Capítulo XLII: La fuga

2 0 0
                                    


ANDREAS

Lo primero que sintió fue el balde de agua helada cuando cayó en cabeza y en su torso desnudo y herido por las torturas que el resto de los miembros de la Orden de Ahri habían infringido en su cuerpo. Tres hombres habían entrado a la carpa donde tenían a Andreas y a Reisser. Los hombres los levantaron a golpes, jalones y empujones y los obligaron a vestirse para la ocasión. Les quitaron las esposas que los ataban a los postes de madera y les colocaron grilletes en los tobillos, en las manos y en el cuello.

De los dos, fue Reisser quien intentó resistirse al principio, pero la tortura, el hambre y el frio habían acabado con su fuerza y resistencia por lo que solo podía dar pequeños gruñidos mientras le amordazaban. A pequeñas zancadas fueron sacados del interior de la carpa y arrojados a uno de los carros de suministros. Mientras los dos se reincorporaban. Pudieron observar como en el campamento, las tropas comenzaban a movilizarse. Los soldados tomaban las espadas, las picas y las ballestas. Se vestían con los petos, grebas y guanteletes.

—¿Qué está pasando Andreas? —Le preguntó Reisser al muchacho. Sin embargo, Andreas no sabía que responder, lo primero que se le ocurrió es que iban a un ataque. Pero también era posible que decidieran desmovilizar el campamento.

—No lo sé. —Respondió Andreas. —Entonces pasó junto a Andreas aquel muchachillo que había sido responsable de la trampa que había terminado con la incursión de Andreas y Reisser en Zuckerwasser. El muchachillo miró al cautivo con desdén. —Oye, ¿Qué está pasando? —Le preguntó Andreas.

—¿Qué no es obvio desertor? Es la hora de la batalla y ustedes dos van a tener un puesto muy importante en ella. —Respondió el muchachillo y luego golpeó tres veces con su puño enguantado el carro. El conductor entonces arrió a los caballos y el carro de prisioneros comenzó a alejarse.

Reisser se alegró y siendo optimista le dijo a su compañero de celda. — ¡Ya oíste Andreas, la reina Gálica viene a salvarnos! Solo tenemos que sobrevivir, y ya estamos cerca.

"No, no podría ser tan fácil". Pensó Andreas, más no dijo nada y solo se quedó pensativo.

—¿Qué ocurre Andreas, por qué esa cara tan larga? —Le preguntó Reisser.

—Si Gálica aprendió algo de lo que le enseñé entonces no peleará, porque esto definitivamente es una trampa. —Respondió Andreas.

Poco después llegaron a un claro en medio del camino Norte, Andreas lo recordaba cuando salieron hacia Zuckerwasser. Las arboledas en los alrededores podían mantener resguardados contingentes de soldados, tal vez arqueros, tal vez caballería. Cualquier cosa podría ser posible. En un palanquín estaba ella, La reina Hannes sentada en su silla de mando mientras observaba desde lo alto la batalla, pero al mismo tiempo lo suficientemente cerca para poder comandar a sus tropas. Los hombres bajaron a Andreas y a Reisser del carro y los colocaron en una plataforma que habían construido a los pies del palanquín de la reina Hannes. Entonces ahí fue cuando Andreas supo que los estaban usando como anzuelo para atraer a Gálica.

—¡Mierda! —Exclamó Reisser cuando se vio nuevamente amarrado al poste en la plataforma.

—¿ya te diste cuenta? —Le preguntó Andreas.

—Sí, ¿Crees que la reina Gálica esté dispuesta a pelear solo por nosotros?

—Gálica definitivamente lo haría, después de todo ella quiere ver Weisstadt. —Respondió Andreas. —Pero Gálica Kreuz, reina de Stahland, sería una tontería que lo hiciera.

Entonces se escuchó un cuerno de guerra en la distancia. Y un jinete apareció haciendo galopar a su montura hasta quedar exhausto. Luego el hombre descendió y caminó entre las líneas de hombres formados para la batalla hasta llegar al palanquín de la reina. Andreas lo miró subir hasta la reina Hannes. Y le susurró algo en el oído y la reina quedó confundida con lo que el soldado le dijo. Se acercó entonces el gran Maestre Engelbert y habló con ella, el gran maestre sonrió ante la noticia.

Entonces la reina se levantó de su silla de mando y descendió hasta la plataforma donde tenía a sus prisioneros encadenados a los postes de madera.

—Gálica Kreuz se ha ido. —Dijo la reina Hannes. —Abandonó la Geldsbruck junto gran parte de todo su botín. Sus barcos tampoco están anclados en Möwenbucht.

—¡Miente! —Exclamó entonces Reisser. Sin embargo, la reina ignoró por completo a Reisser. Y se enfocó en Andreas.

—La cuestión es, ¿Qué hacer con ustedes dos ahora? —Preguntó amenazadoramente la soberana de Esterreich.

La Última Reina II: Confrontación de Coronas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora