Capítulo L: El deshonroso plan

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ORNOLÚ

Aquella mañana El Rey de la Sal apreció las grandes columnas de humo, que procedían del interior de Könn. El hedor de los cuerpos calcinándose podía llegar hasta el campamento. El joven monarca sonrió. En sus manos llevaba un cuerno repleto con hidromiel. Ornolú dio un sorbo y luego le habló a su acompañante.

—Pronto la ciudad habrá caído. —Pronunció el Rey de la Sal. Detrás de Ornolú apareció Killi. La grisvidente llevaba en sus manos un cáliz de latón, de donde bebía lo que podría ser cerveza, o vino. Ornolú no lo sabía muy bien. Después de todo Killi había desarrollado cierto gusto por el vino Romalio de las cavas de Rottembaum.

—No puedo creer que hayas optar por este camino nada glorioso. —Respondió la grisvidente y le dio un sorbo al cáliz.

—¿Acaso desapruebas mis métodos? —Le preguntó el Rey de la Sal.

—Es una cosa matar a tus enemigos usando las armas, pero otra muy diferente, invocar una enfermedad para acabar con ellos. ¿De donde sacaste tan retorcida y denigrante idea? —Le preguntó Killi a Ornolú. El Rey de la Sal sonrió.

—De los conquistadores Cibolences, ellos usaron la misma estrategia contra los nativos de Ameria. —Respondió el monarca. Además, yo no he sido quien ha invocado la enfermedad, han sido ellos mismos. Replicó Ornolú, mejor dicho, los cadáveres de sus hombres provocaron la enfermedad.

Ornolú entonces regresó al campamento, los norses llevaban pañuelos sobre la cara cubriéndose la nariz y la boca, así mismo en grandes ollas hervían agua y agregaban musgo negro en el interior. Entonces Ornolú también tomó el paño que tenía en el cuello y se lo colocó en la cara. Killi hizo lo mismo cuando el hedor de "La Fosa" se hizo insoportable.

Los dos se acercaron a un agujero hecho en el suelo, donde había agua estancada u los cadáveres descomponiéndose de los caballos y de los soldados muertos. Las moscas revoloteaban alrededor.

—Contaminar el suministro de agua de Könn... has caído muy bajo esta vez Ornolú. —Respondió Killi.

—¿Podrías creer que ha sido La Gran Serpiente, quien me ha revelado este plan? —Le preguntó Ornolú a su grisvidente.

—No. —Respondió Killi.

Entonces se acercaron cinco hombres. por sus armaduras completas y sus grandes espadones colgados en la espalda, Ornolú supo que se trataban de los guerreros Stahlander del conde Rottembaum. Y entre ellos estaba él mismo. Rotembaum tenía un pañuelo con el que se cubría la nariz del hedor de la fosa. El conde miró disgustado la sopa repugnante que yacía en el fondo de la poza. Pues el agua se había tornado gris y de consistencia lechosa.

—Rey Ornolú, tenemos que hacer algo. La ciudad no aguantará por mucho más tiempo. —Respondió el conde Rottembaum. —Si atacamos ahora, podremos poner fin a este sitio y finalmente, terminar con esta cruel tortura.

—¿Terminar? Yo simplemente estoy impartiendo justicia, por todos los Norse que han sido asesinados por los Kreuz.

—Alteza, ¡tiene que terminar esto! —Exclamó el conde Rottembaum. —Esta enfermedad que ha desatado sobre la ciudad es una calamidad, es como fuego salvaje. Cualquiera se puede enfermar, incluyendo a la princesa Dana.

Era la primera vez que Friedrich Rottembaum levantaba la voz contra Ornolú. Y esto no sorprendía al Rey de la Sal, después de todo él también era un Stahlander, y la única razón de apoyarlo era su estupida redecilla con los Kreuz.

—Tranquilícese conde Friedrich, solo es una broma nada más, no le pasará nada a la niña princesa, lo juro por La Gran Serpiente. —Respondió Ornolú. —Pero tiene razón conde, ya va siendo hora de que terminemos con el sitio de Könn.

—Bien. —Respondió el conde. —Le diré a mis hombres que se preparen para un asalto a los muros de...

—No será necesario conde Rottenbaum, tomaremos Könn, sin perder a un solo hombre, tal como se lo he prometido. —Respondió Ornolú. Entonces el rey volteó a ver a Killi. —Te demostraré como es que fue La Gran Serpiente quien me reveló esta grandiosa idea Killi.

—¡Stanislav! —Exclamó Ornolú. Entonces de una tienda salió el guardia Varanger, el hombre de dos metros de alto, era de larga cabellera rubia platinada, con ojos azules, se trataba de un hombre es sus treintas. El hombre se colocó inmediatamente su yelmo con los cuernos y se fue caminando hacia el rey. De todos los presentes, el varanger era el único que no se cubría la nariz de la fetidez.

—Ah sus órdenes alteza. —Respondió el varanger dando una ligera reverencia.

—Quiero que vayas a la ciudad y diles que el Rey de la Sal está dispuesto a parlamentar con la princesa Dana. Dile que estamos dispuestos a terminar con este sitio, si y solo si rinde la ciudad ante mí.

El hombre asintió con la cabeza, Sin embargo, el conde Friedrich irrumpió.

—La princesa Dana, nunca rendirá la ciudad ante ti, no hay forma de que seas capaz de comprobarle que eres tú quien esparció la enfermedad en la ciudad. —Respondió el conde Rottembaum.

—Oh, pero sí lo hará. —Respondió Rottenbaum. Y después tomó un pequeño vial de cristal que yacía en una caja de madera, luego el rey se acercó a una de las ollas hirvientes y tomó con el cucharón un poco del líquido y lo vertió en el interior del frasco. Luego tomó un corcho y cerró el frasco. Finalmente, se lo pasó a su guardia. —Dile a esa princesita, que, si quiere la medicinas para su gente, rendirá la ciudad.

El varanger tomó el frasco con el líquido verdoso y lo colocó en una pequeña bolsita de cuero que colgaba de su cinturón.

—Considérelo hecho, mi señor. —Respondió el Varanger. 

La Última Reina II: Confrontación de Coronas.Where stories live. Discover now