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Natán giró la manilla de la puerta con las manos temblorosas. Adentro lo recibían los ojos de su padre, enrojecidos como evidencia de haber llorado. Cerró la puerta detrás y se acercó despacio hasta el sillón. Se sentó sin poder sostener la mirada hasta que sintió la mano de su padre tomándole el brazo. Natán no podía imaginar cómo se sentía, sólo sabía que él quería escapar de esa habitación lo antes posible, se obligó a mantenerse sentado, a soportar la mano débil de su padre rozando su muñeca y a dejar que aquella mirada apagada se posara intermitente sobre él.

—No voy a pedirte perdón, sólo porque no lo merezco, lo que te hice no es digno de ningún perdón.

Natán miró al suelo, la tensión lo perturbaba, clamaba a Dios en su mente para soportar.

—Pero quiero sentirme como un padre por una vez y es por eso que he hecho todo esto, es la razón principal de la herencia.

—Señor Ferd...

—No espero que te sientas como un hijo, debe ser bastante difícil, pero al menos te pido que me dejes decir algo como un verdadero padre a un hijo.

Natán tragó saliva intentando deshacerse del nudo que le obstruía la garganta.

—Un consejo, solamente eso.

Natán lo miró, a punto de soltarse de su mano.

—Nunca traiciones a quien te ama, no hay nada más doloroso en este mundo que fallarle a alguien a quien amas y especialmente a alguien a quien te ama. —bajó el tono de voz al sentir que se ahogaba—Quise mucho a mi esposa, hasta el último de sus días, y ella me quiso a mí, demasiado quizá, pero no estuve seguro de eso desde el día en que apareciste.

Natán apretó la mano se su padre con la intuición de lo que diría después.

—Si tú me odiaste, yo fui quien se odió más. Eras el fruto de un terrible error, eras la materialización de lo que le hice. Y de repente estabas delante de mí como una pesadilla que se vuelve realidad.  Yo se lo dije a mi esposa, le conté lo que hice y por qué, ella me perdonó y todo siguió como debería ser hasta que supo de ti. Yo la quería, pero estaba perdido y desorientado, me había hundido lentamente. —levantó el tono con sentido suplicante—No dejes que te pase, nunca lo permitas, duele mucho.

Natan no pudo contener las lágrimas, cuando pensaba que ya no quedaban más, seguían brotando de sus ojos.

—Sé que eres mejor que yo, en muchos sentidos, tu corazón seguro no lo heredaste de mí y estoy agradecido con Dios por eso. Eres mi hijo y estoy muy orgulloso.

—Yo...señor Ferd...

—Tienes muchas razones para odiarme y tienes derecho a hacerlo.

—Usted es mi padre—declaró entre sollozos.

—Cásate y sé feliz con ella... Disfruta lo que tienes y dale el valor que merece. Sé que soy el menos indicado para decirlo, no tienes que hacerlo por mí, por ella sí.

El señor lo soltó y volvió a acomodarse contra la almohada. Natán sentía como si reviviera, aquellas palabras eran simples pero significativas. 

Lloraron juntos por mucho tiempo, las lágrimas no se agotaban ni el deseo de permanecer unidos. El señor imaginaba un mundo, uno distinto como decía Betsy. Deseaba que existiera un lugar diferente donde pudiera amar profundamente a su hijo, dónde lo hubiera visto crecer, decir sus primeras palabras, dar sus primeros pasos, escuchar a ese niño callado decirle papá. Llevarlo a la escuela y los fines de semana dejarlo salir con sus hermanos al parque de atracciones, enseñarle a conducir, a jugar fútbol, llevarlo al trabajo para mostrarle la oficina. Que su esposa hubiese sido la madre y que la culpa no fuera un intermediario.

El señor Ferd le pidió que llamara después a Betsy, tenía algo que decirle a ella también. Esa noche Natán se quedó con él como había hecho semanas atrás, esta vez no para vigilar si se escapaba si no para cuidarlo como un hijo a su padre.

Natán ya no quería aferrarse a una esperanza, sabía que era falible a esas alturas, aunque deseaba con todo su corazón que aquel padre, ahora diferente, se hubiese quedado por más tiempo. Pero al menos, quería disfrutar cada segundo desde ahora, cada momento debía sacarle el mayor provecho y al menos tener un recuerdo nítido de aquel hombre.

Oró con él en la mañana con una increíble libertad que al sentirla resultaba abrumadora. El señor no dijo más que gracias con el tono apagado de voz que apenas lograba sacar. Natán intercambió turno con Brandon para ir a su casa a descansar y luego ayudar a Betsy con los preparativos de la boda.

Entró a su casa con una nueva visión de la vida, de Dios y de sí mismo. Como si antes estuviera atado de manos y ahora pudiera levantarlas con toda libertad, caminar con confianza por cualquier lugar, sin esconder nada.

Llamó a Betsy para que salieran esa tarde, aunque estaba cansado físicamente, su interior estaba en completo reposo. Quería disfrutar con ella, quería estar con la persona que más quería en este mundo, que su felicidad fuera la suya y compartirla sin reservas.

Pasó a recogerla después del medio día. Después de parquearse frente a su casa notó que ella ya lo esperaba afuera. Betsy se lanzó sobre él haciéndolo retroceder mientras la levantaba del suelo. Ella lo miró a los ojos rodeándolo con sus brazos y con los pies levantados hacia atrás.

—¡Nate!

—“Mi amor” está bien.

Ella soltó una risa alegre que también lo hizo reír. Dio un par de vueltas sobre sí mismo y Betsy gritó sintiendo que se mareaba.

—“Amor mío” suena más romántico.

—Suena perfecto.

Él la bajo despacio y luego le abrió la puerta del copiloto.

—Amor mío—dijo Natán con una reverencia.

Betsy entró sin poder evitar reírse.

—Lo diré en público.

Notó el brillo en su mirada, una alegría contagiosa. Natán era feliz.

Siempre Betsy (Parte 2)Where stories live. Discover now