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Natán retrocedió sin poder creer lo que veía, estaba atónito y los recuerdos daban mil vueltas en un solo segundo. Sintió como el cuerpo se le volvia más liviano y sin darse cuenta dejó caer el teléfono en el piso.

—Parece que has visto un fantasma—dijo el hombre pasando al lado de Natán y entrando a la casa.—Yo sé que quisieras verme como fantasma pero lamentablemente aquí estoy, sigo vivo.

Natán se giró para mirarlo mientras este caminaba por la sala.

—¿No vas a preguntarme por qué estoy aquí?—siguió—Ya sé que no te gusta hablar mucho pero al menos deberías saludar.

Natán bajó la cabeza intentando no cruzar miradas.

—No le he dicho que pase—replicó.

El hombre mostró una sonrisa en son de burla por el reciente comentario de Natán.

—Disculpa—se sentó en un sofá y cruzó la pierna—no pensé que te molestara. De todas formas no he venido a entablar una conversación civilizada contigo.

—Solo le pido que respete mi casa.

—Ah, ¿Es tu casa?—dio un vistazo alrededor—muy bonita, te felicito.

—No me importa a que haya venido, sea lo que sea estoy seguro que no tengo ningún interés.

—Cálmate, no vine a discutir, y que quede aclarado que tampoco a renovar nuestros lazos familiares. Eres el peor error de mi vida. Si hay alguien que odie tu existencia, ese soy yo. Aunque te prefería en aquel orfanato que muerto, eso ya lo sabes.

—Le pido que se vaya—señaló Natán más austero.

—¿No me dejarás terminar?, Eres el peor hijo irreconocido que alguien pudiera tener, aunque parece que te has superado—dijo volviendo a observar alrededor de la sala.—pero a pesar de que te repudie con todas las fuerzas, sería demasiado inmoral no cumplir con mi deber.

—No es de mi interés saber lo que piensa o siente por mí, por favor, le pido que se retire.

El hombre se levantó del sofá y caminó despacio hasta Natán. Creyó que realmente estaba obedeciendo y que se iría como se lo acababa de pedir, hasta que se detuvo frente a él.

—No sabes cuánto te odio—pronunció el hombre—si por mí fuera no te habría dejado nacer.

Natán lo miró con un nudo en la garganta, sintiendo que le hervía la sangre por la ira que comenzaba a aflorar, no podía olvidar a aquel hombre encima de él, golpeándolo hasta el cansancio.

—Fuera de mi casa—exclamó Natán en voz baja y con los ojos saltados.

—Ojalá te hubiera matado aquel día, si no fuera por mi mujer...

—¡Largo!—gritó Natán.

—Si no fuera por mi mujer—volvió a decir el hombre con nostalgia—en paz descanse.

De repente Natán volvió en sí, y el peso de la rabia disminuía al tiempo que recordaba a la mujer.

—No sé si entiendas de qué hablo—siguió el hombre como si nada—es sólo por ella que estoy aquí.

Natán miró hacia el piso en dirección al teléfono que había dejado caer.

—Todos mis hijos, han hecho grandes cosas, mis hijas también claro. Pero ninguno lo hubiera hecho sin mi ayuda y mi dinero. Ahora veo que tú no has necesitado de mí, eso me deja tranquila la conciencia, saber que nunca has necesitado de mí.

—¿Que le pasó a ella?—preguntó Natán sin poder olvidar a la señora.

—Ah, un aparatoso accidente, hace tiempo. Pero hablemos de ti primero.

—Pensé que yo no le importaba.

—Te aseguro que me importa más la mascota de mi empleada, pero resulta que eres tú quién lleva mi sangre y no sería justo si te dejo por fuera de la herencia.

—¿Qué?

—Así es. He decidido tomar responsabilidad, ahora que probablemente no me queda mucho tiempo. Voy a heredarte como a uno de mis hijos, aunque ellos ya tienen su parte, me han quedado algunos bienes y no tengo a nadie que se haga cargo si muero.

—No quiero su sucio dinero—renegó Natán.

—No tienes que querer, son tuyos legalmente, así que no te molestes en mostrarte rogado.

—No quiero nada que venga de usted, como ya lo ha visto, no lo necesito.

—Yo tampoco lo necesito, ¿Pero qué hago con eso?, ¿Arrojarlo a la basura?

—Sería lo mejor.

—Lo que hagas con ello es tu problema, yo cumplo mi parte.

El hombre volvió a pasar cerca de Natán y salió por la puerta decidido. Natán cerró bruscamente apenas estuvo afuera. Se deslizó en la puerta hasta caer sentado en el piso, todavía sin asimilar la visita de su padre.

Sus palabras calaban dentro aunque no era la primera vez que las escuchaba. Si su padre lo odiaba, él todavía más, y había una voz adentro que le repetía que tenía que amarlo, al mismo tiempo que lo invadía la frustración al no ser capaz de sentir nada bueno por él.

Tomó el teléfono que estaba cerca en el piso y lo tiró contra la pared de en frente. Miró como se dispersaban los pedazos en distintas direcciones dejando el aparato inservible. Se levantó todavía más furioso y golpeó la pared unas cuántas veces hasta que le sangraban los nudillos, imaginaba que era su padre quien estaba al frente diciendo aquella zarta de tonterías. Se quedó un momento mirando la pared con el aliento agitado de golpear.

Recorrió la sala tirando todo lo que estuviera a su paso, jarrones, cuadros, adornos, televisión.
Hasta que ya no pudo más y se tiró al piso casi agonizando, sin poder sacar el llanto ni gritos, ni risas. Sintiendo que era miserable, que la vida no era lo bastante buena como para esperar algo de ella. Se acurrucó en posición fetal, con un terrible ardor en las manos por los golpes y un mayor dolor en el corazón.

Siempre Betsy (Parte 2)Where stories live. Discover now