Capítulo VIII || Luz ambar

19 0 0
                                    


ANDREAS


Ingrid embistió una última vez contra los muslos de Andreas haciéndolo llegar al éxtasis. La mucama cayó jadeante al lado del joven caballero; quien yacía húmedo con el sudor de ambos. Las luces titilantes del candelabro, sumadas a la fogata de la chimenea que iluminaban sus siluetas con una ambarina luz los hacían sentir relajados y satisfechos. Ambos se quedaron un momento en silencio mientras trataban de recuperar el aliento, observando el techo de madera.

       —¿Entonces tú también te irás con la reina? —Le preguntó Ingrid, Andreas se retiró el sudor de la frente. Y la observó con sus ojos marrones.

      —Sí. —Respondió Andreas. —Nadie más que yo conoce Esterreich. Sé que Gálica me necesita con ella en el frente y es mi intención ayudarla con sus planes.

      —¡Oh! Yo no tengo problemas con eso. —Respondió Ingrid. Entonces la mujer se dirigió hacia el miembro de Andreas y lo estrujó suavemente. —Siempre que me des más de "esto" cuando regreses, no tienes que explicarme nada. —Aunque hay algo que me molesta... los hombres del otro lado del mar, ellos fueron tu gente alguna vez, ¿Acaso no te sientes raro? Irás a saquearlos, incendiarás casas y matarás personas...

       —No siento ningún odio por los habitantes de Esterreich, pero al mismo tiempo, tampoco siento amor por ellos. Todos los hombres que alguna vez llamé mis hermanos están muertos...no me queda nada allá. En cambio, aquí tengo muchas cosas, a mis hermanos en la Orden del Roble, libertad y... a ti, Ingrid.

        —Oh Mondesohn, al parecer te he subestimado, parece ser que también tienes una lengua de plata —Respondió Ingrid, la joven se recostó en el pecho de Andreas y recorrió con su uña los brazos de Andreas. —Me pregunto si debería preocuparme por eso...Ser Andreas Mondesohn, tiene un buen ritmo; Caballero de la Orden del Roble. Él, un extraño que llegó de otra tierra, que fue un esclavo, un hombre libre y un caballero. No me sorprendería que los bardos te compusieran una canción sobre tus proezas, las cuales estoy muy segura que serán muchas.

       Andreas se sentía algo extrañado con lo que Ingrid decía. Parecía que ella estaba más interesada en el nombre y rango, que en Andreas. Sin embargo, de igual manera el joven caballero, no tenía ni la menor idea si las mujeres Stahlander fueran tan ambiciosas. Sabía que Gálica Kreuz lo era, ella era la reina después de todo y Helga, por supuesto, ella quería ser la caballera más grande que alguna vez existió. Pero no sabía que las sirvientas también tuvieran ambiciones, cuando la mayoría de ellas solo se preocupaban por sobrevivir.

       —Si eres una mujer libre, ¿Por qué decidiste trabajar en el castillo de los Kreuz? —Le preguntó Andreas rompiendo el silencio de la alcoba.

       —¿Por qué...? Eso fue hace mucho tiempo, yo debía de tener unos ocho o nueve años, cuando fui a ver a los grisvidentes, usualmente eso es lo que hacemos aquí. Cuando un niño crece lo suficiente, visita a un grisvidente para que le revele su destino. A mis hermanas y a mi madre les dijeron que no pasarían más allá de ser siervas...pero el grisvidente que me hizo la profecía, me dijo que en mi sangre había un destino digno de recorrer la Aurora Boreal que —Respondió Ingrid, ella alzó su mano hacia el techo y comenzó a menearla de simulando ser las luces de la aurora.

       —¿No podrías llegar simplemente, por tus propios méritos? —Le preguntó Andreas.

       —Soy una mucama, soy una sirvienta. El Semental de fuego y Aeger el Dios de la Guerra solo ascienden a aquellos que han luchado en la guerra, aquellos que son dignos ante sus ojos y muchos de nosotros no podemos ascender a la aurora por lo que estamos condenados a renacer una y otra vez, hasta conseguir nuestro lugar en la Aurora.

       Andreas se quedó pensativo por un momento, si acaso el moría ¿Qué sería de su alma? ¿Acaso vendría Ahri a llevárselo con ella? ¿Acaso el Semental de Fuego lo reconocería como alguien digno para ascender por la aurora? O simplemente él se desvanecería de la existencia...

       Ambos se quedaron dormidos poco después.

       A la mañana siguiente Andreas salió temprano de su habitación y se dirigió hacia el puerto, donde podía observar los enormes barcos anclados en el puerto de Könn. Los barcos que la Condesa Silvy Pennfrost había mandado a traer desde el norte. Ese día los hombres y mujeres de armas que iban a la temporada de saqueos desfilaban por las calles como si fuesen héroes de guerra, mientras la multitud los vitoreaba y les acompañaba hacia los barcos. Entonces Andreas sintió un ligero apretón en su mano, el muchacho giró la cabeza, era la princesa Dana, Andreas estaba sorprendido como es que la niña había podido llegar hasta el puerto sin ser vista por los demás.

       —Siempre odié esto. —Dijo Dana mientras miraba a los barcos anclados y los grisvidentes arrojar cubeta tras cubeta con sangre del ganado sacrificado, pintando los cascos de las naves, Aquella debía ser su manera de bendecir aquellas embarcaciones. Muy parecido a las costumbres Esterreichii, donde se quebraba una botella de vino en los cascos como un deseo de buena suerte. Sin embargo, Andreas temía que la sangre del ganado pudiese atraer tiburones.

       —¿No te gusta ver la sangre Dana? —Le preguntó Andreas. Entonces se dio cuenta que después de todo si existía una diferencia entre la forma de pensar de Gálica y la de Dana.

      —La sangre no me importa. —Respondió Dana. —Siempre he visto sangre no tengo problema con ella, pero es que esta vez, son los animales... toda esa sangre viene de las vacas, cerdos, ovejas y cabras que sobrevivieron al invierno. Los Grisvidentes siempre eligen a los más grandes y gordos para sacrificar, podrían elegir los más débiles, pero no, espero que la ayuda de Aeger sea grande...porque siempre huele feo cuando las personas se mueren de hambre y dejan sus cuerpos en una pira al sol. —Respondió Dana.

       Andreas quedó sorprendido, Dana sabía más de lo que dejaba ver y estaba lo que no sabía es si ella era consciente de eso, Andreas sintió orgullo, puesto que algunas de las lecciones que le había dado a Dana se habían aprovechado, pero por otro lado sentía un miedo, sobre el tipo de mujer se convertiría en el futuro. Después de todo Gálica quería hacer su reino grande e importante, sin embargo, tenía problemas para entender las lecciones de Andreas, en cambio la mente de Dana era un lienzo en blanco, o una esponja que podría absorber todos los conocimientos de Andreas le diera.

       Entonces los vitoreo aumentaron en grandes bullicios. La gente gritaba a todo pulmón. —¡Gálica! ¡Gálica!¡Gálica! —Andreas alzó la mirada. Por la avenida se desplazaba Gálica Kreuz en su caballo blanco, rodeada por Ser Bruno, Reisser y otros caballeros de la orden del Roble que cabalgaron junto a ella. La reina entonces descendió del caballo y caminó hacia Andreas y Dana, vestida en su armadura con su mandoble colgado en el cinto.

      —¿Estás listo Andreas? —Le preguntó Gálica. —Tiempo de ver si es verdad todas las historias que me contaste. —Dijo la reina sonriente.

       Andreas alzó la cabeza y miró hacia el río. En dirección al este, donde sabía que le esperaba su destino y el regreso a las tierras de Esterreich.

La Última Reina II: Confrontación de Coronas.Where stories live. Discover now