Capítulo 20: Pistas

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La niña estaba sobre una pared incompleta, acurrucada, ocultando su existencia de la realidad. El cielo era oscuro, sin embargo, no era de noche, solo era como funcionaban las cosas en este lugar. Su estomago comenzó a rugir en medio de su llanto, secó las lagrimas con su manga negra.

Fijo su carita en todas direcciones, en la calle que solo ayer solía estar llena y bulliciosa. Solo, horas antes del amanecer de hoy, gente se encontraba tomando, durmiendo y llorando. Su mamá la escondió ese día debajo de su mueble, donde había un espacio que se podía cerrar desde arriba. Escuchó los gritos desesperados, a su papá amenazando a alguien que no reconocía, hasta que, no lo hizo.

Luego salió para encontrarse con esto, el lugar con cuerpos ensangrentados, tirados en el piso, sin moverse, humo saliendo de varias casas.

Caminó por varias cuadras, comiendo de recipientes que encontraba, alimentos que parecían estar podridos, agarró sus cabellos azules, lloró de nuevo.

¿Quizás había gritado de más? Escuchó los pasos de alguien, se acercaba corriendo. Se giró, sus ojos rojos, mirada lamentable.

Al frente de ella había un niño, más o menos su edad, cabello naranja, mirada soberbia, como si el fuera capaz de realizar todo lo que quisiera. Sin embargo, no se veía mejor que ella, su ropa estaba hecha añicos por ciertos lados, había mugre en su polo.

Ella estaba caída en el suelo, el chico estiró su mano.

—¡Jura lealtad y te ayudaré! —dijo confiado.

Sería por el estomago vacío y su creciente sensación de desfallecimiento, sería tal vez porque estaba sola y no había forma de que se protegiera, o tal vez sería que todavía no tenía experiencia, que cualquier persona que se le presentara, ella estaría dispuesta a seguir con él.

Despejó su cabello azul, que molestaba a sus ojos, tomó su mano.

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Después de tres días de viaje, llegaron a la Aldea del Cielo. Justo antes de entrar, habían tomado precauciones, tomaron ropa cualquiera y se cambiaron como ninjas de Amegakure, su apariencia era igual a uno cualquiera, salvo que era de color negro, y las bandanas en sus frentes, tenían el símbolo de dicha aldea.

—¿No hay nadie cuidando? —dijo Hajime.

—No —respondió Konan.

A primera vista, el lugar estaba cercado por rejas que llegaban hasta la altura promedio de una persona, la puerta debería de estar protegida por un guardia, pero no había nadie, de hecho, no era ruidoso dentro.

—A pesar de que el nombre indique algo místico —dijo Konan—. Esta aldea es muy pobre, ideal para que se realicen este tipo de acciones.

—Aún así... ¿no es demasiado raro que no haya nadie?

—Así es, aunque si suponemos quien se encuentra, no es descabellado.

Tocaron la puerta, murmureos se escucharon del otro lado, su mano hacía sonar un candado.

—¿Quién es? —dijo la voz de un hombre, tímido, sin fuerzas.

—Hemos venido para ayudar —dijo Konan—. Hemos recibido información de que cosas terribles pasan aquí.

—¿En serio? —dijo el hombre, emocionado.

—¡No seas idiota! —dijo una voz distinta—. Puede que sea eso que nos ataca, en ese caso...

—Solo ataca en las noches —respondió el hombre—. No pueden ser esos.

—En cambio ¿si son ninjas que buscan saquear este pueblo?

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