XI. Sangre sucia

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Sorprendentemente, no parece que recorramos mucha distancia en el camión cuando acaba parándose.

― ¡Abajo! ― nos manda el enorme tipo de antes.

Neela y Finn se levantan sin pensarlo, aún siguen en shock. Yo me pongo de pie pero no salgo.

― ¿A qué esperas? ― pregunta impaciente el rebelde.

― Quiero que lleves al Capitán en tu hombro, no arrastrando por el suelo. ― expreso, mirándole directamente a los ojos.

El hombre pone los ojos en blanco y se lleva una mano a la cara.

― Eres un puto coñazo, niña. ― insulta antes de entrar al camión y cargar al Capitán en su hombro. ― ¿Contenta? Sal de una vez.

Le hago caso a regañadientes, al menos he conseguido que el cuerpo del Capitán no sufra más daños mientras está inconsciente. Cuando bajo del camión me encuentro con una pequeña casita en medio de la nada. Los otros dos rebeldes que iban en el camión nos empujan y nos conducen a la casa a punta de pistola. El grandullón toca suavemente la pequeña puerta, que se abre con un chirrido a los pocos minutos.

― ¡Yao! No os esperaba tan pronto. ― exclama una mujer.

Lo primero que veo salir de la puerta es un bastón, lo segundo, la mujer que lo sujeta. Es una anciana muy bajita, de piel morena tan arrugada que casi tapa sus oscuros ojos rasgados, su pelo está recogido en dos largas trenzas canosas y lleva un vestido holgado y largo. Nos mira y nos dedica una sonrisa. No entiendo nada de lo que está sucediendo.

― Pasad, pasad. ― nos invita apartándose de la puerta y agitando suavemente el bastón.

La casa es realmente pequeña, casi no cabemos todos, el techo es bajo y toda la superficie está atestada, hay figuritas, telas, cuadros y decoración muy colorida por todas partes.

― ¿Queréis un té? ― pregunta la anciana.

― No, abuela Wenji, estamos de misión, ¿es que no te acuerdas? ― le responde uno de los rebeldes señalándonos.

― Eh, no le hables así, Teoki.― regaña el grandullón, dándole una colleja ― Tenemos que pasar al refugio ahora, abuela.

Miro a mis compañeros y, por primera vez, veo que sus impresiones se corresponden con las mías, estamos totalmente confundidos.

La señora asiente, luego, agita los brazos haciendo que nos echemos hacia atrás, se agacha con dificultad y aparta una de las enormes alfombras coloridas que decoran la casa, seguidamente tira de una anilla de metal que está en el suelo y abre una puerta secreta. El rebelde que lleva al Capitán en su hombro pasa primero, agradeciendo a la anciana, nosotros le seguimos y, finalmente, entran detrás nuestra los otros dos rebeldes. Bajamos unas estrechas escaleras de piedra, casi no se ve nada. El trayecto es largo, las escaleras parecen no terminar jamás. Oigo el llanto de Neela detrás de mí y me cuesta contener mis emociones.

― Sois unas bestias salvajes, os haré pagar por todo el daño que habéis causado. ― espeto, el rencor se puede oír en mi voz.

Los tres rebeldes me responden riéndose a carcajadas, lo cual sólo consigue aumentar mi rabia, me muerdo el labio y bajo la cabeza, odio sentir que estoy a merced de otros.

Una pequeña fuente de luz al final de las escaleras hace que levante la cabeza, parece que estamos llegando, poco a poco la luz aumenta su intensidad, provocándome una ceguera momentánea. Mis ojos se ajustan rápidamente a la claridad, desvelando una imagen sorprendente: estamos en el exterior. Parpadeo varias veces, confusa, y miro atrás, parece que la casa de la anciana está sobre un monte y hemos cruzado su interior a través de las escaleras. Vuelvo a dirigir mi mirada al frente y veo lo que parece ser una pequeña aldea rodeada de árboles delante de nosotros, no tiene casas, sólo chozas de madera, cuerdas con ropa colgando de ellas, hogueras apagadas, pequeños huertos, corrales llenos de paja, pienso y gallinas...

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Where stories live. Discover now