XXII. Ajedrez

54 10 25
                                    

Ahora mismo me dirijo a Lia en un coche. Dejé al Capitán en su despacho hace unas horas y no me fui sin recibir una advertencia:

«Si no estás de vuelta antes de las diez pienso ir allí y matarlos a todos».

Aprieto los ojos y niego con mi cabeza. La fiebre le hace delirar más de lo normal.

El paisaje otoñal es aún más bonito que la última vez, empieza a anochecer y la luz dorada del sol se cuela entre las hojas rojas de los frondosos árboles. Los arcenes de la carretera están cubiertos de las que han sido vencidas por el otoño.

Cuando cruzamos la entrada de Lia me quedo fascinada por la vida que hay en sus calles a estas horas, fantaseo con pasear a través del mercado que han puesto en la plaza y con probar las comidas de aromas deliciosos que se cuelan por la ventanilla del coche. Pasamos por una calle desconocida, no hay nadie y las luces de las farolas son tenues. En la oscuridad resalta la luz de un escaparate, leo el cartel a duras penas: "Librería Icaham". Creo haber visto ese nombre antes en alguna parte... Ah, sí, en la nota que encontré en el suelo del cuartel esta mañana. Quizás debería visitarla alguna vez.



Según el conductor ya hemos dejado atrás la ciudad y estamos a punto de llegar a casa del General de División. El camino es pedregoso y parece abandonado, pero cambio de opinión al instante en cuanto veo una elegante valla hecha de piedra que lleva hasta un enorme portón de hierro que deja entrever un ápice de lo que debe ser la mansión del General.

Dos hombres abren la puerta de par en par y nos dejan pasar. El camino de piedra se transforma en asfalto rodeado de setos podados al detalle y flores preciosas. El manto de césped parece fundirse con el horizonte y los sauces que hay a cada lado son el preludio perfecto para las vistas de aquella majestuosa mansión.

Las luces se cuelan entre las largas ramas caídas de los sauces y nos revelan un edificio blanco, decorado por columnas de mármol y unas escaleras del mismo material que llevan a la entrada principal.

El coche se para justo al rodear la fuente que hay ante las escaleras y alguien abre mi puerta.

― Bienvenida, señorita Arden ―saluda un extraño trajeado ―. Acompáñeme, por favor.

Me ofrece su mano para salir del coche, pero no la tomo.

Camino detrás del hombre, debe tener unos cuarenta años. Camina recto y seguro hacia las escaleras de la entrada. Cuando cruzamos el umbral de la puerta me dice:

― El señor la espera, la acompañaré hasta la sala.

La mansión sigue igual que la recordaba: ostentosa. Suelos de mármol con detalles de oro, escaleras anchas, cuadros caros, techos altos de los que cuelgan candelabros, decoración excesiva por todas partes... Es demasiado para mis ojos.

Subimos las escaleras y giramos a la izquierda. El hombre gira el pomo de cristal y oro de una de las robustas puertas.

Cuando la puerta se abre me doy cuenta de que ya he estado en esta sala antes. Es la misma en la que nos reunimos hace seis años. El suelo está cubierto por alfombras de aspecto lujoso, allá donde miro hay una alta estantería repleta de libros y, en el centro, dos sofás rojos separados por una larga mesita de café. Por encima de esa mesa cuelga una araña de luces majestuosa. Esta habitación huele a lujo y dinero. Mi vista se tiene que acostumbrar a una luz un poco más tenue.

El General de División ya está sentado en uno de los sofás, pero se levanta al percatarse de mi presencia.

― ¡Bienvenida, Lilith! ―Me recibe con los brazos abiertos mientras camino hacia él.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Where stories live. Discover now