CAPITULO 136

2.8K 178 1
                                    

· Simplemente pude asentir, sin saber muy bien lo que pretendía responder con ese gesto, sintiendo como las lágrimas de mis ojos, amenazaban con hacerme derrumbar de un momento a otro, en los brazos de mi amiga.
GERMAN: ¿Cómo está mi hija? ─escuché por primera vez en meses, la voz de su padre. Lo miré rápidamente. Estoy segura, de que en otra ocasión, mi mirada habría estado cargada de rabia, de coraje y de quien sabe cuántas cosas más. Pero en este momento, mis fuerzas no me permiten sentir otra cosa más que cansancio y preocupación. Una preocupación que también soy capaz de observar en el fondo de sus ojos. Por lo que me limito a suspirar, esperando que el oxígeno recargue un poco mi energía.
POCHE: Aún no hay noticias ─respondo mirando a PAULA ─Los doctores la llevaron a la sala de observaciones. No ha recuperado la conciencia. PAULA: Tranquila. Está en buenas manos. ─aseguró mi amiga ─¿Tú por qué no vas a tomar un poco el aire? Estás pálida, POCHE. Necesitas respirar aire fresco.
POCHE: ¡No! ─negué varias veces ─Los doctores pueden salir en cualquier momento. Quiero estar aquí cuando suceda.
PAULA: Yo estaré aquí ─insistió ─Y te avisaré en cuanto aparezcan por la puerta. Pero necesitas aunque sea, salir a la entrada, o te va a dar algo. Por favor, cinco minutos.
Me tomé unos segundos para pensarlo y finalmente, no muy convencida de ello, acepté. No quería abandonar la sala por otra cosa que no fuera ir junto a DANIELA. Pero PAULA tenía razón, estaba comenzando a sentir mareo y el aire sigue llegando con dificultad a mis pulmones. Necesito tomar aire fresco aunque sea unos minutos.
POCHE: Avísame de cualquier cosa ─pedí casi como una orden ─
Estaré justo en la puerta.
Ella asintió y sin siquiera mirar al resto de personas allí presentes, me dirigí a la salida de esta sala de espera, en la que las puertas automáticas se abrieron a mi paso, dejando que una ligera brisa acariciara mi rostro. Inhalé ese aire muy profundamente, tratando de llenar mis pulmones de oxígeno y lo exhalé muy despacio, esperando que un milagro desapareciera el temblor en mis manos, el peso en mis hombros, la piedra de mi estómago o el nudo de mi corazón. Pero ni siquiera el aire más puro del mundo, podría conseguir tal cosa en este momento. No obstante, continué intentándolo durante algunos minutos. Observando ese cielo en el que las estrellas estaban cubiertas por una gran nube de contaminación lumínica evitando que pudiera verlas. Ojalá pudiera verlas. Ojalá estuviéramos en el lago, como hace dos semanas, observando aquel cielo, en el que los problemas parecían desvanecerse. No tenía nada que ver con el cielo, ni con las estrellas. La tenía a ella a mi lado. Y eso era suficiente para que los problemas se desvanecieran.
POCHE: Por favor, DANIELA, ─suplico interiormente, sintiendo las lágrimas comenzando a descender mejilla abajo ─Por favor, no me dejes. Entonces, sentí una presencia junto a mí, que me hizo abrir los ojos y dirigir la vista a mi derecha para encontrarme con la última persona que esperaba ver en este momento. A pesar de lo borrosa que se encuentra mi visión a causa de las lágrimas, puedo ver como él me mira en silencio durante unos segundos, los suficientes para decidirme a apartar los ojos una vez más, volviendo a mi antigua posición. GERMAN: Me culpas de todo esto, ¿no es así? Permanecí en silencio algunos instantes más, analizando de nuevo, la diferencia entre el cielo que ahora observo y el que se aprecia en la casa del lago. Finalmente, suspiré.
POCHE: No culpo a nadie ─sentencié con seriedad ─Todos tenemos algo que ver.
GERMAN: DANIELA me preocupa. Aunque seas incapaz de creerlo.
POCHE: Señor CALLE, ─volví a suspirar encarándolo esta vez ─usted no me conoce. Así que, ahórrese el tratar de averiguar lo que pienso o siento.
GERMAN: No has cambiado desde la última vez que te vi. Tan rebelde como entonces... ─suspiró ─Tan parecida a ella.
POCHE: Sí que he cambiado... ─susurro devolviendo la mirada a la lejanía.
Ella me cambió la vida.

Él permaneció observándome en absoluto silencio durante unos segundos. Sentía sus ojos clavados en mí, por lo que me vi en la obligación de retarlo con la mirada, hasta que comencé a incomodarme.
POCHE: ¿Qué ocurre?
GERMAN: Me recuerdas a alguien. ─respondió.
POCHE: A ella, lo acaba de decir.
GERMAN: No. A mí.
POCHE: ¿A usted? ─pregunté confundida con una sonrisa irónica ─Discúlpeme, pero dudo mucho que usted y yo tengamos algo en común.
GERMAN: De hecho, lo tenemos. ─afirmó muy seguro ─Se llama DANIELA CALLE. Y sí te digo que me recuerdas a mí, es porque al hablar de ella, veo en tu mirada lo mismo que había en la mía, cuando se trataba de mi esposa, la madre de DANIELA. Mi hija es lo que más te importa en la vida ¿No es así?
No voy a negar que esa observación, me pilló absolutamente desprevenida y en cierta forma, me entristeció más de lo que ya estaba. Pero en este momento, mi estado a la defensiva hacia ese hombre, es mucho mayor que cualquier otro sentimiento.
POCHE: Lo que yo sienta por DANIELA, es un asunto que a usted no le incumbe. Y le vuelvo a repetir, que usted y yo, no nos parecemos en absolutamente nada. Yo jamás sería capaz de abandonar a mi hija, de la forma en la que usted lo hizo.
GERMAN: ¿Crees que no estoy sufriendo con todo esto? ¿Qué no me duele ver a mi hija así?
POCHE: ¡No me hable de dolor! ─pedí comenzando a enfurecerme ─Ni se le ocurra hablar de dolor o de sufrimiento, cuando es ella la que está en una cama, peleando por su vida. Cuando es ella, la que lleva años luchando con una enfermedad que la ha ido destruyendo y consumiendo poco a poco, sin que usted, haya movido un solo dedo por ayudarla. No se atreva a hablar de dolor, porque aquí la única que lo conoce, es ella.
GERMAN:¿Y qué podía hacer, si yo mismo estaba perdido?! Nadie nace con un manual de "Cómo ser padre", ¿sabes?
POCHE: No se necesita ningún manual para dar un abrazo a tiempo. ─sentencié ─Ni siquiera se ha parado nunca a plantearse el porqué de todo esto. Cómo llegó DANIELA a sentir tanto rencor hacia sí misma. Usted no lo ha hecho... Y ahora se siente culpable por ello. Pero siento decirle, que no soy yo la encargada de perdonarlo. No es a mí, a quien tiene que dar explicaciones. Así que le aconsejo, que si realmente quiere ser perdonado, comience a pedir ahora mismo, que DANIELA abra los ojos cuanto antes. Porque si no es así, si DANIELA muere, no solo habrá perdido a su esposa... y a su hija... también terminará perdiéndose del todo a sí mismo.
Dicho esto y sin darle tiempo a responder, me marché de su lado, volviendo al interior de la sala de espera, donde PAULA y los guardaespaldas, aguardaban alguna noticia.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora