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Andrea invitó a pasar a Betsy. Apenas podía moverse con el tamaño de la panza, si acaso le faltaba una semana para dar a luz.

—Sé que ya pregunté por teléfono, pero lo haré de nuevo. ¿Estás segura?

Betsy se sentó con el ceño fruncido. Parecía la pregunta del millón, no solo Natán la decía, también sus padres y ahora Andrea.

—Creo que estoy segura desde que lo vi en el parqueo de la iglesia.

—Betsy...

—Solo sé que no quiero a nadie más, es él y quiero que siempre sea él.

—¿Y si no lo conoces lo bastante bien?

—Tengo toda la vida. Ya sabes lo que dicen, el amor lo puede todo.

—A veces el amor lleva su tiempo.

—Conozco la punta del iceberg y me gusta, y cuando la profundidad me parezca difícil recordaré por qué la punta sobresale.

Andrea la abrazó, de alguna forma sentía que su hermana estaba necesitando ese abrazo. Betsy casi deja fluir las lágrimas, pero hizo un esfuerzo para no llorar, quería estar feliz, pronto sería la esposa de Natán y nada podía ser mejor que eso.

Natán en el hospital recordaba a Betsy, esos días pensando en la boda sentía que su amor por ella aumentaba. Suspiraba al traer a memoria los primeros días con ella, las primeras conversaciones, su sonrisa, los besos inesperados. A veces quería detener el tiempo para disfrutar a plenitud de ese momento y otras veces quería que los días pasaran muy rápido.

En otro tiempo jamás hubiera pensado llegar a querer a alguien tanto, cuando sentía que no podía amarse ni a sí mismo por mucho que el cariño hacia sus abuelos haya sido sincero.

Ese día Natán se atrevió a entrar nuevamente a la habitación de su padre. Él no lo miró inmediatamente, pero estaba seguro de quién acababa de entrar.

Natán se sentó en el sillón en silencio con solo el sonido de la máquina de signos de fondo. Pasaron algunos segundos, parecía que no había mucho que decir. El señor habló primero.

—Le expliqué a Brandon.

Natán se giró hacia él, lo miró directamente. El señor se reclinó un poco como lo era posible.

—¿Tienes uno de esos...libros?

—¿Un qué?

—Ella lee cuando viene...

—¿Una Biblia?

—¿Tienes o no?—refunfuñó.

Natán pensó un momento, realmente no creía lo que le estaba pidiendo.

—En mi teléfono, tengo una.

—¿Es cómo un libro digital?

—Sí—casi sonrió—ya sabe, ahora todo es... electrónico.

—Lee el veintitrés, es una oración.

—¿Veintitrés?

—Uno de esos...¿Cómo se llama? Está por números. Bueno, dice algo como “en la casa del Señor viviré por siempre”.

Natán no se acordaba de la frase, pero la escribió en el buscador de la aplicación y el resultado desveló el Salmo 23. Natán lo leyó en voz alta algo conmovido por el significado de cada palabra. Volvió a mirar a su padre cuando llegaba al versículo seis, lo vió mover los labios al mismo tiempo que él «Ciertamente tu bondad y tu amor inagotable me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor viviré por siempre». Natán suspiró en un intento de tragarse las lágrimas.

—Léelo de nuevo.

Natán lo hizo. Después le pidió que recitara el Padre Nuestro, al parecer no era muy conocido para él, así que lo hizo repetirlo varias veces. Luego Natán por voluntad le leyó algunos salmos más hasta que el señor se quedó dormido, al menos eso pensaba cuando su padre cerró los ojos por mucho tiempo.

Estuvo en el sillón despierto hasta media noche sopesando lo que estaba viviendo, era difícil de entender, sus sentimientos estaban cruzados, su corazón sabía que no debía odiar sin embargo no podía evitar sentirlo, pero ahora algo se había roto, un barrera que antes no debaja ver hasta el otro lado, poco a poco vislumbraba, como en medio de la neblina un rayo de luz, se abría paso de forma esporádica y fascinante.

Era hermoso verlo, pensar que en su vida había estado esa oscuridad y solo ese pequeño destello lo hacía darse cuenta, lo hacía desear más luz.
Dios estaba trabajando no solo en él, también en su padre, y era posible que en toda su familia.

Cuando amaneció Natán acompañó al señor Ferd en el desayuno, leyó otra vez para él e hicieron una pequeña oración por la comida.

—¿Cuándo vendra ella?—preguntó su padre.

—Puede que hoy por la tarde, está ocupada con... Bueno, vamos a casarnos muy pronto.

—Quiero preguntarle algo, aunque imagino que también debes saberlo.

—Depende.

—¿Cómo se cree?

—No entiendo.

—Se debe tener fe en ese hombre, no sé como se hace.

Natán se inmutó, no creía lo que escuchaba y temía no tener las palabras adecuadas para responder.

—Leeré algo—Natán buscó nuevamente algún versículo para contestar de forma adecuada, sentía que sus palabras no serían suficientes.

—¿Cuándo es la boda?—volvió a preguntar después.

—La semana que viene.

El señor miró hacia el frente como analizando. Natán pensaba que diría algo al respecto, pero se quedó pensativo por algunos segundos.

—Lo invitaremos, Betsy quiere que venga.

—No creo poder, lo digo en serio.

Natán estuvo a punto de reírse, sabía que su padre intentaba hablar con humor.

—Piénselo, puede que las cosas cambien.

La puerta se abrió de repente. Ambos vieron la dulce cara de Betsy asomarse por la puerta, traía un ramo de flores de diferentes colores, saludó con la mano y una sonrisa en su rostro. Natán se levantó para darle un abrazo, después de hacerlo ella se acercó al señor y le dio un abrazo también.

—Le hacia falta un poco de color a esta habitación.

Dejó las flores en un estante y se dispuso a sacar algo del bolso. Le tendió una tarjeta al señor con una sonrisa expectante.

—¿Una invitación?

—Nuestra boda señor Dante.
—¿Dante? Por fin.

—Sería el mejor regalo si usted estuviera ahí.

—Haré un esfuerzo.

Betsy se acercó a Natán y le tomó la mano.

—Me llevaré a su hijo. Tenemos mucho que discutir.

Ella lo sacó de la habitación y cerró la puerta detrás. Natán estaba confundido, no entendía lo que ella estaba haciendo. Betsy lo llevó hasta una mesa en la sala de espera y lo hizo sentarse junto a ella.

Siempre Betsy (Parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora