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Natán no tuvo tiempo para pensar ni de procesar todo lo que ocurría en su vida, las llamadas y mensajes inundaban a cada minuto, ya fuera por temas de negocios o tan solo para dar alguna  información. Poco a poco se saturaba más, al despertar ya habían cientos de mensajes y llamadas en el buzón, y por la noche solo podía tirarse sobre la cama y quedarse dormido. A veces solo abría la puerta, se quitaba los zapatos y se envolvía en las sábanas.

Betsy esperaba ansiosa las llamadas por la mañana, pero después de dos semanas nunca llegaron. Comenzaba a desesperarse, además de que aún había asuntos que no habían discutido con profundidad y no estaba del todo claro el estado de su relación.

Al menos los mensajes si llegaban, pero Natán no pasaba de decir buenos días o buenas noches. Betsy incluso había pensado en visitarlo, quizá si se veían a solas podrían hablar con libertad y él le aclararía sus sentimientos.

El domingo anterior Natán había llegado a la iglesia con Fernanda, no se sentó en el mismo lugar de siempre al lado de Betsy, aunque la saludo con un abrazo y también a su familia, el momento no pasó a más.

El domingo siguiente volvió a llegar con Fernanda, está vez solo saludó a Betsy y salió rápidamente de la iglesia.
Betsy no sabía qué pensar, hacía algún tiempo Fernanda no era una persona de fiar, si bien confiaba plenamente en Natán, no podía esperar lo mejor de Fernanda.

Decidió hablar con su hermana, quien siempre la escuchaba y estaría presta a darle un consejo, Betsy la acompañó a hacer las compras, así podría ser de ayuda y le daría la oportunidad de conversar plácidamente.

—¿No sabes por qué Fernanda está en la ciudad?—preguntó Andrea empujando el carrito de compras todavía vacío.

—No lo sé, pero no creo que deba pensar demasiado en eso. Quiero creer que sí ha cambiado.

—Bueno, eso está bien, pero no pienses tan bién de la gente y menos si es Fernanda.

—Ah, Andrea, Fernanda no es el problema y tampoco puedo culpar a Natán, él es tan reservado.

—Pero al menos debería sacar un tiempo y aclarar las cosas.

—Con él nunca se sabe, casi estoy acostumbrandome, hay que darle tiempo aun para saludar.

—Betsy, pero tú deberías poner límites, si te sientes mal porque no te ha dado atención deberías hablarlo.

—Tengo el presentimiento que se le pasará.

—No, no digas eso. Se volverá a repetir y eso es lo peor, creerá que está bien lo que hace y a ti siempre te afecta.

Andrea se detuvo en la verdulería y escogió algunos tomates.

—No dejes pasar la oportunidad, tienes que hacer que se dé cuenta.

Betsy le ayudó a llevar el carrito esta vez. Con el tamaño de su panza solo podía sostenerse la espalda y ningún esfuerzo de más.

—Está bien, hablaré con él.

—Habla con él y sé directa, aunque no lo creas los hombres también manipulan.

Betsy se echó una risilla al notar la expresión seria de Andrea.

—Hablo en serio—objetó Andrea—Cuando Erick  y yo éramos novios, él siempre quería salir con sus amigos y dejarme de lado, pero ¿Sabes qué hice?, Me paré duro y entonces tenía que llevarme con él, si realmente queríamos avanzar en nuestra relación debíamos tener todo en común, ya sabes, mismas personas.

—¿Qué sugieres?—preguntó Betsy arrimando el carrito a la fila.

—Involúcrate más en su vida, no es que debes mantenerlo vigilado ni ser ostigosa, más bien interesarte en lo suyo. Sé más abierta con él.

—Bueno—dijo Betsy acomodando los productos en el mostrador—lo intento, pero él no colabora, ni si quiera conozco a alguien de su familia y nunca me ha presentado a un amigo.

—Tal vez eres tú la que ha fallado, al menos pídele que te presente a su madre.

Betsy hizo un gesto de desacuerdo.

—Vive en otro país, como ves es complicado.

—No importa, podría ser por teléfono.

—Bien—se encogió de hombros—hablaré con él.

Betsy tomó las bolsas de compras y se dirigió a la entrada, su hermana caminó delante de ella y abrió la puerta.

—No te dejes manipular.

Natán conducía rumbo al hospital, debía terminar algunos papeleos antes de volver a casa. Había pasado todo el día de un lado a otro entre el hotel y el club de polo. Nunca se había sentido tan agotado como en ese instante, le parecía que en cualquier momento caería tumbado sobre el volante, los ojos casi se le cerraban solos.

Aun con todo no podía pensar en nada más que en negocios y la cantidad de nuevos deberes. Cuando se hubo parqueado, salió del nuevo auto que había heredado, le entregó las llaves al valet y se metió al ascensor. Llegó hasta el piso de arriba donde estaban las oficinas. Caminó sigiloso por los pasillos, percibiendo los rayos de sol que traspasaban los ventanales. Abrió la última puerta a la izquierda sin percatarse que estaba ocupada.

—¡Nate!

La voz entonada lo hizo volver en sí e ignorar el cansancio que lo sofocaba.

—Brandon—se acercó después de abrir la puerta.—¿Qué haces aquí?

—No—se levantó el otro tendiendo la mano—¿Qué haces tú aquí?

—Se dice que soy medio dueño.

—¿Sí?—exclamó alegre—no lo creo.

—Hace sólo dos semanas.

—O sea que...¿Mi padre te dio su parte del hospital?

—Eso creo, más bien...me heredó.

—Increíble, ¿Cómo pasó?

—Te contaré después.

Ambos se sentaron, Brandon detrás del escritorio y Natán en frente.
—Pues, yo soy ahora tu socio—continuó Brandon.

—Bueno.

—Soy el dueño de la otra parte.

—Bien.

Natán comenzó a contarle acerca de su herencia, Brandon escuchaba con atención sin poder creer lo que escuchaba. Más tarde le asignó una oficina del otro lado del pasillo. Aunque probablemente Brandon estaba más emocionado que Natán, este también compartía cierta alegría al encontrar a alguien conocido y que compartiera su misma fe.

Siempre Betsy (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora