Capítulo XLV: La Afronta

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RHEINE

Las tropas habían comenzado a vitorear ante la salida de los Stahlander de Geldbruck. Había sido tanto el miedo que los Esterreichii habían infundido en sus corazones que habían huido como perros con el rabo entre las patas. O era eso lo que Rheine había querido creer como el resto de sus hermanos de la Orden de Ahri. Más Rheine sentía en aquella victoria, un gran vacío en su interior.

La reina Hannes en persona felicito los esfuerzos de los valientes soldados que lucharon por liberar la ciudad, y en el Oratorio condujo una ceremonia luctuosa ante los caídos. En la alcaldía del pueblo se quedó la reina y sus allegados más cercanos. Mientras que a la orden de Ahri se les cedió las inmediaciones de los muelles para que levantaran sus carpas y tiendas. El Gran Maestre Engelbert por otro lado parecía molesto. Y difícilmente salía de su tienda de campaña. Como Rheine era el mayordomo, ella entendía mejor que nadie la ira acumulada que tendría guardada. Pues como Gran Maestre, tenía la obligación de servir a Ahri y castigar a los desertores, más habían pasado a estar bajo la protección de la reina Hannes, por lo que Engelbert estaría destinado a no ser recogido por Ahri cuando el día de su muerte llegara.

Rheine se quedó a fuera de su tienda, en sus manos llevaba el plato de latón con jamón de cerdo ahumado, y un tarro de cerveza de la celebración.

—¿Gran Maestre puedo pasar? —Le preguntó Rheine. —Le traje su cena Gran Maestre.

—Pasa de una buena vez. —Se escuchó al otro lado de la carpa, Rheine entonces entró, en su camilla, estaba sentado el Gran Maestre recargado en su espada.

—¿Por qué esa cara tan larga Gran Maestre? —Le preguntó Rheine tratando de hacerse la inocente. Rheine dejó la comida sobre la mesa. —Ganamos la guerra, los Stahlander se han ido.

—No conseguimos la victoria, nos la cedieron. —Respondió el Gran Maestre Engelbert. —Los Stahlander se fueron antes de presentar batalla. Lo que significa que ellos regresarán...

—Al menos ahora tenemos prisioneros Stahlander...sabremos sus tácticas de guerra, podemos aprender de ellos y cuando el momento llegue, estaremos listos.

—Solo hay un problema...—Respondió el Gran Maestre. —Uno de ellos es un desertor de nuestra orden. No puedo descansar, ni estar en paz, hasta que ese hombre no haya muerto. Esta es una bofetada muy grande.

—Gran Maestre Ahri no le ha hecho tan cosa. —Dijo Rheine.

—No Ahri, sino tú, Rheine. Si tan solo te hubieras quedado en Mondhaffen como te lo pedí no estaríamos pasando por esto ahora, sé muy bien que fuiste tú quien convenció a Aksel y al resto de los reclutas para contraatacar.

—Saquearon el pueblo de Zuckerwasser y aquellos que no masacraron, los habían esclavizado. Nosotros solo intentamos liberarlos. —Respondió Rheine. —Ahri estaría de acuerdo con la piedad.

—¡No lo hiciste por piedad Rheine! —Gruñó El Gran Maestre Engelbert. —Lo hiciste porque querías ser un caballero de la orden de Ahri. Lo que hiciste, no fue por piedad, sino por autosatisfacción.

—¿Acaso no me lo he ganado Gran Maestre? Toda mi vida he crecido pensando en llegar ser un hermano de la orden. Se nos crío para buscar la gloria de Ahri a través de nuestras acciones, ¿Por qué solo yo debo llevarme los regaños, mientras los demás son apremiados por sus actos en el campo de batalla?

—¡Por qué eres mujer Rheine! —Exclamó enojado el Gran Maestre. Inmediatamente el rostro de Rheine cambió, sorprendida por las declaraciones de su maestro. Al notar esto, Engelbert cambió su tono, dejó de ser furioso y trató de ser más conciliador.

—¿Y qué con eso? —Le preguntó la joven recluta.

—Sé que tu dedicación por la orden, no debe quedar sin recompensa, pero eres una mujer Rheine, nosotros...esta es una orden militar, eso significa que iremos a luchar a otros reinos y naciones. Todos esperando que alguno de nuestros sacrificios consiga el amor de Ahri. Sin embargo, eres mujer, Ahri no podrás ascender. Ella no podrá amarte, ella no podrá rescatarte, Esa es la razón por la que no te permito graduarte, a tu muerte no hay nada.

Entonces Rheine bajó la cabeza, quería llorar, pero no lo permitió, no permitiría que el Gran Maestre tuviese esa satisfacción de verle llorar.

—Ella es una diosa, las leyes del hombre no se aplican a los dioses. —Respondió Rheine.

—El amor entre dos mujeres es antinatural. —Respondió el Gran Maestre Engelbert.

Entonces se escucharon los clarines de batalla. Y ambos terminaron su conversación abruptamente, entonces los dos salieron de la tienda del comandante. Del camino norte descendían las tropas, que ondeaban los estandartes azules con el león dorado de Blauenblud. El ejército de Ferdinand había llegado tardíamente desde Nordenfeld.

La Última Reina II: Confrontación de Coronas.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ