Capitulo 42: Alicia de Luxemburgo

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Era el gran día, el día de mi boda. Era el día en que comenzaría nuevamente al lado del amor de mi vida. Aún mi mente no caía en cuenta que después de tanto tiempo, de tantas pruebas y problemas por fin podría llegar a un altar y probar nuevamente suerte en el amor. Estaba parada sobre un pedestal mientras tres costureras terminaban de dar uno que otro detalle para hacer de aquel vestido uno de ensueño. Me vi al espejo y quería llorar de la emoción. Era tan bello aquel vestido que parecía mentira. Era enorme, como el de toda una princesa. Paulette entró a la habitación y ella también lucía regia y perfecta. Llevaba un vestido en corte griego color carmesí acentuado por unos guantes de gala traslúcidos. Se acercó a mí aún con algo de vergüenza por lo que había pasado con Sandra. Lo que ella no entendía y tampoco Sandra era que lo único que me importaba era que ellas dos, fueran felices sin importar el cómo. Sonriendo se acercó a mí y comentó emocionada.

— Te ves hermosa. Le robaras el aliento a mi hermano en ese altar.

— Estoy nerviosa. Siento mis tacones tambalear.

Riendo respondió

— A él le tiembla la voz cuando habla. Dice que siente como si fuera la primera vez que pasa por esto. Nunca lo había visto tan nervioso y feliz al mismo tiempo.

Sonreí muerta del nervio.

— Me siento igual. Aún no creo que seré su esposa. Es..., no puedo creerlo.

— Pues créelo. Ahora serás parte de la familia.

Me ayudó a colocar el velo de novia, un velo que tenía incrustado al menos cincuenta diamantes genuinos adornando la caída del mismo. El ramo de novia era enorme, de ensueño. Llevaba lirios de cala y rosas blancas en caída como si de una cascada se tratara. Me miré al espejo y la mujer que estaba frente al espejo era esa que siempre soñé pero jamás pensé que llegaría a ser.

— Ya es hora

Asentí con la cabeza

— Vale, espero no desmayarme.

— No tan rápido

Ambas nos giramos y Mireia se asomó en la puerta. Era obvio que esta boda le disgustaba bastante. Iba vestido de negro en un atuendo que no era nada adecuado para una boda. Arqueé una ceja y pregunté curiosa.

— ¿Quién se murió, suegra?

Sonriendo con sarcasmo, caminó hacia mí y ya yo estaba preparada para uno de sus insultos o comentarios humillantes. Me miró y fríamente respondió.

— Si..., se murió algo. Se ha muerto la dignidad de mi hijo y a ti se te ha terminado de morir la vergüenza al llegar hasta este punto. Ah, y no me llames suegra porque me causa un desagrado horrible.

Más desagrado le causaría lo que le tenía preparado. Me tenía harta su intransigencia, su insistencia en humillarme, en hacerme sentir terrible. Suspiré y negándome a que mi boda se estropeara respondí.

— No, no tiene idea del desagrado que tendrá el día de hoy. Hoy seré la nueva duquesa de Luxemburgo y ¿adivine que? Será usted quien coloque la tiara sobre mi cabeza una vez sea la esposa de su hijo. Ahora usted estará acatada a mis órdenes y como es obvio, le debe respeto y reverencia a los duques de Luxemburgo. Su tiempo de humillación y tiranía, ya terminaron señora. Si la tolero aquí es por el simple hecho de ser la madre de Alessandro. No me quiera conseguir el lado menos amable porque lo va a encontrar y créame que no le va a gustar. Ahora si me disculpa, tengo una boda pendiente. No se tarde, tiene que ir a ponerme la tiara.

— Te vas a arrepentir, te lo juro Alicia.

Enojada salió de la habitación y antes lo que me causaba tristeza y frustración ahora solo me provocaba risa. Me resultaba cómico ver como una persona puede llegar a odiar a otra sin ninguna razón lógica. Mi suegra me odiaba y aún después de tanto, seguía con la incógnita de por qué. Paulette me ayudó a salir de la habitación y antes de ir a la catedral me dijo que tenía una sorpresa en la sala de estar. Fui a ver de qué se trataba y mi corazón se exaltó de emoción y amor al ver a mi hija frente a mi. Pensé que no vendría, que prefería estar lejos para no toparse con Salvatore pero no, ahí estaba con un delicado y elegante vestido color magenta y el cabello le había crecido bastante. Lo llevaba a los hombros; se había vuelto a maquillar y eso era señal de que al menos comenzaba a sanar desde adentro, en su autoestima. Ella sonrió y caminó hacia mí para abrazarme fuertemente.

La teoría del amor Where stories live. Discover now