Epilogo

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La casa de mis sueños, la casa donde tenía el sueño de "nuestra casa para siempre" esa casa donde fui suya por primera vez como su esposa y donde muchas cosas comenzaron entre los dos. Esa casa era más que una casa, esa casa era el corazón de nuestra relación. Escuchar el mar, sentir la brisa azotar mi cara y el silencio de la nada era exquisito. Pero más exquisito fue sentir sus brazos rodear mi cintura y sus labios besar suavemente mi cuello.

— Hueles tan bien cariño.

Sonreí con los ojos cerrados

— ¿Escuchas eso?

— ¿Qué cosa?

— Exacto, nada. Es perfecto.

— Perfecto para follarte, duro muy duro. Aquí, ahora y sin pensarlo.

Abrí los ojos y antes de que pudiera reaccionar ya estaba sin bragas y con dos dedos de Alessandro acariciándome el clítoris debajo de mi falda. Me puso contra la pared y elevando una de mis piernas hizo que mi vagina estuviera servida en bandeja de plata a sus ojos. Susurraba muy cerca de mis labios, tanto que podía rozarse con los míos mientras seguía acariciando ese botoncito que en cualquier momento despertaría a la zorra que llevaba dentro. Me había colocado de cero a cien en cuestión de segundos. Sus dedos en mi vagina tomaron fuerza, querían verme estallar y pronto lo conseguirían. Alessandro sonrió y con esa mirada lasciva murmuró.

— esa voz, esos gemidos de niña inocente, la cara que pones cuando de toco, joder esa mirada "inocente" pero traviesa al mismo tiempo, me pone duro, muy duro.

Escucharlo despertó el descaro y la perversión en mi cuerpo y sobre todo en mi mente. Mordí mis labios y con la voz temblorosa le pedí que me hiciera suya. Las jodidas hormonas no ayudaban, ellas lo único que querían era sexo..., sexo y más sexo. Abrí más mis piernas buscando que sus manos se pusieran aún más indecorosas. Sus ojos brillaron, tenían ese brillo que solo cuando estaba cachondo salía a relucir. Bajé la cremallera de su pantalón agarrando su erección haciéndolo suspirar.

— Me debes algo..., y lo sabes muy bien.

— ¿Qué te debo?

— Un cambio de roles..., lo sabes muy bien

— Eso jamás pasará

— ¿Tienes miedo?

— ¿Miedo?

— A perder el control

— ¿Qué es lo que quieres?

— Quiero..., quiero follarte hasta hacer que te corras y no sepas si sientes placer o dolor.

Mordió mi labio inferior y azotando mi culo me dio esa sonrisa de luz verde. Fue ahí cuando mi perversión creció. No pudimos llegar al cuarto sin haber tumbado una que otra cosa en el camino. Caímos tendidos en la cama y sentir aquella polla dura y gruesa golpearse entre mis piernas me hizo tiritar. Me acomodé entre sus piernas y sin dejar de mirarlo fijamente agarré su pene. Comencé a masturbarlo suavemente y no estuve conforme hasta comenzar a escuchar su ronca voz jadear y gemir.

— Así nene..., si te quiero escuchar. ¿Te gusta? Dime cuánto te gusta.

— No te atrevas..., no te atrevas a parar.

No lo haría por nada del mundo. Tenía un plan muy distinto. Aquella tarde, Alessandro conocería a la mujer que había logrado despertar en mi alma y a la fiera que había creado entre mis piernas. Mi boca anhelaba chuparlo, lamerlo y dejarlo totalmente seco. Quería sentirlo hincharse en mis labios. Saborear su leche y hacer que se derramara en mi boca. En aquel momento estaba dispuesta a hacer arder aquella cama. Mi lengua rozó suavemente la punta de su glande. ¡Dios! Estaba caliente, venoso y palpitante. Mis labios succionaron suavemente la punta para luego profundo en el fondo de mi garganta. Su espalda se arqueó abruptamente y sus manos tiraron de mi pelo suavemente dejándose llevar por completo.

La teoría del amor Where stories live. Discover now