XXIX. Máscaras y ángeles

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Ha sido difícil convencer al Capitán de que me deje conducir su coche, no me imaginaba que su repertorio de quejas pudiese ser tan variado. Decirle que no quiero tener un accidente por culpa del alcohol ha sido el argumento que me ha conseguido la victoria.

Sé que no le gusta ser el acompañante, lo veo en la cara de fastidio que lleva y en cómo me mira de reojo de rato en rato.

Ha empezado a llover de nuevo, las gotas de agua se rompen con fuerza contra el parabrisas. Los árboles se mueven de un lado a otro, agitados por el viento.

Mi interior se encuentra en sintonía con este tiempo, intranquilo y nuboso. No dejo de pensar en Gabriele, en esos pobres niños y en las ganas que tengo de acabar con todo lo que está sucediendo.

Me pregunto si dejamos algún rastro cuando abandonamos el asentamiento rebelde y por eso los han encontrado con tanta facilidad. Zariah no ha dado muchos detalles en su nota, espero que los demás se encuentren sanos y salvos.

Y Gabriele... ¿qué relación guarda ella con el plan? Siento como si tuviese la respuesta justo delante de mis ojos, pero no puedo verla.

― ¿Te pasa algo? ―La voz del Capitán me saca de mi embelesamiento ―. Vas a acabar arrancando el volante como sigas agarrándote a él así de fuerte.

Tiene razón, estoy bastante tensa. ―Lo siento ―me disculpo, aflojando el agarre.

No pronunciamos ni una sola palabra más durante el resto del trayecto. Ambos estamos ensimismados en nuestros pensamientos. Estas últimas semanas han sido, cuanto menos, frenéticas... Nuestro mundo ha cambiado en poco tiempo. Él ya no es simplemente el superior que me entrena y dirige en batalla, yo ya no soy una soldado que sigue órdenes sin más. Ahora trabajamos para hacer justicia y, francamente, en el tiempo que pasamos juntos aprendo mucho más que dentro del ejército.

En las grandes ciudades como Lia, la vida no se ha visto comprometida en ninguna de sus facetas. Sin embargo, los pueblos y aldeas siempre se han llevado la peor parte. Todo para que un loco con demasiado poder en sus manos pueda llevar a cabo unos despiadados experimentos. Sus ciudadanos son para él meros conejillos de indias.



La base sigue estando vacía cuando llegamos.

―Voy a hacer esa llamada, vendré a buscarte a tu cuartel en cuanto sepa algo sobre la dichosa fiesta.

Tras decirme esto, se gira antes de que pueda contestar y desaparece bajo la lluvia. Camino sin prisa hacia el cuartel, que me espera completamente desierto. Incluso el tiempo parece estar afectado por el mal que esparce el gobierno de este país, no suele llover tan seguido en otoño.

Chasqueo mis dedos para secarme justo tras haber entrado en el edificio, puede que esté sola aquí pero no puedo ir dejando charcos de agua por todas partes.



Meto mi cabeza bajo la ducha, mis músculos agradecen el calor del agua. Me tapo los ojos con las palmas de las manos, ha sido un día duro.

Al poner el pie fuera de la ducha, paseo mi vista por el baño... Mierda, he olvidado coger ropa limpia. Envuelvo mi cuerpo con una toalla y bajo las escaleras con rapidez. Justo cuando he llegado a la planta baja, alguien golpea gentilmente la puerta. Los nervios hacen que actúe sin pensar y abro la puerta para encontrarme al Capitán, que parpadea incrédulo cuando me ve. De nuevo, no pienso cuando le doy con la puerta en las narices y salgo corriendo a la habitación. Me pongo el primer jersey que encuentro y vuelvo a dirigirme hacia la puerta poniéndome los pantalones como puedo, abrocho el botón y abro la puerta.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora