Capitulo 22: Nuevas facetas

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Estaba nerviosa. Todo era nuevo para mi pero era eso lo que me excitaba. No sabía cómo actuar, qué decir o cómo reaccionar. No tenía idea de como lo había convencido pero estaba dentro de esa habitación en el centro de la misma rodeada de docenas de artilugios que en mi vida había usado. Estaba rodeada de espejos y jamás me había visto tanto tiempo sin sentirme algo rara. Apreté los dientes buscando no mostrar nerviosismo al sentir sus manos rozar mi espalda y seguido besar suavemente mi cuello. La piel rápidamente me traicionó y cada vello de mi cuerpo se erizo. Suspiré cerrando los ojos humedecida completamente. Tocaba mi cuerpo como nunca lo había hecho. Fue quitándome poco a poco la ropa hasta dejarme desnuda ante sus ojos y el reflejo de todos aquellos espejos.

— ¿Nerviosa?

Negué con la cabeza

Llevaba en su mano un collar en cuero y colocándolo en mi cuello lo ajustó lo suficiente como para poder tener control sobre él. El collar traía una cadena metálica atada a un aro del mismo material. Aquella cadena caía hasta arrastrarse por mis tobillos. Tiro de ella un poco haciendo que me acercara hacia él y otra vez, me sentía como una tonta sin saber cómo actuar.

— Me encanta verte así

— ¿A-a-a-s-i como?— Tartajee

— Asustada, tímida, tan inocente y dulce.

— Estoy bien, curiosa más bien.

Me volteeo y tumbandome al pie de la cama azotó mis nalgas con fuerza. Dolió como nunca, jamás me había azotado tan fuerte. Dolio pero me gusto y eso quizá era peligroso.

— Llegaste cruda y te aseguro que de esta habitación te iras bien cocida, nena.

Sonreí con morbo muriendo porque eso fuera cierto. Sobre la cama había unos dilatadores de distintos tamaños. También unas esposas y un antifaz. Otra vez apreté los dientes algo tímida pero igualmente deseosa por adentrarme en aquel mundo.

— Alicia...

— ¿Que?

— Me dirás cuando algo no te guste. Si te lo callas, lo sabré y me enojaré mucho.

— No pasara nada

— Prometeme que me dirás.

Apreté mis labios necia y cabezota insistí
— No pasara nada

— Alicia, no estoy jugando.

Asentí con la cabeza sin más remedio.

— Okay, ¿Contento?

No respondió y eso era algo inquietante dado a las circunstancias. No me decía que me haría, no emitía palabra alguna. Solo me restaba tantear e imaginar que cosa terminaría haciendome ese hombre en aquella habitación. Pero si de algo estaba segura era de que me sentía en aquel instante como toda una Diosa. Me ató las manos con las esposas para seguido cubrirme los ojos con el antifaz poniendo todo más interesante y misterioso al mismo tiempo.

— ¿Que me harás?

Magreando mis nalgas apretandolas para luego azotarlas me ordenó que me arrodillara y luego reposara el peso de mi cuerpo en mis piernas de modo que mi cabeza estaba sumergida en el colchón, mis manos atadas a la espalda y mi culo servido en bandeja de plata ante sus ojos. Tragué saliva porque sabía lo que se venía y no creía poder permitirlo sin primero morirme de la vergüenza. Sentí su dedo juguetón acercarse a mi ano. ¡Joder! estaba jodida, frita, liada y peor aún... ¡Estaba atada!

— Quieta...

— No..., no hagas eso. Saca tus manos de ahí.

No podía verlo pero si escucharlo y su risa burlona me puso aún más penosa. Senti su aliento entre mis nalgas, eso me puso a sudar frío. Estaba tensa, jodidamente tensa y apenas podía hablar sin tartamudear. Nadie me había jugado con el culo y la idea de su boca ahí era..., era mucho.

La teoría del amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora