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Andrea entró a la habitación con el bebé en brazos, tenía que apurar a Betsy quien no se apresuraba por preocuparse tanto.

—No deberías estar aquí todavía. Deberías estar con la estilista.

—No encuentro mis zapatos.—dijo dando vueltas en medio de la habitación.

—¿Cuáles zapatos?

—Los de hoy.

Andrea acostó el bebé sobre la cama y se acercó a Betsy. La sentó a los pies de la cama y se agachó a su altura.
—Todo está bien ¿Sí? Relájate, no pasará nada malo, todo será perfecto como lo has soñado.

Betsy asintió dejando caer los hombros.

—Estoy muy nerviosa y no puedo controlarlo.

—No tengas miedo, no será igual como lo has esperado pero no significa que será malo. El matrimonio tiene bajas y también los momentos más maravillosos. No tienes que ser la esposa perfecta, solo amar con todo el corazón.—Le dio un beso en la frente—Ahora levántate, encuentra tus zapatos o llegaremos tarde.

Natán se encontraba en el lugar de la ceremonia, un salón de eventos a las afueras de la ciudad. Se vestía en una de las habitaciones, todavía le faltaba el saco encima de la camisa blanca y estaba intentando ponerse la corbata. Alguien tocó a la puerta de repente, fue abrir sin prestar atención a quien entraba.

—¿Nervioso?

Miró por el espejo y vio la cara de Brandon sonriéndole amable.

—No mucho—dijo terminando de atar la corbata.

Brandon se acercó y le pasó la mano por la frente y las mejillas. Natán lo observó con el ceño fruncido.

—Estás frío. Deberías tomar un calmante.

—¿Has venido a sabotearme?

—A ayudarte más bien.

—Estoy bien.

Estiró la mano hasta el saco y se lo puso.

—Espero que lleves ahí un pañuelo.—siguió Brandon.

—No creo.

—Sé por qué lo digo.

Natán se había quedado derecho frente al espejo con los brazos estirados a los costados.

—Deja de temblar, ¿Acaso te estás arrepintiendo?

—Es el amor de mi vida—exclamó como para sí mismo—no puedo esperar hasta mañana. Tiene que ser hoy.

—Ajá—Brandon dio la vuelta—y no olvides el pañuelo.

Betsy se paró frente al espejo de cuerpo entero. El vestido de seda lucía  diferente acompañado de un buen peinado y con zapatos altos. Su maquillaje era muy natural, su pelo recogido y con un velo muy largo.

—No llores ahora—dijo Andrea detrás que ya se había vestido con un vestido esmeralda y zapatos bajos.

—Él debe estar muy guapo.

—¿En serio?—se rio Andrea.

—Solo puedo pensar en él.

Andrea se acercó y la abrazó por detrás, sintió un nudo en la garganta y los ojos se le calentaron al ver a su hermana pequeña vestida de novia.

—Estás muy hermosa, aunque siempre lo has sido. No puedo creer que exista alguien a tu altura, alguien que se adueñó de tu tierno corazón de esa manera. Verte tan feliz es mi mayor felicidad Betsy.

Andrea dejó correr las lágrimas, soltó a Betsy y le dio la espalda para que no la viera llorar.

—Nunca pensé amar a alguien así—continuó Betsy serena—es el sentimiento más poderoso del mundo.

Lidia entró a la habitación sin tocar. Natán se giró para recibirla. Un extraño sentimiento lo invadió. Su madre llevaba un vestido turquesa muy elegante, estaba tan arreglada que costaba reconocerla.

—Te ves muy apuesto—señaló ella con una sonrisa amplia.—no sé si quiera entregarte así de atractivo, Betsy podría desmayarse.

Natán soltó una risa.

—No digas eso.

Ella le tomó las manos y le dio un beso a cada una.

—Ellos estarían muy orgullosos—lo miró a los ojos con las lágrimas a punto de salir—eras su tesoro, el regalo de Dios.

Natán se acordó de sus abuelos y no pudo evitar ponerse sentimental.

—Seguro soñaron con este día—continuó Lidia—donde sea que estén son muy felices por ti.

Natán asintió y le dio un beso a su madre en el pelo.

Se había preparado un salón entechado sin paredes, y los costados estaban decorados con cordeles blancos y guirnaldas. Todo era blanco, las sillas, la alfombra en el medio y también el altar que estaba cubierto por un arco de flores. La familia se fue acomodando, los familiares de Betsy y también los de sus cuñados.

Después los hermanos de Natán, excepto Ben. El señor Ferd se sentó adelante, había un lugar especial para él, con su silla de ruedas y una enfermera a la par por alguna emergencia, aunque iba vestida igual que los demás.

Faltaba un cuarto para las dos de la tarde, la hora exacta de la ceremonia. Los padres de Betsy entraron a la habitación donde se encontraba para animarla y orar por ella. Su madre lloró cuando la vio con el vestido de novia y su padre hizo el esfuerzo por no hacerlo.

—No puedo creer que hayas crecido tan rápido —dijo su madre limpiándose las lágrimas con un pañuelo.

Betsy le tomó las manos intentando mantener la compostura, hasta ese momento se había esforzado por no llorar.

—Siempre serás mi niña, Elizabeth.

Betsy abrazó a su padre muy fuerte.

—Dime Betsy, solo Betsy.

Él la apartó y la vio a los ojos.

—Betsy.

Natán y su madre salieron de la habitación y se dirigieron hacia el salón. Él divisó el decorado conmovido asimilando finalmente que ese precisamente era el día de su boda, y no solo eso, sino también que sería con Betsy, la chica más hermosa e inteligente, la persona que más amaba.

Se detuvieron en la puerta para esperar el momento de su entrada, delante había un ministro con una Biblia en la mano. De un momento a otro y sin estar listo, el ministro comenzó a hablar. Pidió a Natán y su madre que caminaran hacia adelante. Avanzaron despacio, él miraba hacia la alfombra para explicarle a su mente que seguía en la tierra, no sentía el piso, no podía distinguir a nadie, no podía pensar en nadie más que no fuera su amada Betsy.

Siempre Betsy (Parte 2)Where stories live. Discover now