XXXV. Orgullo

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Mis piernas tiemblan inquietas. Dejo salir una exhalación mientras rodeo el borde del vaso de agua con mi dedo.

―Seguro que está bien ―me consuela Fred.

―No dejo de pensar en que debería ir a buscarle ―digo, sin levantar la vista del vaso.

―Conozco a mi sobrino, los verbos rendirse y perder no están en su vocabulario ―comenta a la vez que seca una jarra de cristal con un trapo ―. Además, él te dijo que le esperases aquí, ¿verdad?

Asiento insegura. Miro el reloj que hay colgado de la pared, la una en punto... Esperaré un rato más y, si no aparece, iré a la Delegación.

―Cuando era pequeño era muy revoltoso, siempre estaba tramando algo ―El hombre de pelo blanco se ríe ―, buscaba las formas más enrevesadas para salirse con la suya sin que nadie pudiese pararle o darse cuenta de sus ideas.

Se me escapa una sonrisa. ―Por lo que veo, no ha cambiado mucho.

―Pasó muchos años intentando sobrevivir solo, tener una infancia así marcaría la vida de cualquiera.

―No suele hablar mucho de su pasado, en gran escala, sólo sé que no tiene buenos recuerdos de sus padres.

El señor suspira. ―Mi hermano y su mujer fueron lo peor que le ha pasado a mi sobrino. El primero era un borracho que maltrataba al pobre crío, pero Caleb nunca se rindió con él, siempre intentaba atraer su atención, aunque fuese rechazado constantemente. Se fue cuando él tenía sólo seis años. Lyssa, su mujer, se volvió loca, veía a mi hermano en su hijo y le cogió odio, sólo le hacía caso cuando la hacía enfurecer sin razón... Le servía de excusa para maltratarlo. Nos impidió, a mi madre y a mí, verle. En el segundo aniversario de la desaparición de mi hermano, Caleb, que tenía ocho años en aquel momento, se la encontró tirada en un charco de su propia sangre, muerta, se había clavado un cristal en el cuello.

Me llevo una mano a la boca. Recuerdo el día en el que me dijo que sus padres eran unos monstruos, ahora entiendo por qué piensa así. No puedo ni empezar a imaginar qué se debe sentir cuando, las personas que se supone tienen que cuidarte y protegerte, te traicionan de esa manera.

―Durante mucho tiempo tuvo que buscarse la vida a pesar de tener padres, por eso cuando quiere algo está dispuesto a hacer lo que sea necesario para conseguirlo... Y siempre lo consigue. No entiende el concepto de rendirse porque, si alguna vez lo hubiese hecho, probablemente estaría muerto desde hace años ―Se limpia una lágrima con la manga de su camisa ―. Su abuela estaría muy orgullosa de saber que sigue luchando, yo lo estoy.

Me conmuevo al verle y oírle. Se ve a kilómetros el amor que siente por su sobrino, tiene sentido, al final ha sido él quien ha hecho el papel de padre.

―La fortaleza le viene de familia, por lo que veo. Ustedes le criaron y no ha debido ser una tarea fácil. Sé que él siempre los tiene a ambos en sus recuerdos.

El hombre rechoncho me sonríe y me vierte un poco más de agua en el vaso.

Fred y yo continuamos hablando durante un rato, le hablo sobre mi familia y él me cuenta anécdotas sobre el corto tiempo que pasó en el ejército. A pesar de la agradable conversación, sigo sintiéndome inquieta. Sé que el Capitán es capaz de vencer sin ayudar, pero, ¿y si la necesita?

La una y treinta y cinco. Justo cuando estoy levantándome para irme en busca del Capitán, se oye la campanita de la entrada. Ha llegado alguien.

―Bienvenido... ―El saludo del dueño del bar queda suspendido en el aire, su cara empalidece.

A estas alturas, detrás de mí puede haber cualquier cosa, pero cuando me giro me encuentro a una de las que más podrían dolerme.

El Capitán está sosteniendo la puerta con una mano, encorvado y empapado. La otra mano en la parte izquierda de su abdomen, que no deja de sangrar. Da un paso hacia delante y la puerta se cierra tras él.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora