CAPITULO 124

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· POCHE: Me conformo con que la princesa en apuros, aprenda a rescatarse a sí misma. Si tuvieras la oportunidad de conocerla realmente, PAULA. Es tan...
─volví a exhalar aire en forma de suspiro ─sumamente especial.
PAULA: Nunca lo he puesto en duda. Aunque lamentablemente, estoy segura de que ella, sólo se muestra tal cual es, contigo. Ni siquiera consigo misma lo hace.
POCHE: Ahí empieza mi trabajo.
PAULA: Es difícil cambiar a alguien. Lo sabes, ¿verdad?
POCHE: Esa es la diferencia. No deseo cambiarla a ella. Sólo su visión de sí misma. En cuanto eso cambie, podrá amarse como... como cualquier persona podría amarla.
PAULA: Es un bonito reto ─sonrió mientras asentía. ─Y tú eres la adecuada.
Le ofrecí otra sonrisa. A pesar de la poca claridad de nuestra conversación, sé perfectamente que PAULA entiende lo que digo y también lo que no digo.
POCHE: Tengo que irme ya ─anuncié ─Porque siento que como sigamos hablando de ella, no voy a ser capaz de aguantar un minuto más sin correr a su habitación. Además, se me echa el tiempo encima y me espera un buen rato en la carretera. Mi familia me necesita. Aún no soy capaz de procesar, cómo ha dado un giro tan radical el mundo en tan solo una hora.
PAULA: Así es el mundo. Cuando menos te lo esperas, cambia. Pero no tienes que intentar procesar nada. Vete para tu casa, acompaña a tu familia. Eso es todo por lo que debes preocuparte ahora. Y por favor, en cuanto puedas, llámame para saber cómo está tu padre.
POCHE: Lo haré.
Con una sonrisa cansada, me dirigí a la puerta, dispuesta a abandonar definitivamente aquel despacho. Pero antes de cruzarla, sentí la imperiosa necesidad de decir una última cosa. ─PAULA ... ─volteé para mirarla ─Cuida de ella, por favor.
PAULA: Está en buenas manos ─aseguró.
POCHE: Si ocurre algo, cualquier cosa, por mínima que sea... PAULA: Serás la primera en saberlo ─me interrumpió ─Vete tranquila, POCHE. Ella va a estar bien.
Asentí, al tiempo que exhalaba un suspiro. Y con una última sonrisa que me dedicó mi amiga para tranquilizarme, abandoné el despacho con algo de inseguridad todavía. Es cierto que mi deber en este momento, es estar junto a mi familia y que necesito saber cómo está mi padre. Pero no puedo evitar, que la sensación de estarla abandonando, se haya depositado en mi interior. Porque ni siquiera puedo despedirme No obstante, cumplo mi deber y continúo mi camino. Salgo de la residencia, cruzo la calle, me subo en el coche, agarro con fuerza el volante y observo a RAMON por el espejo retrovisor, que sentado en el asiento trasero, me mira esperando que mis manos tengan la voluntad suficiente, para girar la llave y encender el motor de este coche. Devuelvo la vista hacia ese edificio una vez más y con un último suspiro, emprendo la marcha definitivamente. La vida es así de extraña; puede cambiar de un momento a otro, sin siquiera esperarlo. Puedes pasar un fin de semana de absoluta perfección y cuando vuelves al mundo real, resulta que ha seguido girando sin ti y han ocurrido cosas. Muchas cosas. La vida no se detiene a esperarnos. Los accidentes están ahí. Ocurren todo el tiempo, en cualquier parte del mundo, y hay que saber vivir con ellos. Hay que saber encontrar el equilibrio. Los últimos tres días en el lago, han sido maravillosos y reales. Absolutamente reales. Honestamente, nunca en mi vida había sido tan feliz, y dado que ahora me encuentro conduciendo rumbo a un hospital, podría pensar que esos días, que esa magia, no fue más que un sueño. Pero no. No lo fue. Fue tan real como esta catástrofe que me encontré al volver. Así que, tal vez la vida consista en eso; en llenarte de esos momentos mágicos. Luchar por vivirlos una y otra vez, el mayor número de veces posibles. Porque al final del día, cuando ocurra algo que te haga estar triste, será precisamente el recuerdo de esos momentos, los que te den una chispa de esperanza. Una sonrisa en medio de las lágrimas. Un motivo para seguir adelante.

Todos tenemos momentos felices en nuestra memoria. Y todos tenemos el deber de luchar incansablemente, por seguir coleccionando instantes de felicidad. Detengo el coche y me encamino a toda prisa hacia el interior del hospital. Pero un ladrido de RAMON me tiene, haciéndome voltear para mirarlo. Lo veo ahí, al otro lado de la ventanilla ligeramente abierta y me acerco. Introduzco mis dedos en el interior para acariciarlo, y no tardo en sentir la humedad de sus lametones por toda mi mano. Suspiro.
POCHE: Te prometo que no tardaré ─le susurro recibiendo otro ladrido. Él ni siquiera lo sabe, pero es el que siempre consigue que me detenga, que respire, que logre encontrar un segundo de calma en medio de cualquier tempestad. Él, con su ladrido, consigue que me pare a mirarlo, a acariciarlo y que sepa, que pase lo que pase, siempre está aquí. En los mejores momentos y también en los peores. Cuando siento que me ha dado la fuerza suficiente y que además, entendió que volveré en un momento para llevarlo a casa, me encamino directamente hacia el hospital de la pequeña ciudad donde vive mi familia. No tardo ni tres segundos en ver a Victor, sentado en una de las sillas de la sala de espera de urgencias, con su teléfono móvil en la mano y aparentemente escribiendo algo en él. Se percata de mi presencia antes incluso de llegar a su altura. Alza la vista y se pone en pie para recibirme con un abrazo.
Victor: Por fin... ─susurra mientras me envuelve entre sus brazos.
POCHE: ¿Cómo está papá?
Victor: Fuera de peligro ─respondió, trayendo consigo un respiro automático a mi corazón ─Mamá continúa con él, pero en un momento tendrá que salir porque están a punto de operarlo.
POCHE: ¡¿Operarlo?! ─pregunté asustada ─¿Del corazón?
Victor: Apendicitis ─corrigió mi hermano, con una sonrisa de incredulidad ─Resulta que estaba sufriendo agudos dolores en el abdomen por la inflamación del apéndice, pero no había dicho nada. Y su corazón no soportó tanto revuelo. Así que, anoche casi le da un infarto. Pero por suerte, sólo quedó en amago. Los médicos lo descubrieron y ahora hay que operarlo para extraerle el apéndice.
POCHE: No me lo puedo creer...

Victor: Mamá casi lo mata. ¿Cómo se le ocurre no quejarse del dolor?
POCHE: Ya lo conoces. Siempre ha sido igual. Victor: Igual que tú. ─añadió provocando que lo mirara con el ceño fruncido ─¿Cómo estás? POCHE: Bien. Más tranquila ahora que estoy aquí y sé lo que ocurre.
Victor: Casi tenemos que llamar al FBI para localizarte. Ya que no te llevas el móvil, podrías por lo menos, volver a poner teléfono en la casa de la abuela.
POCHE: ¿Tú crees que tengo dinero para pagar la factura de un teléfono que no utilizo? Además, cuando voy allí es para desconectar. Y en esta ocasión... era todavía más necesario.
Mi mirada amenazó con perderse en la lejanía, pero la voz de Victor me trajo de regreso al mundo real.
Victor: ¿Y lo conseguiste? ─preguntó captando mi mirada ─¿Lo que necesitabas?
Asentí. Y la sensación de alivio que provocó su recuerdo, dibujó una pequeña sonrisa en mis labios. En ese momento, las puertas metálicas se abrieron, dejando ver a mi madre que salía directa hacia nosotros.
MARTHA: POCHE... ─pronunció en cuanto me vio. Su voz parece cansada ─Menos mal que estás aquí.
La verdad es que me sorprendió su calma y la ausencia de reclamos. Esperaba que me dijera de todo y lo único que hizo fue darme un beso en la mejilla y dejarme ver el agotamiento en su mirada.
POCHE: ¿Cómo está papá? ─le pregunté.
MARTHA: Acaban de llevarlo a quirófano. La intervención es sencilla, pero dicen los médicos que nos preparemos para un largo y pesado postoperatorio. Con eso del amago de infarto, los riesgos son más altos y hay que tener cuidado.
POCHE: ¿Cómo es posible que no dijera nada?
MARTHA: Me dijo que le dolía el abdomen. Pero no le dimos importancia. Yo, ─corrigió ─No se la di. Tendría que haberme dado cuenta.
Victor: No es culpa tuya, mamá ─intervino Victor, rodeándola con sus brazos ─
Todos sabemos cómo es papá y lo poco que se queja cuando le ocurre algo.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora