CAPITULO 45

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· Sin más, sin decir una sola palabra, ni dedicarle una última mirada a su hija. Aquel hombre abandonó el jardín. Y con ello, supongo que también el centro. Dejándome con una sensación aún peor a la que tenía antes. Mientras emitía un suspiro, me senté en aquel banco, justamente a su lado, dejando prácticamente caer mi cuerpo, apoyando los codos en mis propias rodillas y escondiendo la cabeza entre mis propias manos, completamente abatida.
POCHE: Esto es una locura... ─Susurré negando con la cabeza. Volví a alzarla y miré hacia mi izquierda, encontrándola a ella en la misma posición en la que llevaba todo el tiempo. Apenas parpadeaba, tenía la vista clavada sobre su libro, pero sabía perfectamente que no estaba leyendo, pues llevaba minutos en la misma página. Unas nuevas lágrimas amenazaron con salir, y una vez más, las retuve presionando mi mandíbula con fuerza. Siento impotencia. Una increíble y desesperante impotencia, que después de unos segundos observándola y pasándoseme mil cosas por la cabeza, me hace arrodillarme en el suelo, frente a ella, tratando así de que mi rostro quede por debajo del suyo y aumente las posibilidades de que me mire, o me escuche, o... algo.
POCHE: Por favor, no te vayas... Esas fueron las primeras palabras que salieron por mis labios. Probablemente ni siquiera fueran procesadas por mi cerebro. Creo que era mi propio corazón, el que hablaba en este momento. ─
POCHE: DANIELA, te lo pido por favor, no te vayas ─Repetí, llegando al límite de la súplica ─
Sé que estás ahí. Sé que me estás escuchando. Y también sé que has estado aquí desde el principio, desde el día que llegué y me miraste en el pasillo, aquella primera vez. O en este mismo banco, la última vez que lo hiciste. En aquel instante quisiste hacerme saber que estabas aquí, que estabas presente y que por mucho que quieran hacérmelo ver, aún no te has ido. Puede que no quieras hablar con nadie, que tu propio mundo sea mejor que este, donde todos esperan que hagas algo, o que actúes de una determinada manera. Pero también sé, que aquí has conseguido estar en paz, aunque sea por pequeños momentos. Que este centro te mantiene en equilibrio, y en cierta forma, alejada de ese mundo exterior al que no consigues verle nada bueno.
Me mantuve en silencio unos segundos, observándola y por primera vez, deseando con toda mi alma que me devolviera la mirada, que hablara, que hiciera algo que me indicara lo que estaba sintiendo en este momento. Pero nunca abandonó su posición y entonces sentí que quizás ya no habría marcha atrás. La decisión estaba en sus manos, no en las mías. Así que por un momento, dejé que mi cerebro se desconectara definitivamente y permití a mi cuerpo, dejarse llevar por sus emociones.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora