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El señor se levantó a duras penas, sosteniéndose al reposabrazos del sofá.

—No le digas a Brandon—dijo más calmado.

—Merece saberlo.

—Al menos por él.

—No puedo afirmarlo, le diré apenas esté aquí.

—Nunca podrá perdonarmelo.

—De todas formas, usted merece su rechazo, el rechazo de cualquiera.

—Supongo que te alegras mucho de mi desgracia—se echó una risa algo triste.

Natán miró el suelo. Recordó por un momento, él en el piso perdiendo el conocimiento, lo último que escuchaba eran los gritos de la mujer pidiendo que lo soltara. Ella se había metido a defenderlo, pero su padre la había apartado con una bofetada. Él la miró borroso y cerró los ojos dejándose morir.

—Será la mejor parte de la herencia, su carta de defunción—respondió con una sonrisa.

Un chirrido de visagras los distrajo, Brandon entró por la puerta logrando un sonido sordo en el piso con cada paso.

—¿Qué ha pasado?

Natán temía que él hubiera escuchado la conversación con su padre, así que se apresuró a responder.

—Se ha escapado del hospital.

—El doctor me dijo, vine a llevarlo.

—Convéncelo, tal vez logres que te escuche.

Natán se encaminó a la salida, le dio una mirada de apoyo a Brandon y se alejó por la puerta.

—Papá eres muy terco—fue lo último que escuchó.

Regresó por el mismo pasillo reviviendo innumerable recuerdos que no sabía si realmente los había vidido o solo eran imaginaciones.

Logró reconocer la puerta de la habitación que le había asignado la mujer, nunca supo su nombre, siempre le decían madre o señora a excepción de su padre que la llamaba cariño. Bajó las escaleras sostenido al barandal, se sentía débil. Dio un largo bostezo al llegar abajo.

Se dio cuenta que la sala estaba ocupada. Tuvo una especie de dejavú, la mujer era igual, cabello castaño recogido, ojos grandes y azules, ella lo miró con una sonrisa, él le respondió, ¿Acaso estaba alucinando? Se agarró la cabeza y cerró los ojos, no podía estar pasando, ella estaba muerta, al menos eso le habían dicho.

—¿Natán?

Abrió los ojos y se dio cuenta que la mujer se estaba acercando.

—¿Eres Natán?

La voz era diferente, la cara era la misma.

—Sí.

—Soy Emma.

—¿Emma?

—Tu hermana.

Natán logró recordar, después de dieciocho años ella debía tener la misma edad de su madre. Solo la vio una vez, cuando Brandon cumplió años y lo habían obligado a tomarse una foto con la familia. En ese entonces era una chica de unos veinte años. Había escuchado que llegaba del extranjero dónde asistía a la universidad.

—¿Está todo en orden?

La miró a los ojos volviendo a la realidad.

—Sí.

—Acabo de llegar, ¿Sabes algo de mi padre?

—Está con Brandon ahora.

—Me alegra conocerte al fin, Brandon me ha hablado de ti, también mi padre.

—El placer es mío.

La mujer caminó hacia el sofá dónde había estado sentada. Natán la seguió y se sentó cerca.

—Así que, ahora es tu casa.

Natán asintió indiferente. Al parecer todo el mundo estaba al tanto.

—Mis hermanos vendrán pronto, estarán contentos de conocerte.

—Por lo visto no habrá mucho por saber.

—Eso sí—ella se rio—papá ha hablado con todos sobre ti. Aunque su decisión de heredarte nos sorprendió a todos, ningun otro a recibido su parte.

—¿Cómo así?

—Papá nos ha dado todo desde el día de nuestro nacimiento, es más que suficiente.

Ella lo había dicho con gracia, pero Natán estaba bastante confundido.

—¿Dices que nadie más aparte de mí ha recibido una herencia?

—No. Tal vez sea porque tenemos nuestro propio capital, realmente una herencia no haría falta. Mi marido tiene más dinero que mi padre.

Natán abrió la boca para decir algo, pero ella continuó.

—El único que tiene algo es Brandon, quizá porque es el menor, la mitad de un hospital tampoco es gran cosa.

La mujer corpulenta que había abierto la puerta se acercó con una bandeja y dos cafés en ella. La colocó silenciosa sobre la mesa de centro y se marchó rápidamente.

—¿Cuántas propiedades te dio?—la mujer lo decía simpática, como si hablar de dinero fuera una conversación cotidiana.

—Unas seis.

Ella levantó una de las tazas y se la llevó a la boca.

—Además de sus cuentas bancarias, debes dar gracias que no tuviera alguna deuda. Escuché que las pagó antes de hacer el papeleo.

—No entiendo—dijo al fin muy honesto.

—Mi padre tendría que apreciarte mucho para haber hecho eso.

—No lo creo.

—Te heredó antes de morir solo para verlo, tienes más de lo que hubieramos tenido nosotros en dos vidas.

—¿Por qué iba a hacerlo?

—Solo él lo sabe.

Natán se tomó el café sintiendo que volvía a la vida. Estaba exhausto, además de la confusión que le había generado aquella conversación. Más tarde se alejó para informar a Betsy de como iban las cosas. Volvió a sentarse cerca de la mujer con intenciones de hacerle algunas preguntas.

—¿Qué piensas hacer?—se adelantó ella.

—¿Sobre qué?

—Con la herencia.

—No pienso tocarla.

Ella se rio como si se tratara de un chiste.

—Bueno, es tu decisión.

—Nunca he tenido vida de rico y no creo llegar a acostumbrarme.

—También puedes repartirla a los deseheredados.—bromeó.

—Me comparé una casa decente, me casaré con la mujer de mis sueños y moriré como vine al mundo.

—Es la mejor meta que he escuchado en mi vida.

Brandon bajó por las escaleras. Natán y Emma volvieron a mirar para saber cómo había ido. Venía solo, pero con una expresión de alivio como si hubiese conseguido su objetivo.

Siempre Betsy (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora