CAPITULO 149

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Esa frase me hace exhalar un suspiro y olvidar por un momento la tensión que siento por la presencia de su padre. En este instante, lo único que me importa es que se acerca la hora. Que mi vida está dando unos giros drásticos últimamente, a los que no sé cómo enfrentarme. Voy a tener que despedirme de ella. Hace unos minutos venía a pasar una más de nuestras perfectas tardes y ahora... tengo que despedirme de ella. Y aún no sé, si seré capaz de hacerlo. Con todo el dolor de mi corazón, me levanto de aquella cama, y comienzo a cerrar su maleta. Mis manos tiemblan mientras deslizo la cremallera, mis lágrimas caen sobre la tela, dejando pequeñas marcas en su equipaje. Entonces, siento sus manos, posándose sobre las mías para que detenga el movimiento. Me incorporo ligeramente, al tiempo que dirijo mi mirada hacia ella. Sé que en ningún momento ha mirado a su padre. Que todo el tiempo, sus OJOS CAFES, esos que se encuentran cristalizados, me han estado mirando a mí. Lleva su mano hacia mi mejilla y desliza su pulgar sobre mi rostro, acariciándome, tratando de calmar con su gesto mi temor. Cierro los ojos, dejándome llevar por la tranquilidad que me producen sus caricias, su presencia. Inhalo aire profundamente, para que su olor me impregne y deseando que las lágrimas paren de brotar. Pero es inútil. Mi corazón está encogido y hay un nudo en mi garganta, porque aunque esto sea lo mejor, lo más conveniente, duele. Duele cómo si me estuvieran arrancando una parte del cuerpo, sin saber si algún día la volveré a ver. A sentir, a escuchar, a oler. Entonces, comienzo a sentir la calidez de sus labios, rozando los míos. Su mano sostiene con decisión mi mejilla y mi corazón empieza a dejarse invadir por un hormigueo, que desde hace semanas no sentía. Deseo con todas mis fuerzas, que el tiempo se detenga en este instante. Deseo que este beso sea eterno. Las lágrimas descienden sin parar, mientras su boca se funde con la mía. Y aunque quizás debiéramos besarnos de forma desesperada, ansiosa, por ser la última vez, en contradicción absoluta, este beso está repleto de dulzura, de tranquilidad, de calma.

Como si ambas quisiéramos prolongar la sensación el máximo tiempo posible. Saborear nuestros labios, sentirnos la una a la otra sin pensar en nada más. Deteniendo el tiempo, desapareciendo al mundo, como hemos logrado hacer desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron. Desde ese instante, que fue sólo el comienzo de una conexión inesperada, a la par que real. Segundos más tarde, separó nuestros labios y juntó nuestras frentes. Sentí su respiración golpearme, y ella debía sentir la mía. Su mano se aferró con fuerza a mi cuello y yo sostuve su rostro, deseando en silencio, no tener que abrir nunca los ojos. No tener que despertar jamás de este momento.
DANIELA: Gracias... ─susurró.
POCHE: ¿Por qué?
DANIELA: Por no pedirme que me quede. Porque no hubiera sido capaz de marcharme si lo hubieras hecho.
POCHE: Vete, ─supliqué en un susurro ─
Pero llévame contigo.
Su rostro se apartó ligeramente para mirarme confundida, y con una sonrisa en medio de las lágrimas, comencé a colocar sobre su cuello, el colgante que hace tan solo unas semanas le había regalado. Ese, que era exactamente igual al mío y que con rabia me había devuelto el día que discutimos. Ese, que era la señal más clara, de que estuviera donde estuviese, siempre me tendría a su lado.

Observó el collar reposando sobre su pecho durante un instante y seguidamente, me miró. De una forma distinta, como si por primera vez, hubiera apartado de su mirada cualquier tipo de barrera y me estuviera permitiendo descifrar cada una de las emociones que la invadían. Miedo y tristeza, a la par que orgullo y valentía. Pero había algo más. Algo que no sólo tenía que ver con ella, sino también conmigo. Una emoción que yo le provocaba, la cual, no necesita ningún tipo de palabra o explicación. Y aunque no sé, con qué nombre definirla, es ese tipo de sentimiento que solamente puedes entender, cuando te ves en la mirada de alguien y tu corazón late a mil revoluciones por segundo. Sabiendo que ese brillo, tú lo estás causando. Que tú eres el motivo de ese sentimiento sin nombre. Y que ya puede salir corriendo o desmoronarse el mundo ahora mismo, porque nada será capaz de disfrazar, ni borrar, lo que te dice una auténtica mirada. Me sonríe y asiente, como si realmente supiera lo que estoy pensando. Y yo correspondo a dicha sonrisa, sabiendo que tampoco necesito decirle una vez más lo que siento, pues mis ojos deben estar gritándolo en silencio. Y es que, es absolutamente imposible esconder tus sentimientos cuando miras a la persona que te los provoca.
GERMAN: DANIELA, ─vuelve a interrumpir su padre, despertándonos del momento, pero sin conseguir que nuestras miradas se aparten la una de la otra ─
Tenemos que irnos. Lo siento.
POCHE: Sé fuerte... ─le susurro a modo de despedida.
DANIELA: Sé feliz.
Y esta vez sí, nos separamos definitivamente, sintiendo como ese alejamiento de nuestros cuerpos, es lo más duro que he hecho en toda mi vida. Ella se vuelve hacia la cama para bajar su maleta, y una vez lo tiene todo listo, sin volver a mirarme, se dirige a la puerta, donde su padre la espera. A pesar de todo lo que acaba de ocurrir, mi pecho no puede evitar ir encogiéndose cada vez más, a medida que la veo alejándose, y un nudo se forma en mi garganta cuando está a punto de cruzar la puerta. Quizás no la vuelva a ver más en toda mi vida. Y ese pensamiento me tienta terriblemente a retenerla, a suplicarle que no se vaya, que no me deje.

Quiero llorar como un bebé y aferrarme a sus brazos para que no se marche. Pero en vez de eso, aprieto mi mandíbula con fuerza, reteniendo las lágrimas y dejándola marchar...para siempre.
DANIELA: Una cosa más; ─volteó para mirarme, antes de salir ─
Nunca permitas que te aseguren, que tu forma de amar es excesiva. Nunca creas que entregarte como lo haces a las cosas, es en vano y sin sentido. Si todas las personas vieran la vida como tú la ves, si convirtieran el amor en una filosofía, en vez de sentirlo como un simple estado pasajero... Probablemente, el mundo estaría menos perdido. ─aseguró ─
Gracias, por haberme dado el tuyo de una forma tan incondicional. Por elegirme para entregármelo sin esperar nada a cambio. Eres lo mejor que a cualquier persona le puede pasar en la vida, POCHE. Que nadie, jamás, te haga pensar lo contrario. Porque el simple hecho de conocerte, de estar a tu lado, o de entrar en tu corazón, es un regalo... Y es de idiotas, no saber apreciarlo.
Y ahí está... La única mujer a la que he amado en toda mi vida. Agradeciéndome algo que ni siquiera yo elegí sentir. Algo que ella misma hizo crecer. Algo que en este momento, me encoje el corazón, porque sé que el tiempo se está terminando, que está a unos segundos de cruzar esa puerta y desaparecer de mi vista. Quiero gritar que la amo, como jamás amé a nadie y que probablemente siempre vaya a amarla. Pero en vez de eso... mis ojos vuelven borrosa su imagen y las lágrimas comienzan a descender por mis mejillas una vez más, volviéndome imposible el hecho de poder controlarlas.
POCHE: Nunca te rindas ─es lo único que soy capaz de suplicar, antes de que abandone definitivamente la habitación, de una forma rápida y tajante. Permanezco en esa misma posición durante largos segundos, observando aún aquella puerta vacía. Quizás esperando que vuelva a aparecer para abrazarme, y una parte de mí, deseando que eso no suceda.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora