XLIV. Fuego

49 9 34
                                    

Sus ojos marrones no tienen luz, de ellos comienza a brotar el mismo líquido negro que corre por los tubos. Me acerco a Gabriele y, con uno de los cuchillos que me dio Jax, corto sus ataduras de plástico. Su cuerpo cae sobre el mío, pero logro sujetarla en mi hombro. Debo tener cuidado, está tan congelada que un movimiento brusco podría romperla.

―Por fav-vor... Mátame ―continúa rogando.

La acuesto atentamente sobre una de las camillas. Me percato de que le falta piel en la cara. No para de llorar lágrimas negras, el líquido también empieza a salirle por la nariz.

Sujeto su muñeca, no noto pulso. Su cuerpo está muerto, pero ella no. Debo hacer algo.

Coloco una de mis manos sobre su vientre, intentaré que su sangre vuelva a fluir y, su corazón a latir.

―No q-quiero vivir más ―solloza.

―Tranquila, estarás bien.

La luz que emana de mí cura al cuerpo de Gabriele en unos minutos, devolviéndole un color sano a su piel y haciendo que su corazón lata. No he podido devolverle su mano ni su pierna, pero sobrevivirá sin dolores ni molestias hasta que pueda encargarme de ella. Retiro mi mano y resguardo su cuerpo desnudo con mi capa. Ella se gira hacia la derecha, vomitando el líquido negro sin parar.

Una vez parece haber acabado, paso su brazo por mi hombro y la saco de allí. La dejo sentada en una esquina, lejos de los laboratorios.

―Aquí estarás a salvo ―Le ajusto bien la capa ―, no te muevas de aquí, volveré a por ti en cuanto pueda.

No me mira, sus labios tiemblan. Me levanto y corro hacia los laboratorios, espero que ya no haya más distracciones.

Una vez delante de las tres puertas, cierro los ojos y me concentro tanto como puedo. Mi plan es sobrecalentar los circuitos de la luz y dejar que mis llamas hagan el resto. Alzo mi mano y, con este simple gesto, las tres habitaciones explotan.

Recorro el largo pasillo, intentando averiguar por qué el General querría tener a su hija en ese estado.

Oigo unos pasos detrás de mí, pero, cuando me giro, no veo a nadie. Las luces parpadean, imagino que la explosión tendrá algo que ver.

Puedo ver por los ventanales que fuera ha empezado a llover, algo se retuerce en mi interior al comprobarlo. Están habiendo muchas distracciones, pero, por lo demás, todo está yendo bien, al menos por mi parte. No puedo creer que ahora la lluvia vaya a estropeármelo todo.

Continúo caminando, oigo los pasos de nuevo, pero, una vez más, no hay nadie detrás de mí.

Atravieso la enorme puerta que da al exterior, por suerte, no parece que esté lloviendo con mucha intensidad, quizás no me veré tan afectada como pensaba.

―Lilith ―me llama una voz suave.

No hay nadie cuando me volteo, ¿qué demonios está pasando? ¿Estoy teniendo alucinaciones?

Vuelvo a girarme y, de sopetón, me encuentro a una mujer que está de pie a unos cinco metros de mí.

No puedo creer lo que ven mis ojos, es seguro, debo estar alucinando. Ella camina hacia mí, su largo pelo negro contrasta con su vestido de un impecable blanco. Las lágrimas caen de mis ojos, sin poder controlarlo.

― ¿M-mamá? ―pregunto, cuando la tengo a un metro de mí.

―Cariño, tenía tantas ganas de volver a verte ―asegura con una sonrisa, alargando su brazo para acariciarme la cara.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Where stories live. Discover now