Capítulo XXIII|| La Invasión inicia

8 1 0
                                    


 HANNES


—No lo oí bien Conde Weimar. ¿Qué es lo que quiere decir con que fuimos atacados? —Preguntó Hannes. La joven reina tomó asiento y luego le indicó al conde Weimar, donde sentarse, el noble entonces se sentó en la otra silla. —Elke, serías tan amable de servirnos vino.

—Por supuesto alteza. —Elke tomó la botella de vidrio y la descorchó, luego en dos copas, vertió hasta la mitad. Para luego servírselo a ambos, Hannes la tomó, pero el Conde Weimar titubeó por un momento.

—Si quisiese deshacerme de usted, no lo haría con un vino Cibolense. Es muy caro y muy dulce como para desperdiciarlo. —Respondió Hannes. Y luego la reina tomó un ligero sorbo, el vino dulce le supo amargo, no podía creer que alguien osase invadir, no había pasado ni medio año, Y ya tenía que luchar una nueva guerra.

—¿Quién nos invade? —Le preguntó Hannes.

—Su nombre es Gálica Kreuz; dice ser una reina Stahlander. —Respondió el conde Weimar y bebió un sorbo de vino. —Ella junto a un ejército Stahlander se hicieron con la ciudad de Geldbruck.

Hannes se quedó en silencio por un momento, ella juraría que eran Norses, quienes tendrían más razones para invadir Esterreich. —Los Stahlander son supersticiosos, no pueden navegar el mar del oeste. Consideran que el demonio Jurgamungander vive en el mar. —Respondió Hannes.

—Al parecer ya han perdido el temor alteza. —Respondió el conde Weimar. —Pelean como bestias, jamás había visto hombres como ellos, quienes pelean sin temor a la muerte en sus ojos con aquellos pesados mandobles.

Hannes entonces se levantó de pronto y se acercó a la ventana, aquella ventana del despacho daba hacia el otro lado del jardín. Su reflejo parecía fundirse, casí como si ella estuviese allá afuera en los jardines.

—¿Cuántos de ellos hay? —Le preguntó Hannes.

—Mi estimación es unos tres mil cuando mucho. —Respondió el Conde Weimar. El noble se sintió extrañado con la actitud de la reina. Pues solo se quedó pensativa, con la mirada perdida en el jardín. —¿Alteza? ¿Qué piensa?

—Pienso que... esto solo es el inicio. —Respondió Hannes. —Este será el inicio de una larga serie de incursiones, años por venir. Ya rechacé pagar protección a los Norses, y ahora no pienso pagarles a los Stahlander.

—Estoy de acuerdo alteza, debemos empujarlos de regreso al mar del que llegaron. —Respondió el conde.

—No conde Weimar, Tenemos que evitar que escapen de Esterreich, será más fácil encargarnos de ellos en nuestro territorio. Hacer nuestros campos y montañas la mortaja con lo que los asfixiaremos. —Dijo Hannes.

—Bien...buscaré donde han dejado anclados sus barcos y les prenderé fuego. —Respondió el conde Weimar. —Tal vez deberíamos pedir ayuda. El Conde Ferdinand puede ser de gran ayuda, él y sus tropas de Nordenfeld podrían rápidamente...

—No conde Weimar, esta operación requiere una precisión perfecta. Llamaré al Gran Maestre Engelbert, él se encargará de esta misión. —Hannes le interrumpió, pues ella sabía que lo último que necesitaba ahora era que Ferdinand y Katrin se involucraran. No había pasado mucho desde que Hannes llegó al trono, y ahora tenía que defenderlo nuevamente.

—¿Entonces que debería hacer yo alteza? —Le preguntó el Conde.

—Ponga su condado a nuestra disposición, que sus hombres localicen los barcos. Pero que no los ataque, hasta que el Gran Maestre Engelbert haya llegado. —Respondió Hannes. —Mientras puede ser mi invitado aquí en Weissplatz. —Hannes entonces le ordenó a una de las sirvientas a llevar al conde Weimar a sus habitaciones. Dentro de aquel estudio seguían solo Hannes y Elke.

—Alteza, ¿Está segura que no deberíamos llamar a Ferdinand...como al menos protección extra? —Le preguntó Elke.

—Ferdinand es el conde de Nordenfeld, nada más. No es el comandante supremo de las fuerzas militares. —Respondió Hannes. —Esa debería ser yo. —Dijo Hannes.

—Usted alteza, pero usted no sabe luchar. —Dijo Elke.

—No tengo que luchar físicamente en el campo de batalla para ganar la guerra, Los comandantes no se ensucian la armadura en la lucha, sino que dan las ordenes. A Ferdinand le encantaba luchar en la primera línea. A Katrin le gusta luchar cuando la batalla está prácticamente ganada. No puedo depender de aquellos que pueden tratar de arrebatarme el trono a penas me descuide. —Respondió Hannes.

—Está bien alteza. —Respondió Elke. —¿Hay algo que pueda hacer en este momento?

—Sí, ¿revisaste lo que te pedí?

—Sí alteza, el herrero dice que vendrá a tomarle medidas mañana. —Respondió Elke.

—Excelente, sí alguien guiará las tropas a la victoria, esa seré yo. 

La Última Reina II: Confrontación de Coronas.Where stories live. Discover now