16

63 12 1
                                    

Betsy volvió a la sala para terminar las actividades. Natán continuó participando, especialmente cuando ella también lo hacía, siempre ganaba y asombraba a todas las mujeres presentes. Incluso cuando hubo que nombrar artículos de bebés o la forma de cambiarlo, él acertaba todas las veces.

—Está muy preparado—le dijo Andrea a Betsy en son de gracia.

Después del almuerzo, las mujeres se fueron retirando, Betsy y su madre se quedaron para ayudar a Andrea a ordenar la casa. Su madre le dijo luego que se fuera a descansar, ella se quedaría con Andrea más tiempo, ya había trabajado demasiado ese día.

Betsy no quiso contradecirle y decidió retirarse. Salió y cerró la puerta tras ella, caminaría un poco hasta la estación de tren.

Cuando se dio la vuelta notó un auto afuera todavía, a la par estaba Natán recostado. Ella caminó hacia la calle sin cruzar miradas, con una expresión arrogante.

—¿Puedo llevarte?—dijo él, solícito.

Betsy se detuvo junto a él, pero sin prestar mayor atención.

—¿Qué hay de Fernanda?

—Ella se ha ido, le dije que te llevaría.

—¡Pero qué preocupado!—soltó irónica—la traes y luego la envías sola.

Natán no respondió nada, entendía que estaba molesta. Abrió la puerta y le señaló que entrara.

—Iré en tren—comenzó a caminar.

—No me escucharás ¿no es así?—dijo él detrás.

Empezó a caminar hasta estar a su lado.

—No tienes que decir nada, ya lo sé todo.

—¿Sabes qué?

Betsy se detuvo y lo miró de frente.

—De tu padre, de tu hermano, todo lo sé sin que tú me lo digas. Incluso Fernanda lo sabe y también mi padre.

Natán miró el suelo, no quería verla a los ojos después de aquella confesión.

—¿Por qué no confiaste en mí?—dijo con voz quebrada—¿Tienes idea de cuánto me duele? Yo siempre he estado para ti, me he preocupado. Fui a buscarte a tu casa para saber cómo estabas, pero no quisiste hablarme, en lugar de eso...

—Betsy...

—No quiero escucharte, te di la oportunidad y no me dijiste, sólo te encerraste y no me tomaste en cuenta.

Las lágrimas comenzaron a fluirle, se sentía algo tonta por hablar de esa forma.

—Estuve mal—habló muy bajo—lo siento. Perdóname, fui muy egoísta.

—Me ocultas tus preocupaciones cuando yo quisiera estar incluida en ellas también. No importa si son buenos o malos momentos, quería ser parte, por que eras tú.

—Betsy, perdón—se conmovió.

—Vete, por favor.

—No me pidas eso.

—Querías estar solo, ahí lo tienes.

—No quiero estar lejos de ti.

Él le tomó una mano, ella quiso soltarse.

—Entiende que no puedo estar sin ti, te hice mal, pero yo sólo me hice más daño.

—Yo no te hubiera juzgado, habría estado ahí para ti.

—¿Por qué no ahora? Lo reconozco, he sido un completo tonto, ojalá puedas perdonarme.

—No es tan fácil.

Betsy miró hacia otro lado y después a él. Natán respiró hondo, tenía tanto que decir, pero las palabras se le atoraban en la garganta. Quería encontrar el valor de expresar lo que sentía, al fin tenía la oportunidad y no quería desperdiciarla.

—Te amo—declaró alelado.

Ella lo miró congelada, creía que no era cierto lo que escuchaba.

—Te amo Betsy, te amo, siempre lo he hecho y siempre lo haré.

Él alargó la mano y acarició su mejilla. Ella sonrió, de un momento a otro todo cambiaba.

—No quiero otro día sin ti, eres todo lo que quiero. Tu sonrisa en la más hermosa de este universo, es todo lo que necesito para seguir vivo.

—También te amo—habló por fin.

Ella lo abrazó muy fuerte, hacía tanto tiempo que no se sentía así de cerca, aunque está vez era distinto, más significativo.

—Perdón—susurró él.

Betsy lo soltó y le tomó la cara.

—No hace falta.

Él le dio un beso en la frente y luego le llenó de besos la cara.

—Quiero que me acompañes a un lugar.

Natán le tomó la mano y caminaron juntos hasta el auto. Él la llevó hasta la casa, en el camino le contó acerca de su padre, cada detalle sobre la herencia, comenzó desde el pasado hasta el presente, solo omitiendo una parte. Ella hacía preguntas, pero más relacionadas a lo que él sentía que a la historia en sí. Él le abrió la puerta al llegar, la tomó le la cintura y le dio un beso.

—Jugaste bien hoy—dijo Betsy sosteniendo su mano.

—No era mi intención ganarte, pero soy muy bueno.

Él se recostó en el auto, ella quiso irse, pero Natán la atrajo hacia él.

—Te extrañé mucho.

Ella lo miró a los ojos sonriente.

—Dijiste te amo, ya no digas más. Además con esa nueva ropa, me siento rara.

—¿No te gusta?

—Es como tener otro novio.—se rio.

Natán se quedó pensativo un momento mirando su rostro.

—¿De verdad creías que esto había terminado?—preguntó.

Ella aún sostenía su mano. Volvió a mirar donde había estado el anillo antes y recordó cuando lo había guardado.

—Tenía miedo, no sabía que hacer, creí que te había perdido.

—Acompáñame este sábado.

—¿Qué hay este sábado?

—Vendré a recogerte a las seis, trae tu vestido rojo.

—¿Irás de negro?—bromeó.

—Tal vez.

—Dilo de nuevo y habrá vestido rojo.

—¿Qué digo? ¿Qué lleves vestido rojo?

—No, no.

—¿Te amo?

—Sí.—sonrió más.

—Te amo.

—¡Listo!, Habrá vestido rojo.

Betsy se alejó hasta la entrada, él la observó hasta que cerró la puerta. Su mundo había cambiado de repente, podía sentirse más libre y sobretodo amado, pero más que nada sentía que podía amar.
Betsy entró a la habitación y sin perder más tiempo volvió a ponerse el anillo. Ahora podía entenderlo todo, aunque faltaba mucho por descubrir, podía estar segura de que lo que vendría sería mejor.
No lo dejaría alejarse otra vez, ni ella lo intentaría por muy difícil que fuera. Él llamó por la noche y volvió a decirle cuánto la amaba, la barrera se había roto y podía expresarse con toda libertad.

Siempre Betsy (Parte 2)Where stories live. Discover now