CAPITULO 160

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La curiosidad se ve claramente reflejada en sus ojos. Y yo tendría que haber sido capaz de dar un tajante y veloz "Sí". Pero lo cierto, es que teniéndola delante, todos mis anteriores significados de la palabra felicidad, pierden su sentido.
POCHE: Estoy bien ‒respondo volviendo a encogerme de hombros.
DANIELA: Bien, no es feliz.
Suspiro y aparto la mirada de ella. ¿Qué quiere exactamente que le diga? ¿Qué no? ¿Qué por muy plena que me sienta con mi vida ahora mismo, siempre me va a faltar algo? ¿Qué siempre voy a estar deseando poder compartirlo con ella? ¿Qué me gustaría que no siguiera apareciendo, con esa sonrisa y esa mirada, para demostrarme que todo lo que creo bueno, resulta perfecto cuando la tengo enfrente?
POCHE: ¿Qué quieres, DANI ? ¿Qué estás haciendo aquí?
DANIELA: Vine para hablar. Creía que el otro día habías dicho que querías hacerlo.
POCHE: Sí. Pero hace una semana de eso. No he sabido nada de ti desde entonces y ahora estoy trabajando. ¿Quién te dijo qué estaría aquí?
DANIELA: No estoy diciendo que hablemos ahora, POCHE. Y no importa quién me lo haya dicho. Sólo quiero... ‒bajó la mirada dudosa ‒
Pedirte una cita.
Creo que me esperaba de todo, menos eso.
POCHE: ¿Una cita?
DANIELA: Bueno, nunca llegamos a tener una. Y creo que hay demasiadas cosas de las que hablar, sin que nos interrumpan. Así que, una cena estaría bien para comenzar ¿no crees? ¿A qué hora terminas de trabajar aquí?
Me quedé mirándola perpleja y con el ceño fruncido. Apuesto a que puede ver cierta desconfianza a través de mis ojos. O bueno, no es exactamente desconfianza. Pero me resulta raro. Muy raro. ¿Una cita? ¿Ella y yo? Su mirada continúa expectante y cada vez más insegura por mi silencio.
POCHE:A las ocho.
DANIELA: ¿Te gustaría que nos viéramos esta noche? ‒me hizo ver un alivio automático en su expresión ‒
Puedo venir sobre las nueve y vamos a cenar a un restaurante que hay por esta parte del lago. Lo vi hace unos minutos, cuando estaba buscando aparcamiento.
POCHE: ¿Vas a quedarte en el pueblo todo el día?

DANIELA: Estoy hospedada en un pequeño hostal para pasar la noche. Y creo que estaré todo el día paseando por aquí. Ya sabes que cuando me trajiste, me encantó. Quiero recordar un poco, caminar, respirar, no sé.
Ahora mismo, no sé exactamente qué es lo que me sorprende más; si el hecho de que esté aquí, que me haya pedido una cita, que haya alquilado una habitación para pasar la noche o que pretenda estar horas y horas caminando por el pueblo hasta que yo salga de trabajar.
DANIELA: Cuando piensas demasiado, razonas ‒continuó ‒
Y cuando razonas, te entra el miedo. Y cuando te entra el miedo, dejas de ser tú. Así que, me voy a ir sigilosamente, ‒comenzó a avanzar de espaldas a la puerta ‒
antes de que me rechaces la invitación. Esta noche a las nueve, te estaré esperando aquí. ‒se inclina ligeramente para acariciar a RAMON ‒
Hasta pronto, precioso.
Y con ese susurro a mi cachorro, ya no tan cachorro, cruza la puerta y se va. Dejándome absolutamente perpleja, con los brazos cruzados bajo mi pecho, el ceño fruncido y una sensación interna bastante extraña. Una mezcla de confusión y nervios que no sé cómo manejar.

El día ha transcurrido lentamente. MUY lentamente, para ser exacta. Es esa sensación en la que los minutos parecen horas, sólo porque estás deseando que llegue un momento o un día determinado. Y parece que mientras más lo deseas, más despacio transcurre esa distancia temporal que te separa de él. En este caso es muy extraño, porque podría jurar que todo mi cuerpo tiembla nervioso y que no he sido capaz de hacer nada decente a lo largo del día. Mi concentración se esfumó en algún momento. Y todo por las ansias que me da el saber, que voy a volver a verla. Es exactamente esa sensación que tenía cada mañana, cuando me despertaba para ir a la cascada. Esa hora que transcurría lentamente, porque pronto la vería caminando por aquel pasillo, al principio sin dirigirme si quiera una mirada y luego, compartiendo algunos minutos de risa. Pero al mismo tiempo, estoy asustada. Mi cerebro no para de dar vueltas y a medida que avanzan los minutos, más ganas tengo de correr en la dirección contraria. Es una contradicción constante entre la mente y el corazón. Cuando llego a casa, de lo único que tengo tiempo es de darme una ducha rápida y vestirme con lo primero que encuentro. Es curioso, porque esta situación también me recuerda a mi primer día de prácticas, cuando me pasé minutos delante del espejo, tratando de elegir la ropa adecuada, mientras RAMON me miraba atento desde atrás. En esta ocasión no dispongo de ese tiempo, pero él sigue ahí, justo detrás de mí, observándome con su cabeza ligeramente ladeada como si supiera exactamente a dónde voy. A lo mejor lo sabe. A lo mejor es capaz de distinguir que estos nervios de hoy no tienen nada que ver con los que sufrí el otro día, cuando estaba a punto de exponer mi proyecto. A lo mejor, algo dentro de mí, le hace saber cuándo se trata de DANIELA y cuándo no. Una vez lo tengo todo listo, acaricio por última vez a mi pequeño, y abandono la casa dirigiéndome hacia el coche. El camino también se me hace eterno, aunque el pueblo esté apenas a unos minutos. Por suerte, consigo estacionar el coche en el mismo lugar donde lo hago por la mañana, muy cerca de la floristería. Son las nueve en punto. Así que, aligero un poco el paso mientras me encamino hacia la misma. Al doblar la esquina, ahí está ella. Como una silueta en medio de la oscuridad de la noche, consiguiendo que mi corazón se acelere con cada paso que me aproxima. La puedo ver sonreír. A medida que nuestra distancia se acorta, aprecio con más claridad su sonrisa y sus ojos, ambos iluminados por la luz de la luna y por un tenue foco que hay alumbrando la calle. Está más hermosa que esta mañana y más hermosa que la otra noche. ¿Cómo puede ser, que mientras más la veo, más bonita me parece? Inhalo aire profundamente, esperando que el oxígeno sea suficiente para calmar los latidos acelerados de mi corazón.
POCHE: Hola, ‒susurro en cuanto me detengo a unos centímetros de ella.
DANIELA: Así me saludabas cada día, durante dos meses seguidos ‒sonrió ‒Es curioso, todo lo que ha pasado desde entonces.
Asiento mientras correspondo a la sonrisa. La verdad es que tiene razón, es curioso todo lo que ha pasado desde entonces. Y me sigue sorprendiendo algo; que ella recuerde cada detalle. A veces olvido que durante esos dos meses, ella también estaba allí aunque no pronunciara palabra. Se me olvida, que estaba tan presente como yo. Que en esta historia, ambas hemos estado igual de presentes desde el primer minuto. Suspiro. Porque verla observándome tan fijamente en este momento, después de todo lo que ha pasado, lo que hemos pasado, no me permite hacer otra cosa más que suspirar. La he extrañado tanto. Y ahora está aquí. Conmigo.
DANIELA: ¿Vamos a cenar? ‒me pregunta sonriendo ‒
Me muero de hambre. ‒esa expresión me pilló tan desprevenida, que aunque no me hubiera gustado mostrar mi sorpresa, debió notarlo en mi cara, porque amplió su sonrisa ‒
Tenemos mucho de qué hablar.
POCHE: Estoy impaciente.
Y sin decir más, nos encaminamos hacia el restaurante. Apenas tardamos cuatro o cinco minutos en llegar, pero fue un camino completamente silencioso. Aunque no por ello resultó incómodo. Al contrario, caminar por este lugar en su compañía, disfrutando del silencio y la calma, es indescriptiblemente perfecto. Encontramos una mesa para dos, muy bien situada junto a un ventanal desde el cual se podía ver a un lado la plaza central del pueblo y al otro, el lago. O más bien, lo que las farolas del paseo permitían ver de él.
DANIELA: ¿Quieres vino? ‒me preguntó en cuanto nos sentamos, ya que el camarero no se había marchado aún. Asentí ‒
¿Tiene algún CALLE?
Xxx: Por supuesto. Pero no es una cosecha demasiado antigua la que nos queda. ‒respondió el hombre ‒
Tenemos otros reservas, si lo prefiere.
DANIELA: No. El que tenga estará bien.
Xxx: En seguida se lo traigo.
El camarero desapareció, volviendo a dejarnos a solas y su mirada se desvió hacia el ventanal para contemplar la calle o algo que hubiera en ella.
POCHE: ¿Haciendo crecer el negocio familiar?
Vuelve su atención hacia mí y se encoge de hombros con una sonrisa.
DANIELA: Para bien o para mal, creo que es el mejor vino que hay en el mercado.
POCHE: Estoy de acuerdo. ‒sonreí.
Veloz como una liebre, el hombre volvió a aparecer con nuestra botella. Sirvió un poco en cada copa, puso dos menús sobre la mesa y volvió a desaparecer.
DANIELA: Por esta noche ‒dijo DANIELA alzando su copa ‒
Por todas las noches que hemos compartido. Ya sea en este pueblo, en un hospital, en la memoria... Dónde sea. Escuchar eso, me hizo apretar la mandíbula casi involuntariamente y estoy segura de que mis ojos se clavaron en los suyos de forma penetrante. Recordar el hospital y todas las noches que durante más de un año, me he pasado extrañándola, mis pesadillas, todo, me crea un nudo en el estómago que no puedo deshacer. Sin embargo, alzo la copa y correspondo al brindis, bebiendo a continuación un sorbo de vino. En cuanto el líquido baja por mi garganta, el recuerdo de la otra noche viene a mi mente; cenaba con Cristina y tomar un vino como este, me hizo recordarla, deseando con todo mi corazón, que fuera únicamente ella, la persona que tuviera enfrente. Ahora es así. Es ella la que está aquí. Y creo que una parte de mí, aún no llega a asimilarlo.
DANIELA: Si antes me parecía un misterio tu mente, ahora veo jeroglíficos salir de tu cabeza.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora