Capitulo 20: Los secretos tienen fecha de caducidad

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Quedé petrificada. Fue una situación embarazosa pero más embarazoso fue el ver cómo Carla nos miraba, era como si Alessandro le debiera alguna explicación. Rápidamente me vestí queriendo que me tragara la tierra. No tenía idea de cómo esa mujer entró a la oficina, ¡Había puesto el seguro! Yo estaba apenada, me habían pillado sobre el escritorio siendo follada como nunca. En cambio, Alessandro más que apenado estaba enojado. Arqueando una ceja mientras terminaba de ajustar la corbata comentó.

— Creo que la puerta estaba asegurada. ¿Qué haces aquí?

— Al menos yo, estoy trabajando. — Cruzó los brazos — Quizá se te haya olvidado el que estamos en horarios laborales y dar este tipo de escenas..., es poco o nada profesional. Aquí están las proyecciones que me has pedido.

En ese momento la Alicia tonta estaba volviendo a reclamar el lugar al que se había acostumbrado a ocupar. Me absorbieron los celos y el indigno por ver como esa mujer además de estar rondando a Alessandro, se atrevía a cuestionarlo. Agarré mi bolso y pretendía irme pero Alessandro me detuvo y miró seriamente a Carla.

— Quiero aclararte un par de cosas, Carla. La primera: puedo dar esta "escenita" y las que me dan la real gana. Puedo follar a mi mujer aquí o en el archivo si así se me antoja. ¿Sabes por qué? Porque esta es mi empresa, todo lo que ves es mío y de mi intimidad no tengo porque darte explicaciones.

Apretó los dientes y mirándolo con indigno, Carla respondió.

— Soy tu amiga, pero también trabajo aquí y creo que dar el ejemplo no está demás. Esta es tu empresa pero no trabajas solo, que no se te olvide.

— Exacto, es mi empresa, trabajas para mí ¿entonces qué haces aquí perdiendo el tiempo? Ah, y vuelves a abrir mi puerta estando asegurada y estás despedida.

Ella sonrió y caminó hacia él con una seguridad que en cierto punto me inquietó. Era como si ella supiera algo que yo aún desconocía. Algo se traían los dos y ese algo comenzaba a mosquearme.

— Sabes muy bien que aunque alardees y quieras hacerle creer a esta que puedes sacarme de aquí, al final no puedes y tú y yo sabemos porque.

Alessandro fue interrumpido por una llamada importante la cual la recepcionista había avisado y sin muchas opciones fue a contestarla. Quedé a solas con Carla y solo quería una cosa, no flaquear. Ella sonrió y caminando de lado a lado pavoneándose comentó.

— ¿No te da pena? ¿Venir aquí y con sexo intentar fingir ser una mujer que no eres?

— ¿No te da pena? ¿Tener que esconder con una amistad un interés que no es ni será correspondido?

Caminé hacia ella y deteniéndome justo frente a ella a solo un par de centímetros de su rostro añadí intimidante.

— Tengo dos extremos, uno muy dócil y pasivo y otro que pocos o nadie conoce, uno que no te va a gustar conocer. Recógete, ten algo de dignidad y deja en paz a Alessandro. Soy su prometida y eso no va a cambiar. Hagas lo que hagas, seré a quien lleve a su cama y a quien desee mientras tu, tendrás que seguir ahí, sentada esperando a que se te dé la oportunidad de metértele por los ojos a la más mínima posibilidad como la arrastrada que eres. Aprende cuál es tu lugar, quédate ahí y no me hagas perder la paciencia.

Carla se quedó callada y solo me observaba. Lo hacía con superioridad. Aún me seguía viendo como esa Alicia débil y tonta. Se sentía mejor en todos los aspectos y quizá hasta aquel momento lo era. Toda la vida había jugado en el bando equivocado; en ese en el que tenía que aceptar derrotas simplemente porque no tenía otra salida. Había tolerado toda la vida el desprecio de los demás, mi madre no me quería, mucho menos podía esperar algo distinto de los demás. Eso cambió cuando conocí a Alessandro y me mostró cómo se sentía eso de ser amado. Creo que fue precisamente eso lo que comenzó a darme fuerzas para dejar de jugar para ese bando en el que siempre terminaba perdiendo. Estaba firme, busqué dentro de mi seguridad ante esa mujer aunque en ocasiones sentí que podía perderla.

La teoría del amor Where stories live. Discover now