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Natán miraba por la ventana del auto, las luces de la ciudad un tanto difuminadas por la neblina de afuera. Henry conducía en silencio, aunque sin ignorar el estado nostálgico de su jefe.

—¿Le gustó el regalo?—preguntó de repente.

Natán fingió no escucharlo sin importar si él se daba cuenta. Ya no tenía ninguna esperanza, le dolía más que todo lo que haya vivido hasta ese momento, sentía que le arrancaban un pedazo de su alma estando vivo. No quedaban más opciones, Betsy lo había descartado, estaba solo otra vez.

—¿Podrías llevarme a un lugar?—dijo Natán con voz apagada.

—Claro que sí, como usted diga.

Betsy entró a la casa y colocó las bolsas en el piso para quitarse el abrigo. Su padre estaba en la sala viendo televisión, su madre estaría en la cocina preparando la cena. Betsy caminó con las bolsas hacia la habitación, sintiendo un agridulce por dentro debido a la conversación con Natán.

—¿Has hablado con Natán?—dijo su padre sin apartar la vista de la televisión.

Ella se detuvo a mitad de las escaleras sin volver a mirar tampoco.

—Sí.—declaró—¿Cómo lo sabes?

—Estuvo aquí antes, venía a buscarte.

—¿En serio?—dijo con gran asombro.

—Me alegro de que hayan aclarado todo, el pobre estaba muy perturbado. Imagínate encontrar a su padre biológico después de tantos años.

Betsy estaba perpleja, pero no quiso corregir que no sabía, esperaba que su padre terminara.

—Carga mucha angustia ahora, que bueno que te tiene a ti.

—Sí, claro.—dijo y siguió subiendo.

Sé sentó en la cama sin contener la sorpresa por las palabras de su padre, no sabía cómo tomarlo, estaba enfadada con Natán, él no confiaba lo suficiente en ella como para contarle algo tan significativo y al mismo tiempo podía sentir su dolor y la pena por lo que estaba pasando.

Natán hizo detener el auto en el cementerio. Su guardaespaldas se quedó adentro, mientras él se conducía solo por un callejón. Natán se acercó a la tumba de sus abuelos que estaban hubicadas una a la par de la otra. Se sentó en el suelo y acarició la superficie. Las lágrimas le brotaron de forma automática, ni si quiera se percataba de que le fluian.

—Lo siento—susurró.

Recordaba los días y las noches en que había sido feliz, no sabía nada de su madre ni de su padre, no conocía a nadie más que no fueran sus abuelos, los amaba con todo el corazón y ellos a él, hasta el día en que una mujer lo raptó de la escuela, no podría imaginar la reacción de aquellas nobles personas, cuán preocupados debían de estar. Al llegar a una gran mansión, la mujer lo condujo hasta una habitación donde también estaba otro niño.

—Quédate aquí cariño—señaló la mujer.

El niño lo invitó a jugar, pero él no entendía por qué estaba ahí ni sabía quién era aquella mujer, se sentó en un esquina solitario y sin decir una palabra. Más tarde la mujer volvió a entrar y lo llevó hasta una sala, ahí había un hombre, de unos cincuenta años, vestido de traje y con un rostro acechante.

—Quiero que lo expliques—habló la mujer.

—No sé de qué hablas—respondió el hombre molesto.

—Ya sé que es tu hijo. Me engañaste, lo que nunca pensé que harías, lo hiciste.

—Eso no es verdad—lo negó—llevaté a ese niño.

—Es tu hijo, debes hacerte cargo.

—¿Quieres que me haga cargo?

El hombre tomó a Natán de la mano y lo arrastró hasta afuera, la mujer los seguía suplicando que lo soltara.

—¡Eres un mentiroso!—gritó la mujer—sé lo que hiciste y con quién.

—Callaté.

—Ese niño es tuyo.

—¿De dónde sacas eso?, ¿Trajiste este niño de algún orfanato?, Devuélvelo.

—Yo sé la verdad—dijo ella con lágrimas.

Tomó al niño y lo acercó a ella.

—Él se quedará, tendrás que hacerte responsable al menos.

Natán recordaba todo perfectamente, cada detalle estaba grabado en su memoria. Sus abuelos comenzaron a buscarlo y el hombre se dio cuenta que él realmente era su hijo.

Aprovechó la ausencia de la señora y lo llevó a un orfanato, estando ahí le dijo a los niños más grandes que lo golpearan, que hicieran con él lo que quisieran, les dio dinero y algunos dulces. Después que él se fue, ellos cumplieron su petición.

La mujer volvió a llevarlo a la casa después de algunos días, no pensaba dejar en paz a su marido hasta que reconociera su error. Natán comenzó a llenarse de rencor, ¿Cómo podría su propio padre  tratarlo así? Si es que realmente lo era. Quería volver a casa, pero la mujer le repetía que esa era su casa. Natán desquitaba toda su furia en el otro niño, aunque la mayoría de las veces él lo provocaba.

—Papá no te quiere—decía todo el tiempo—quiere que te mueras.

Brandon detestaba que su madre le diera tanta atención a un desconocido, ella decía que era su hermano, pero él se negaba a aceptarlo. Se peleaba todo le tiempo en la escuela por ser un niño mimado y un día de tantos apareció con un moretón en la cara, aprovechó la presencia de Natán para inculparlo y así salvarse de un castigo y además hacer que su madre lo sacara de la casa.

Su padre comenzó a golpearlo y cada vez que se acercaba a Brandon lo maltrataba o decía algo para ofenderlo, la mujer intentaba defenderlo pero era imposible, hasta que Natán terminó en el hospital por culpa de Brandon.

Natán se levantó del suelo y se sacudió el abrigo. Miró hacia el cielo, su única esperanza estaba en Dios, no había más motivo por el cuál seguir excepto él.

Siempre Betsy (Parte 2)Where stories live. Discover now