Prólogo: Amaina la Tormenta

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DORS


El mar encrespado parecía comenzar a calmarse y las nubes tormentosas en el cielo comenzaban a disiparse lentamente. Aferrado al mástil estaba el joven príncipe Karlo, el niño no debía tener más de 12 años y esta sería su primera incursión de saqueo. Dors se acercó al muchachillo y meneó su cabeza castaña enmarañada. Karlo alzó la mirada hacia su padre. Dors Kreuz llevaba sobre su cabeza un aro de hierro negro con rubís incrustados, el hombre tenía ojos grises y cabello corto marrón.

       —Tranquilo Karlo, lo peor ya pasó. —Dijo Dors. —Ya puedes soltar el mástil, eres un Stahlander, lo único que debes abrazar de esa manera, es a una mujer y a tu espada. —Dijo el rey riendo, su hijo se rio con él y luego soltó el mástil. Dors caminó hacia la proa del barco, donde su segundo al mando estaba observando el horizonte buscando tierras cercanas.

       —¡Bruno! —Exclamó el rey. El joven Bruno giró la cabeza hacia el rey, en sus manos tenía las tiras de carne seca que ahora yacían mojadas con agua salada.

      —Alteza.

       —¿Cuánto crees que falte para Norseriki? —Le preguntó Dors. Bruno entonces metió su mano en el agua, se dio cuenta que la corriente había cambiado su curso... luego alzó la mirada hacia el cielo, y notó un conjunto de nubes apiladas en la distancia.

      —Ya llegamos. —Respondió Bruno.

      Pronto la costa apareció en el horizonte, habían llegado. Dors entusiasmado comenzó a gritar. —¡Hombres preparen sus armas y equipo, que ya hemos llegado! —Gritó Dors. Todos los tripulantes de la nave vitorearon. Uno de ellos entonces tomó un pesado cuerno de guerra y lo sopló, tras ellos la flota compuesta por siete naves Stahlander se unieron en el soplido de los cuernos que creaba una ominosa sinfonía, que antecedía a la sangre que sería derramada.

        Karlo entonces fue corriendo hacia el frente, los ojos del niño se abrieron como platos mientras contemplaba la costa de arena negra de Norseriki. Se le notaba inquieto, pero estaba ansioso por ir a la batalla.

        —Míralo Bruno, todavía no ha matado a un solo hombre y ya tiene esa sed de sangre, gloria y victoria. El espíritu de Aeger vive en él.

      —La sangre Kreuz hierve en él alteza. —Respondió Bruno. —Así como en Gálica, tal vez debimos haberla traído aquí con nosotros.

      —Bruno, siempre has tenido una debilidad por mi hija. —Dijo Dors. —Ilyasbrida me hubiese matado por tan solo decirle que Gálica vendría con nosotros. Ella quiere que Gálica aprenda a ser una dama, no una guerrera.

       —Alteza, sinceramente Gálica tiene un futuro más brillante en el campo de batalla que en la sala de costura, eso es seguro. Ella se la pasa constantemente entrenando con el hijo del herrero, y ha demostrado tener una habilidad innata para la espada.

      —Hablas de ella con un orgullo de padre. —Bromeó Dors.

      —Eso es porque no puedo tener hijos alteza, entonces cuando usted y la reina me dieron a Gálica para cuidar, la he criado como mi fuese mi propia hija. —Respondió Bruno.

       —Tienes 22 años Bruno, ¿Qué podrías saber tú de ser un padre? —Respondió Dors y luego comenzó a reír. —Avisadle a Rottembaum que vamos a atracar.

       Bruno sopló el cuerno que traía colgado, el eco hizo retumbar el ambiente. Pronto se divisó un pueblo pesquero, Dors siempre había quedado impresionado, con los grandes pilares de piedra que sujetaban la imponente osamenta de la Gran Serpiente, una de las infames crías de Jurgamungander. Dors sujetó la empuñadura de su espada, no se tentaría el corazón con ellos, puesto que eran adoradores de la gran serpiente.

       Cuando los barcos atracaron en el puerto, los habitantes del pueblo comenzaron a correr, Dors descendió del barco y partió en dos a uno de los Norse que fue a su encuentro. Bruno fue el segundo y le clavó rápidamente la espada a uno de los defensores. Y Karlo dio un grito antes de lanzar un mortífero corte en la garganta de uno de los pobres hombres, la sangre cubrió su pequeño rostro, y sus pupilas esmeraldas se contrajeron ante la emoción y la adrenalina de la matanza. 

       El resto de los hombres pelearon a su lado contra los defensores mal preparados del pueblo pesquero. Para inmediatamente darse al saqueo; incendiaron las casas y saquearon los santuarios de Jurgamungander, tomaron a las mujeres como esclavas y mataron a los hombres. Una joven mujer que se alejaba de la tragedia de Norserikki, corrió con su hijo en los brazos. Dors fue tras ella y la atravesó con el espadón en la espalda obligándola a caer en la arena, su hijo, un niñato de no más de cuatro o cinco años tiraba del brazo de su difunta madre mientras lloriqueaba. Él quien tenía una larga cabellera castaña con ojos azules.

      Dors entonces levantó la espada nuevamente para matar al niño, pero su mano fue detenida por Bruno.

      —Bruno dejadme en paz. —Dijo el rey irritado por la actitud de su caballero.

      —Alteza, este niño no representa ningún problema para usted, solo mírelo, no es más que un mocoso.

       —Es un adorador de Jurgamungander.

      —Pero, aun así, sigue siendo un niño. —Respondió Bruno. El rey entonces bajó la espada. —Eres un joven de corazón tierno Bruno, pero un día ese corazón te traerá grandes problemas. —Replicó Dors. —¡Mocoso! este hombre cuyo nombre es Bruno Eisharte, te ha condenado a una vida de tristeza, arrepentimiento. Si has de odiar a alguien, ódialo a él, puesto que yo tenía pensado matarte con rapidez y perdonarte todo el sufrimiento futuro. 

La Última Reina II: Confrontación de Coronas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora