CAPITULO 39

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· Al principio, me resultó fácil escaquearme del almuerzo en grupo. Nadie me conocía aún. Pero con el paso del tiempo, comenzaron a preguntar, por qué nunca me sentaba con ellos a charlar, ya que era el único tiempo libre que teníamos durante el día. ¿Mi excusa? Lo único que se me ocurrió decir, fue que disponía de muy poco tiempo para realizar el proyecto y tenía que aprovechar cada minuto para adelantarlo. Por eso había decidido almorzar en el jardín, para ver y analizar la conducta de cada paciente en su entorno habitual. Lo curioso es que pareció convencerles aquel pobre argumento. Y dado el hecho de que nadie, además de PAULA, conocía en qué consiste dicho proyecto, no tuve más problemas. Llego al jardín y con un rápido vistazo alrededor, trato de buscar mi lugar. ¿Que cuál era mi lugar? Pues aquel, en el que se encuentre... ella. Segundos más tarde, consigo verla a lo lejos, sentada bajo la sombra de un árbol en el que a menudo pasa las tardes. Suele cambiar de sitio diariamente. A veces se sienta en el mismo banco del primer día, otras, al pie de la fuente central, que simula la cascada artificial que da nombre al centro, y otras, bajo la escasa sombra de este árbol casi deshojado por el otoño, que al estar un poco alejado de la multitud, aporta la intimidad que quizás ella esté buscando. Los primeros días, me costó bastante trabajo decidir si acercarme o no, cuando la veía ahí, aparentemente queriendo estar sola. Pero terminé arriesgándome, porque como mismo le había dicho en la primera ocasión; "Si en algún momento te incomoda mi presencia, házmelo saber y me iré" Nunca lo hizo, y nunca se cambió de lugar. Así que, aquí estoy, un día más de estos dos últimos meses, invirtiendo mi tiempo de almuerzo y descanso, en estar a su lado. Sin mediar una sola palabra más, que el saludo inicial. Saludo que por supuesto, nunca es correspondido.
POCHE::Hola, DANIELA.
Aquí estamos de nuevo. Ella, absolutamente callada y sumida en su lectura. Yo, con un hormigueo en el pecho, casi habitual a estas alturas. Mentiría si dijera que me hace falta verla, para que eso suceda. A veces, basta con que el recuerdo de su olor llegue hasta mí, estando incluso muy lejos de aquí. Me siento frente a ella, sobre la hierba, dejando un poco de distancia entre ambas para no agobiarla. La observo durante un instante, tan concentrada en su lectura como siempre. Es curioso como todos los libros que he visto entre sus manos desde que estoy aquí, son novelas con mensajes alentadores, de esperanza y de sueños. Libros y autores que yo misma acostumbro a leer. Ese hecho, me hace preguntarme aún más, qué es lo que pudo haberla llevado a querer acabar con su vida. Probablemente, eso, ni siquiera ella lo sepa, y está tan guardado en su corazón, que averiguarlo no podría ser tarea fácil. Cualquier ser humano que presencie esta situación y conozca la realidad de la circunstancias, pensaría que es algo triste. Pero contradictoriamente a todo lo que debería suceder, en este momento y en todos los que estamos así, sonrío. Ella tiene algo en su presencia que me hace sentir bien. Aunque para el resto del mundo pueda ser una locura. En este momento, las dudas que sentía hace unas horas, la incertidumbre, los miedos, no existen.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora