Capítulo XV || Meine Mutter sagte mir...

15 0 0
                                    


ORNOLÚ


"Golpe tras golpe del tambor, llenaba el corazón de los hombres con valor." Un hombre con voz grave y una mujer de voz suave contrastaban sus voces en un cántico hipnótico, mientras las filas de hombres y mujeres abordaban los barcolongos, solo después de que Killi y el resto de los grisvidentes pintaran en la frente de cada uno de los guerreros una serpiente con sus dedos.

      —Que La Gran Serpiente guíe tu camino. —Respondió Killi mientras remojaba su dedo pulgar en un tazón con sangre de cabra y pintar con la sangre, la cara del hombre. El guerrero subió a la embarcación y colgó su escudo a un costado del barco, su hacha, la guardó debajo de su asiento y luego tomó su lugar junto al resto de la tripulación.

      Ornolú desfiló entre ellos, en su cinto llevaba su espada de acero cerúleo y del otro lado su hacha de guerra. Su armadura de cuero endurecido tenía un grabado de Jurgamungander enroscada en el pecho. Una pesada capa con pelaje de oso negro que ondeó en el viento. En su cara sombra negra alrededor de los ojos grises del hombre. Y sobre la cabeza, la corona de madera. Killi no pudo evitar sonreír ante aquella imagen.

      Tras él enmarcaban su importancia e imponencia, sus guardaespaldas de dos metros de alto con yelmos decorados con cornamentas de ciervos, los Varanger. El joven rey por su parte se robaba las miradas de todas las esposas de los pescadores y de los hijos de este. No había duda que el porte del hombre denotaba una gran seguridad.

      —Vaya...ahora sí pareces un rey. —Dijo Killi, Ornolú sonrió. La grisvidente entonces pintó una serpiente furiosa en su frente. —Que Jurgamungander guíe tu destino Rey de la Sal, señor de Norserikki.

      El rey entonces subió a la embarcación, seguido de sus dos Varanger. Killi subió a la proa del barco. Ornolú por otro lado se fue a sentar en la popa y esperó. Cuando el viento finalmente infló las velas cerúleas y la serpiente carmesí resaltó, fue cuando pronunció. —¡Es hora de avanzar! —Dijo el rey. Entonces uno de sus navegantes levantó el cuerno de uro que tenía bajo su asiento y lo sopló, el resto de los barcos también comenzaron a soplar sus cuernos y pronto el mar se vio llenos de velas de varios colores con diferentes motivos; serpientes, cuervos, osos, delfines y lobos.

      —¿Por qué decidiste venir Killi? —Le preguntó Ornolú a su grisvidente. —Si yo muero en Stahland, no habrá nadie que se haga cargo de Norserikki.

      —No morirás en Stahland. —Dijo Killi.

      —¿Te lo ha revelado Jurgamungander? —Preguntó el joven rey.

      —No Ornolú. Has sido tú, en este momento. —Respondió la grisvidente, la mujer se alejó de la proa y caminó hacia su soberano. Luego se sentó al lado de él. —Recuerda tu promesa Ornolú Jurgensson. Después de que hayas conquistado el trono Stahlander...

      —Lo sé, lo sé. Tendrás el heredero que tanto quieres. —Dijo Ornolú. Entonces el joven rey cerró los ojos y mientras los barcos surcaban, el rey se quedó dormido.

       En su mente regresaba a sus pacíficos días de la infancia, cuando su madre y él recorrían el sendero de las montañas hasta la punta, un camino peligroso y hermoso, de un lado los muros naturales de piedra de los riscos, del otro, el encrespado y furibundo mar chocando sus olas una y otra vez contras rocas afiladas que sobresalían de sus aguas. Cuando Ornolú y su madre llegaron a la cima de la montaña, vieron montada sobre una piedra plana un gigantesco cráneo de serpiente. Tan grande que una ballena orca podía caber en su interior fácilmente. El cráneo de una de las hijas de Jurgamungander. El cual resultaba muy aterrador para un Ornolú de seis años.

      —Orno, ven. —Le había dicho su madre, mientras la mujer se acercó a las fauces óseas de la bestia de otro tiempo. Se notaba una gran seguridad en su porte. Delgada, de largo cabello azabache y un ojo cerúleo y el otro grisáceo. Una mujer relativamente joven de rostro alargado y pecas en las mejillas. La madre de Ornolú sacó de entre las faldas de su vestido de lana, un cuchillo para carne. La hoja estaba vieja y mellada. Ornolú sintió miedo, sabía lo que su madre quería hacer...pero aun así fue. —Bien Orno, no tengas miedo. ¿Sabes a quien pertenece esta osamenta?

      Ornolú sabía la respuesta, pero no quería decirlo, así que negó con la cabeza.

      —Esta de aquí es Helgi. Una de las hijas de Jurgamungander. —Respondió la madre de Ornolú. Hace eones, Aekir el demonio águila, montó su salvaje corcel de fuego y arrojó a Jurgamungander al océano, desterrándole de su guarida, para hacer de ella su fortaleza. Sin embargo, en el fondo de su guarida estaban sus huevos. Aekir rompió con su lanza dorada todos los huevos para matar a sus crías en el interior. Sin embargo, tres huevos eclosionaron y tres de ellas escaparon. Kamos, Bleinablum y Helgi. Kamos cuyas escamas eran tan fuertes como el acero cabó en la tierra y se ocultó en el interior del planeta, Bleinablum el ser más hermoso que el mundo haya visto jamás, mitad mujer, mitad serpiente marina, quien escapó al mar en busca de Jurgamungander. Y Helgi que huyó al norte, ella se enroscó en un peñasco que sobresalía del agua y desde ahí esperó a su venganza. Entonces el cuerpo de Helgi se petrificó, su carne se volvió tierra y piedra de donde brotó césped y bosques. Su sangre se convirtió en agua y su veneno en sal. —Respondió su madre. —Norseriki es Helgi, y los Norse les debemos nuestra vida a Helgi y nuestra existencia a Jurgamungander. Entonces la madre de Ornolú le hizo una cortada superficial a la mano del niño.

     Ornolú comenzó a lagrimar.

      —No llores mi niño. —Respondió su madre con una suave voz. —El dolor es lo único que podemos darle a Helgi por su sacrificio. Lo único que podemos ofrecer a La Gran Serpiente. —Entonces la mujer sacó a relucir del interior de su camisa de lana el collar de obsidiana; un aro negro con un grabado de una serpiente que se devoraba a sí misma. La madre de Ornolú entonces se cortó también la mano y la colocó sobre la blanca osamenta de la serpiente gigante. La palma de su mano quedó marcada. Ornolú entonces se acercó hacia la gran serpiente y también colocó su manita sobre el hueso. Ambas manos quedaron una junto a la otra.

      El sueño de Ornolú terminó, el joven abrió los ojos ya se encontraban en alta mar, los barcolongos surcaban las olas con gran eficacia, sin resaca ni contragolpe. El viento había sido benigno en todo momento. Un viento divino mantenía infladas las velas. Cómo si el mismísimo Jurgamungander estuviese soplando con vigor. Ornolú entonces sacó del interior de su armadura de cuero el aro de obsidiana con motivo de serpiente.

      —Lo único que podemos ofrecerle a La Gran Serpiente es nuestro dolor. —Dijo en voz baja Ornolú.

      —¿Dijiste algo? —Le preguntó Killi al rey.

     —Que ya estamos cerca. —Respondió Ornolú.

     —Buena broma. —Respondió Killi. —Apenas llevamos medio día surcando en mar.

     —¿Crees en mí Killi? —Le preguntó entonces El Rey de la Sal.

    —Sí... ¿Por qué lo preguntas?

     —Porque allá en el horizonte está Stahland. —Respondió Ornolú.

     Killi entonces giró la cabeza hacia el horizonte, quedó boquiabierta cuando vio como sobre la bruma que llenaba el horizonte, brotó un risco de color azul. Finalmente habían llegado a Stahland, finalmente Ornolú había llegado a su destino y estaba un paso más cerca de concretar su venganza.  

La Última Reina II: Confrontación de Coronas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora