deja caer sobre uno de los sofás estampados a cuadros y suspira, echando su cabeza hacia atrás.

―¿De verdad estaremos a salvo aquí? ―pregunto, cruzándome de brazos.

―Es imposible que nos encuentren a no ser que sepan dónde estamos, y sólo mi tío lo sabe. Estamos seguros ―Abre los ojos y me mira ―. Estás en tu casa, siéntate o haz lo que quieras.

No sé si de verdad puedo hacer lo que realmente quiero. Me quedo de pie, sin responder, con el brazo apoyado sobre uno de los sillones. Él se levanta y se acerca a mí. No puedo dejar de pensar en qué habría pasado si esa puñalada le hubiese atravesado un pulmón o el corazón. Sujeta la mano que descansa sobre el sillón y me lleva hasta donde está él.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora