III. Déjame volar

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Atravieso las puertas del cuartel número uno en silencio, la curiosidad que tengo por leer la nota es anormal en mí, seguramente sólo es una tontería, me digo que no tiene sentido pero la noto arder en mi bolsillo, como si anticipase algo terrible.

Existen cuatro cuarteles en total, donde los soldados hacemos vida, dormimos en comuna, compartimos baño, la privacidad no existe en el ejército, aunque prefiero esto que la habitación en la que me encerraron durante unos meses al llegar aquí, "es para prevenir, por seguridad" me dijeron los guardias en aquel momento. No es que guarde rencor, en realidad entiendo que tener a una cría con poderes fuera de control correteando por ahí no es lo más seguro.

Yo duermo en la planta baja, junto con otras treinta chicas. Al menos cuando volvemos de una batalla están todos tan cansados que no tengo que oírles a las tantas de la noche cuchicheando o gastando bromas. Mi cama está apartada de las demás, me la encontré así hace unos años tras volver de un entrenamiento, supongo que no me quieren cerca aunque, al ser un sentimiento mutuo, he decidido dejarla tal y como la colocaron: lejos. Me siento en la cama, mis manos reposando sobre mis rodillas y suspiro, normalmente tras una batalla suelo sentirme vacía, pero en esta ocasión mi alma llora.

Saco la nota de mi bolsillo e intento colocarme de forma que la luz de las farolas que hay fuera del edificio y entra por la ventana me ayude a ver. Levanto la nota, la acerco a la ventana, la sujeto justo delante de mis ojos... Nada. No había ni una sola letra en ese trozo de papel. Confusa, hago que una pequeña llama se encienda en mis dedos para poder ver con más claridad, perpleja, observo cómo, lentamente, empiezan a aparecer letras.

- C,O, N... –deletreo entre susurros a medida que las letras aparecen en el papel.

Antes de que pueda terminar, suena una alarma estridente. Todas mis compañeras despiertan alertadas e instintivamente apago la llama y guardo la nota en mi bolsillo. Rápidamente todas nos dirigimos a la plaza central, donde debemos ir cada vez que suena la alarma de emergencia. Mi intuición está gritando, esta alarma sólo ha sonado cuando hemos hecho algún simulacro, no tiene sentido hacer uno justo después de volver de una batalla, miro a mí alrededor, examino a todo y a todos, mi corazón se va a salir de mi pecho. Algo no va bien, nunca hemos tenido un altercado de ningún tipo en la base.

En menos de cinco minutos estamos todos los soldados reunidos y en formación en la plaza, como nos han enseñado a hacer en caso de emergencia. Esperando órdenes. El silencio humano reina mientras la alarma no para de sonar, taladrando mi cabeza. Continúo examinando el ambiente, todo cuanto me rodea, algo no cuadra. Estamos solos. No hay ningún alto cargo a la vista, nadie dando explicaciones ni órdenes... Y, hasta donde llega mi visión, no hay rastro de Skylar.

De repente, mi corazón se para, oigo algo más allá del sonido de la alarma, algo que se acerca a gran velocidad, el viento cambia y se vuelve intenso, todos siguen en formación pero la tensión se palpa, ellos también saben que algo no va bien. Miro en todas direcciones, esperando encontrar alguna respuesta.

Entonces, un disparo destroza la cabeza de un compañero situado a unos treinta metros de mí.

Silencio, la alarma ha dejado de sonar, las farolas se han apagado, estamos totalmente a oscuras. Durante una milésima de segundo todos estamos paralizados por la escena que acabamos de presenciar. Tras una batalla las armas son entregadas para comprobar su estado, reparar o tirar. Estamos indefensos ante un ataque.

Sucede lo esperado, ese disparo era un aviso, lo peor acaba de comenzar: estamos siendo atacados desde todos los flancos. Los soldados pierden la calma, saben que sin armas con las que defenderse van a morir, empiezan a correr en todas las direcciones pero veo cómo sus cuerpos caen sin vida al suelo, algunos sin cabeza, otros sin brazos, piernas...

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora