CAPITULO 151

2.7K 172 0
                                    

Me tendría que haber sorprendido ante tal proposición. Mi corazón tendría que haber latido a toda velocidad a causa de los nervios porque no me lo esperaba. Pero la verdad, es que no ocurrió nada de eso. Puede que su propuesta no me haya pillado tan desprevenida como debería. POCHE: ¿Cómo una... cita?
Ella se encogió de hombros. Por primera vez desde que la conozco, noto cierta timidez en Cristina.
Cristina: Ya acabaron tus sesiones de terapia. Estaba deseando que este momento llegara, para no incumplir la regla de involucrarme con una paciente cuando te pidiera que salieras conmigo. En ese momento, sentí mi expresión volverse seria. O más bien, pensativa. Romper reglas, involucrarse con una paciente. ─
No tienes que responder ahora ─
aclaró al ver mi silencio ─
Sólo... piénsalo. Tienes mi teléfono. Asentí, sin decir absolutamente nada. Volví a ofrecerle una sonrisa, y esta vez sí, abandoné su despacho. Cristina Diaz; cabello castaño claro, estatura media, cuerpo estilizado, color de ojos azules, sonrisa deslumbrante. Mujer divertida, inteligente. Fue compañera de PAULA en la facultad y buenas amigas. Es además, una gran psicóloga. Acudí en su ayuda por recomendación de la propia PAULA. Cuando DANIELA se fue, mis pesadillas se convirtieron en algo diario y atormentante. Algo que no me permitía dormir de noche y me mantenía angustiada de día. Llegamos a la conclusión de que necesitaba ayuda profesional, algo a lo que, aunque en un principio no quise acceder, no tardé demasiado en aceptar. Realmente me estaba consumiendo esa forma de vida. Y como PAULA no podía tratarme, porque nuestra amistad condicionaría su trabajo, me recomendó a Cristina. Durante los primeros meses, nuestras sesiones se llevaban a cabo en su consulta privada, pero pasado un tiempo, PAULA le ofreció un puesto de trabajo aquí, en La Cascada. Así que, prácticamente por obligación, me vi en la necesidad de regresar. Nuestras terapias pasaron a desarrollarse en su nuevo despacho. Uno, prácticamente igual al que yo tenía cuando realizaba mis prácticas. Me negué durante mucho tiempo a regresar a este lugar. No me sentía preparada para enfrentar estas paredes, estos pasillos, este olor. No me sentía con la fuerza suficiente para caminar por este lugar, sin que la imagen y el recuerdo de DANIELA apareciera en cada esquina. Y al final, la vida me hizo venir a la fuerza. Me gustaría decir que ya no sucede. Que puedo caminar tranquilamente por este pasillo, sin recordar el primer día que la vi, cuando chocamos y nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Me gustaría asegurar, que mi corazón no se alborota cuando recuerdo ese momento, o que mi estómago no se encoge, cuando paso por delante del cuarto de baño donde una vez la vi hundida. Me gustaría decir, que cuando subo al tercer piso, para visitar a doña Rosa, no me detengo en la puerta de la que era su habitación, preguntándome quién la estará ocupando ahora, y que las imágenes de aquel fatídico día, no me asaltan como si hubiera ocurrido ayer mismo. Por un momento, lo revivo todo; la veo ahí, desplomada entre mis brazos, prácticamente sin vida, mientras mi corazón se encoge cada vez más. Y al segundo siguiente, el pasillo está completamente vacío y reina una calma absoluta. Pero mi corazón, exactamente igual de encogido que aquel día. También me gustaría decir, que mis piernas ya no me dirigen automáticamente hacia el jardín y que cuando cruzo la puerta, ya no espero verla sentada sobre nuestro banco, con un libro en la mano e ignorando por completo al mundo. Me gustaría decir todo eso. Pero lo cierto, es que no puedo. Porque la realidad es que aquí estoy de nuevo, sentándome en nuestro banco, subiendo las piernas y abrazando mis propias rodillas, mientras observo fijamente el lado en el que ella solía estar.

PAULA no se encontraba en su despacho. Así que, mientras todos esos recuerdos me invadían, como cada semana que piso este lugar, mis piernas me dirigieron hacia este sitio. Nuestro sitio.

Una hoja cae repentinamente sobre mi rodilla. La sostengo entre mis manos y mesorprendo al descubrir el color entre verde y amarillo que posee. Es bonita.Asciendo la vista y me encuentro directamente con el lugar del cual sedesprendió dicha hoja, volviendo a sorprenderme con lo que observo. Es eseárbol que siempre ha estado aquí. Ese que el primer día que lo vi, seencontraba prácticamente deshojado, sin vida, desprendiendo una a una, lasúltimas hojas que el otoño dejaba en sus ramas y proporcionando un poco desombra, a una chica casi tan apagada y sin vida como él. Ahora, sin embargo, seencuentra repleto de hojas verdes, volviéndolo uno de los árboles más bonitos yfrondosos que he visto jamás. Además, tiene algunas flores amarillas que enotra época, jamás hubiera imaginado que podrían nacer de él. El milagro quetrae el paso de las estaciones; un árbol puede perder cada una de sus hojasdurante el otoño, lucir seco y apagado mientras resiste al paso del invierno, yde pronto, cuando menos te lo esperas, una nueva flor vuelve a brotar, dandocomienzo al principio de esta maravilla a la que llamamos; primavera. Y elresultado, es este; un tronco fuerte, que resiste el paso de los años, de lastempestades y de las estaciones, dejando caer lo dañado, para volverlo a dejarcrecer con mayor fuerza después. Renovado. La sabiduría de la naturaleza.
Xxx: Bonito, ¿verdad?

La familiar voz que irrumpe sacándome de mis pensamientos, me haceapartar la vista de la copa del árbol para dirigirla hacia ella, parada juntoal banco, con un rayo de sol impidiéndome que la vea con claridad. Pero aprecioperfectamente su bata blanca. Se sienta, justo frente a mí, permitiendo queahora sí pueda verla perfectamente. Su sonrisa y su mirada, como siempre,cargada de ternura hacia mí. Aunque he de reconocer, que desde hace algúntiempo, su forma de mirarme no es como al principio. Siempre puedo notar ciertoatisbo de preocupación en sus ojos. Y he de reconocer también, que está máshermosa cada día, si es que eso era posible. PAULA GALINDO.  Esta mujer que tan importante fue en mi vida desde el momento en el que la conocí, siendo mi tutora de prácticas, después mi amiga y ahora... Ahora es más importante que nunca.

POCHE: Nunca lo había visto así. ─respondí refiriéndome al árbol.
PAULA: Llegaste aquí en pleno otoño. Es normal.
POCHE: ¿Cuánto ha pasado ya?
PAULA: ¿Me lo preguntas como si no llevaras la cuenta exacta? ─alza una ceja para ponerle más ironía a su pegunta ─
Casi un año y medio.
POCHE: Casi un año y medio ─repetí como si me costara asimilarlo
Es mucho tiempo y sin embargo, parece que hayan pasado cinco años.
PAULA: Es lo que ocurre, cuando los días se vuelven lentos y las noches largas. Y cuando tu vida, sufre en tan sólo unos meses, un cambio superior a todos los que pudiste haber experimentado en años anteriores.
Aparté la mirada de ella y permanecí en silencio un instante, analizando el significado de sus palabras.
POCHE: Deberían prepararnos para ello en la universidad, ¿no crees? ─pregunté volviendo a enfrentarla ─Deberían decirnos; Vas a empezar tu periodo de prácticas y tienes que estar lista. Alerta. Porque tu vida ya no va a ser la misma a partir de entonces. Estás a punto de experimentar el mayor cambio que has sufrido hasta ahora. Así que, si no estás preparada ─suspiré ─retírate a tiempo.
PAULA: ¿Lo habrías hecho? ¿Te habrías retirado?
Su mirada permaneció clavada sobre mí de una forma más intensa. Esperando una respuesta absolutamente sincera por mi parte, o quizás, simplemente esperando que realmente tuviera la respuesta.
POCHE: No. ─acepté por fin.
Exacto. Si alguien me hubiera advertido de cuanto iba a transformar mi vida, la decisión de hacer las prácticas en este centro, habría actuado exactamente igual. Habría venido aquella mañana, a la misma hora. Habría dejado que una desconocida, se atravesara en mi camino inesperadamente, cambiando por completo, todo lo que hasta ese día creía conocer de mí misma y del mundo que me rodeaba.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora