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Natán regresó a la sala. Louis ya se había retirado para volver con su familia. Se tomó un café cargado como si estuviera muerto de sed y se retiró en el sillón más alejado. Volvió a levantarse solo para pedir otro café y tomárselo de la misma forma. Sería una larga noche.

Pasaron las horas y recorría la sala de un lado a otro, había bajado dos veces para tomar aire y finalmente había logrado dormise en el mismo sillón. Estaba casi amaneciendo, aunque todavía se veía oscuro como si fuera la media noche. Natán abrió los ojos desorientado y se irguió para despertarse completamente, no sabía exactamente por qué de repente se había despertado, aunque su sueño había sido superficial.

—Yo me voy cuando quiera—escuchó decir.

Se había quitado el saco y fue lo primero que buscó al sentir un poco de frío.

—Nadie va decirme qué hacer.

Miró hacia la salida de dónde provenía la voz. Algunos doctores estaban reunidos y no podía saber con exactitud lo que sucedía.

—Debe volver a la habitación.—dijo uno de los doctores.

—De ninguna manera, me voy a mi casa y nadie puede detenerme.

Natán se levantó al notar cierta familiaridad en la voz.

—Señor Ferd...

La puerta del ascensor se cerró y los doctores golpeaban sabiendo que no podrían hacer nada.

—¿Qué ha pasado?—dijo Natán detrás de ellos.

—El señor Ferd se ha ido, no quiere estar en el hospital...

Natán abrió la puerta que llevaba a la escaleras y corrió hacia abajo. Cuando llegó al parqueo el auto de su padre ya se había retirado. Entró rápidamente al suyo y condujo a toda velocidad con intenciones de alcanzarlo.

Después de dos kilómetros pudo reconocer el auto detenido en un alto. Tal vez no podría detenerlo, pero al menos sabría hacia donde se dirigía.

La debilidad del desvelo lo invadía, sentía los párpados pesados y como si todo se moviera a cámara lenta. El sol comenzaba a aparecer haciendo contraste con la neblina. Natán golpeó el volante con ira, después de lo que el doctor le había dicho, estaba seguro de que su padre también estaba al tanto de su propia condición. ¿Cómo podría escaparse? Pensaba solo en sí mismo y en nadie más.

Siguió el auto sin acercarse demasiado, cuidando que él no se diera cuenta que iba detrás. Media hora más tarde se desvió en un callejón con palmeras a ambos lados, parecía un lugar privado. Poco a poco fue reconociendo y sus recuerdos le fueron dando las pistas que necesitaba.

De repente ya no estaba en su auto, sino en el de una mujer desconocida, el iba atrás con el cinturón puesto. Las puertas bien cerradas, lo había comprobado al intentar abrir un par de veces. Miraba por el espejo retrovisor como ella lloraba desconsolada, parecía tener un ataque, los ojos azules enrojecidos le echaban un vistazo de vez en cuando.

Tenía miedo, ella lo había metido al auto por la fuerza, aunque al principio gritó, ella intentó calmarlo, ahora el quería hacer lo mismo, le daba pena, iba a llorar también.

Era el mismo callejón, unos cuantos metros más y se toparían con un enorme portón. Se abría automáticamente después de confirmar el nombre, seguramente lo dejarían entrar, no tenían opción, ahora era su casa.

El señor Ferd entró y el portón se cerró detrás de él. Natán se parqueó enfrente y esperó a que preguntaran.

—Soy Natán Ferd—una sensación incómoda lo invadió al pronunciar su nombre con ese apellido.

Esperó unos segundos hasta que finalmente abrieron. Avanzó por una calle adoquinada rodeada por muchos árboles. De a poco se fue notando una elegante mansión blanca, con fuentes en el jardín y una lujosa fachada. Recordaba lo pequeño que se sentía. Nunca pensó volver ahí.

—Estás en casa—resonó la mujer en su cabeza, casi como una voz audible.

Natán salió del auto tan pronto había soltado el pedal. Corrió hacia arriba de los escalones hasta una enorme puerta doble.

Tocó repetidas veces. Alguien abrió la puerta y antes de detenerse a comprobar quién era entró sin perder más tiempo.

—Natán—escuchó detrás.

Estaba seguro que no era su padre, así que siguió caminando hasta la sala.
No lo encontró por ninguna parte de la planta baja, aunque se había saltado algunas puertas que no pudo abrir. Miró la persona que lo observaba desde la puerta, casi podía acordarse de su rostro pero no lo logró.

—¿Dónde está el señor Ferd?

Una señora corpulenta con un vestido muy elegante le señaló las escaleras. Natán no se detuvo y siguió la dirección de su mano. Subió corriendo y caminó por un pasillo donde sabía que estaban las habitaciones a ambos lados. Giró a la derecha, había recordado la oficina, la mujer lo llevó ahí para conocer a su padre. No estaba tampoco ahí. Se desvió en una puerta abierta y finalmente dio con él. Lo vio sentado en un sofá mirando la ventana. Entró sigiloso y se acercó sin entender por qué lo hacía.

—No debería estar aquí.

El señor se sobresaltó y volvió a mirarlo con una terrible sorpresa. Tenía el rostro demacrado, se veía débil e incapaz de poder responderle, pero lo hizo.

—Lo mismo digo.

—Escapó del hospital, debe volver.

—¿Desde cuándo te importa?

—No me importa—fue directo. Se paró de frente esperando verlo a la cara. El señor mantuvo los ojos fijos en la ventana.

—No juegues al hijo, te ves más idiota que de costumbre.

—Entonces usted al menos debería jugar al padre, piense en sus cinco hijos.

—No me digas qué hacer.—alzó la voz.

Natán no pudo evitarlo y dejó que la ira se apoderara de él.

—¡Se está muriendo!

—De todas formas lo haré algún día, en un hospital o en mi casa.

—Debe irse de aquí, debe volver al hospital.

—No te permito que me des órdenes y menos en mi propia casa.

—Le recuerdo que esta es mi casa. Lo dice mi firma y su voluntad.

Siempre Betsy (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora