XII. Reencuentro

83 14 18
                                    

Ella camina hacia mí, lleva una gabardina negra desabotonada con una capucha que le cubre la cabeza, su pecho está tapado por vendas y, tanto su pantalón negro como las botas, están parcheados y rasgados. Su presencia hace que la sala empequeñezca y que yo me vea reducida a los pecados que he cometido.

― Zariah. ― murmuro abriendo los ojos como platos.

― Es todo un placer tenerte aquí, amiga. ― se para frente a mí, metiéndose las manos en los bolsillos ― Aunque esta no es manera de comportarse en la casa de tu anfitrión. ― me dice inclinándose hacia un lado para ver al rebelde que se desangra en el suelo detrás de mí.

Ni siquiera la estoy oyendo, esta vez puedo ver su rostro con total claridad. Los surcos que le han dejado las cicatrices que le provoqué con mi fuego hace años son tan profundos que no puedo dejar de preguntarme cómo pudo sobrevivir. Toda la zona en la que está la marca maldita de mi fuego arroja una oscura sombra en su piel oliva.

― Quedarse embobada mirando a otros es un poco perturbador, por no decir que de muy mala educación, tu madre estaría decepcionada, Lilith.

Esta frase me saca del trance pero mi rabia no se ha apagado.

― No eres nadie para mencionar a mi madre. ― bramo mirándola a los ojos.

― Creo que no entiendes la tristeza que me provoca verte convertida en una bestia rabiosa. ― se lamenta ella, cruzándose de brazos. ― Tampoco parece que entiendas que ya fui tu víctima una vez y no tengo planeado serlo de nuevo.

« ¿Bestia rabiosa?¿Qué estoy haciendo? » pienso para mí misma. Bajo los brazos y relajo mi pose, miro a mi alrededor y veo a los dos soldados aterrorizados, sentados contra una pared, al Capitán aún inconsciente, al rebelde tirado sobre un charco de su propia sangre y a Zariah, realmente me he convertido en una bestia. Una oleada de emociones ataca a mi corazón, provocando punzadas y dolores en él, cierro los ojos y me dejo caer de rodillas al suelo. Puedo oír los pasos de Zariah acercándose a mí, puedo sentirla agachándose justo detrás de mí.

― Aún así debo darte las gracias ― repone, agarrándome de las muñecas, que aún están atadas tras mi espalda ―, si aquel día no me hubieses hecho tanto daño, si no me hubieses arrebatado a mis padres, hoy no sería quien soy.

Noto la presión de las esposas desaparecer, me ha liberado, pero su intervención evita que pueda asimilar el gesto.

― ¿Tus padres? ― titubeo en voz baja, me quedo paralizada, no soy capaz de mirarla, mis ojos parecen lunas y una gota de sudor frío cae de mi frente.

― Ah, claro, estabas tan fuera de ti ese día que no te diste cuenta de que al incendiar el mercado mataste y heriste a muchos inocentes, entre ellos mis padres. ― explica ella, poniéndose de pie y caminando a mi alrededor. ― Podría acabar contigo ahora mismo, Lilith, podría patearte la cara igual que le has hecho a Yao, podría agarrarte del pelo y obligarte a mirarme mientras te corto el cuello, podría colgarte de una viga y exhibirte ante todo el país como si fueses un trofeo ― estas palabras me atraviesan el pecho, me inclino hacia delante en el suelo, tocándolo con mi frente. ― , pero no voy a hacerlo ― se agacha delante de mí ― , yo no soy como tú, nosotros no somos como los soldados. Así que, levántate, por favor.

Posa sus manos en mis brazos y me ayuda a ponerme de pie lentamente, sigo sin poder levantar la cabeza, sigo sin poder mirarla. Mis lágrimas fluyen como ríos cruzando mis manchadas mejillas.

― ¡Sunko, ven a ayudar a Yao! ― grita ella, pasando uno de mis brazos por encima de su hombro y sujetando mi peso.

El enfermero entra corriendo, acompañado de cuatro hombres más, dos de ellos se llevan a Neela y a Finn, otro carga con el Capitán y el restante ayuda al moreno a meter al rebelde herido dentro de una de las habitaciones.

Lilith: ave de fuego [COMPLETA | SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora