Capitulo 34: Al diablo lo correcto

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No sabía porque, pero estaba frente a la puerta de Alessandro con el periódico en la mano a punto de reclamarle porque había cancelado su coronación. Toqué el timbre y luego de unos segundos abrió la puerta y verme lo había desconcertado. Más desconcertada quedé yo. Usaba un bastón para apoyarse y su rostro se veía terrible. Algo le pasaba, algo que aún no me decía. Había cajas por doquier, estaba empacando y dejando todo cubierto con mantas. Se iría y esta vez creo que era definitivo.

— Alicia..., no te esperaba.

— ¿Qué te pasa? ¿Por qué usas ese bastón?

— Nada en especial. Solo algo más de dolor esta mañana.

— ¿Insistes en mentirme?

Dejándome pasar caminó cojeando hasta la sala de estar para seguir empacando. Se notaba serio, triste y apagado. Le di el periódico y arqueando una ceja pregunté.

— ¿Qué significa eso? ¿Por qué lo has hecho?

Encogió los hombros

— Acepte ese título porque tú estarías a mi lado. Ahora que no es así no tiene caso.

— No puedes hacer eso

— Si puedo, ya está hecho. — Resopló — ¿Podría ver a Sofía? Me iré mañana en la mañana.

— ¿Te vas?

— Me pediste tiempo y te lo daré. Pero no puedo estar cerca de ti y no pretender que no me lastima tu frialdad. Es mejor que me vaya.

Apreté los dientes sin saber qué hacer. Estaba frente al hombre que amaba pero también el hombre que más me había lastimado. Creo que era hora de ser sincera también, comencé a creer que era hora de en cualquier momento entregarle el diario de Caterina. Así no habría secreto alguno entre los dos. Almacenando unos libros comentó.

— Mi médula espinal comenzó a fallar. En ocasiones mis piernas fallan y caigo al suelo. Por eso el bastón.

— ¿Por qué me dices hasta ahora?

— Porque no soy ni la mitad del hombre que conociste. Vivo constantemente en dolor, ya ni la morfina ayuda. —Caminó sin el bastón cojeando un poco. — ¿Podría pedirte algo antes de que me vaya?

— ¿Qué cosa?

— ¿Puedes quedarte a cenar? Voy a preparar algo y pensé que podría servir a modo de despedida.

Lo pensé por unos minutos y aunque mi orgullo seguía herido, no tardé en aceptar su invitación. Él decía que sí, pero yo pensé que había dejado de tomar sus medicamentos. Quizá a modo de autocastigo o porque simplemente ya se había rendido. Verlo cojear por el dolor y apoyarse en ese bastón me quebró el alma. Más bien creo que era un modo de castigarse. Acepté quedarme a cenar pues al final sería la última vez que lo vería en unos meses. Me ofrecí a ayudarlo con la comida pero él no me lo permitió quería demostrarse a sí mismo según el que podía solo y que aún era útil. Lo observaba sentada en la isla de la cocina mientras preparaba la cena. Aunque trataba de sonreír y buscar tema de conversación, yo había aprendido a leer su mirada. Sus ojos además de estar azules, se veían cansados y decaídos. Su sonrisa, aquella de la cual me enamoré ya no era la misma. Solo había culpa, miedo y remordimiento. Buscaba mirarme cuando me distraía, lo hacía con ternura, con ese amor que deseaba volver a vivir como antes.

— No soy muy diestro en la cocina pero Paulette dice que el Trenette al Pesto me queda delicioso.

Sonreí

— Entonces será interesante probarlo — Suspiré — ¿Qué harás? ¿Regresarás a Luxemburgo?

— Lo estuve pensando y creo que iré a Milán. Crecí la mayor parte de mi vida allá. Luxemburgo sólo es un título por herencia. Nací en Italia y allá me siento más a gusto. Ahora que estaré solo, creo que será mejor estar en una casa en medio del bosque rodeado de tranquilidad que estar en Luxemburgo rodeado de estrés.

La teoría del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora