CAPITULO 63

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· El hombre la miro de mala gana, supongo que sin mucho ánimo de hablar, ni saber absolutamente nada. Jamás había conocido a una persona tan cerrada e insensible con su propia hija. Volvió a mirar a DANIELA, que por estar a mi espalda, no supe que expresión tenía, y de ninguna manera iba a apartar mi vista de ese hombre. Y por último, se dirigió hacia mí, con semblante serio y extremadamente frío. Encontrándose recibido por una mirada desafiante que sin querer, llevo minutos sin abandonar.
GERMAN: Esto no se va a quedar así ─Finalizó volteando al instante, dispuesto a marcharse.
POCHE: Algún día, ella va a recuperarse, va a salir adelante... Y usted se arrepentirá de todo lo que acaba de decir y hacer.
Detuvo unos segundos su marcha al escuchar mis palabras. Pero ni siquiera volteó. Simplemente esperó un instante y continuó su camino sin decir una sola palabra, seguido por PAULA y el resto de personas. Me di cuenta entonces, de que en el jardín se había creado un extraño ambiente de expectación, pues nunca sucedía nada parecido. Sentí mi pecho completamente agitado y me resultó extraño no haberme dado cuenta de ello hasta este momento. Mi corazón latía con fuerza, furioso y nervioso. Mis puños estaban cerrados, ejerciendo mucha fuerza sobre mí misma. Entonces volteé, tratando de controlar mi respiración y calmar mis nervios. Pero en el momento en que la vi, todo mi mundo se vino abajo. Tenía la mirada fija en el suelo, y podía distinguir algunas lágrimas descendiendo por sus mejillas. Esa imagen, simplemente me rompió el corazón. Y la rabia que sentía hace unos segundos, desapareció transformándose en una absoluta ternura. Dicha ternura, me hizo extender los brazos y refugiarla junto a mi cuerpo, en un intento de ofrecerle cobijo, protección, comprensión, o lo que quiera que necesitase en este momento. Ella no me correspondió. Al igual que el día anterior en el despacho de PAULA, su cuerpo permaneció inmóvil, además de tensarse en el instante en que sintió mi calor. Pero no desistí ni un segundo. Me mantuve firme en mi deseo de protegerla y poco a poco, sus músculos se fueron relajando, dándose cuenta, de que nada le iba a suceder, de que no pretendía hacerle daño. Entonces, sin esperarlo, sentí sus brazos rodearme y aferrarse a mi cuerpo con tanta fuerza, que parecía no querer que nada ni nadie la hiciera abandonar esa posición. Sus lágrimas comenzaban a mojar mi ropa. Pero no dije absolutamente nada. Simplemente permití que desahogara sus sentimientos. Que dejara salir hacia afuera, todo eso que tanto tiempo lleva guardando. Permití que sus emociones se apoderaran una a una de ella, y que por fin, recuperara su humanidad. Sintiendo en todo momento, que mi cuerpo, mi mente y sobre todo mi corazón, estaban aquí, a su lado, acompañándola.

REGRESA A MI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora