Capitulo 49: Una madre para una hija

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Lo veía dormir y me daba una paz que nada ni nadie lograba en mi. Había despertado del coma en la mañana y eso me había devuelto las ganas de vivir literalmente. Estaba emocionada porque al menos sabía que estaba vivo y seguía junto a mi. Aún en una cama, seguía viéndose guapo, hermoso..., sexy. Estaba algo desesperada, verlo ahí tumbado y no dando vueltas por la casa de cierto modo me hacía sentir un tanto desesperanzada aunque buscaba no dejarme caer. En unos días era la fiesta de cumpleaños del primer añito de Sofía y nada deseaba más que tener a Alessandro a mi lado celebrando el primer año de nuestra hija juntos. Miraba su rostro, su cabello y esa piel tan suave y perfecta que solo provocaba besarla y tocarla sin cansarme. Él era perfecto y aún no creía que fuese mi esposo.

— Debo decir..., después de todo, al final si terminaste sorprendiéndome..., Alicia.

Me volteé y ahí estaba Mireia mirándome seria. Verla a ella era igual que chuparse un limón en ayunas. Así de ácida y agria me caía la presencia de esa mujer. Estaba lista para recibir sus balas pero algo extraño pasó esa mañana. No venía a pelear o al menos sus insultos aún no salían disparados de su boca. Se acercó a Alessandro y al ver cómo lo miraba no me quedaba duda que amaba a su hijo desmedidamente.

— ¿Sabes porque Caterina para mí era la mujer ideal?

— No me interesa señora. Ahora yo soy la esposa de su hijo y esa mujer está muerta.

Sin dejar de mirar a su hijo continuó

— Creía que era perfecta porque era astuta. Mostró lo que debía mostrar y ocultó lo que debía ocultar. ¿Te preguntarás a qué va todo esto? Fácil, en el fondo siempre supe quien era esa mujer pero para bien o para mal, era el estándar que el título que lleva nuestra familia necesita. No amaba a mi hijo, pero llevaba bien la corona y su trono.

— Eso es lo único que a usted le importa ¿No? Los títulos, un trono..., se nota que su vida ha estado siempre vacía señora. ¿Sabe que creo? Creo que usted envidia la felicidad de su hijo. El veneno que lleva en el alma no le deja ser feliz porque su hijo lo es. Cree que él tiene que ser igual de infeliz que usted. No se que clase de madre puede preferir ver a su hijo infeliz.

Ella se quedó callada y caminó lentamente hasta la pequeña sala de estar de la habitación y se detuvo frente al escaparate que protegía la corona que usaba Alessandro en asuntos oficiales del país. La miraba como si de esa corona dependiera todo en su vida. Era la primera vez que hablaba conmigo sin buscar insultarme o pelear por cosas absurdas. Desde la primera vez que la vi, supe que algo en ella no estaba del todo bien. No sabía explicarlo pero era como si intentara ser algo que no era y después de tanto intentar serlo terminó por convertirse en otra persona totalmente distinta. No era solo conmigo, era como si odiara a todo a su alrededor. Siguió mirando esa corona y algo distraída comentó.

— Te diré lo que ven tus ojos, solo ven una corona de oro con muchas piedras preciosas. Solo ves un título obsoleto, te diré lo que veo yo. Veo una vida que pocos entenderían. Veo lágrimas, sufrimiento, doctrinas estrictas. Veo reglas que son inquebrantables, una vida llena de lujos pero también de suplicios. No es solo una corona, es toda mi vida, Alicia. Te diré porque tú y yo somos diferentes. Tú has vivido allá fuera una vida común, ordinaria. Te levantabas en la mañana, tomabas tu desayuno, aguantabas un par de hostias, te limpiabas la sangre con un pañuelo y luego eras libre. Podías ir a donde querías sin tener que dar explicaciones. Pasabas desapercibido ante los demás, tú vida era tan monótona que puede llegar a ser envidiable. Yo en cambio, desde que nací he tenido mi vida minuciosamente planeada. Escoger no fue ni es opción para mi. Desde que tenía diez años sabía quién sería mi esposo. A los quince años me casé y a los dieciséis tuve a Alessandro. No me casé por amor, me casé porque era lo que debía hacer. Era el futuro duque de Luxemburgo y era lo único que le importaba a mis padres. No tuve elección, no podía salir a la calle y caminar sin pasar desapercibido. Tuve que acostumbrarme a llevar una corona desde los dieciocho años y desde entonces solo me ha tocado aguantar y callar. — Siguió mirando aquella corona pero esta vez lo hacía con rencor, con frustración y resentimiento — Mis hijos tuvieron el mejor de los padres porque me encargué de que no vieran el monstruo que era. Soporte infidelidades, muchas veces tuve que ver como tenía sexo con prostitutas o sirvientas en la misma cama donde luego me obligaba a estar con él. Si no lo hacía, me golpeaba, si no pensaba como él, me golpeaba. Por cada cosa mal hecha, me golpeaba. No se cuantas veces tuve que "caerme" para que Alessandro y Paulette no vieran la realidad. Pasó el tiempo y llegó un punto en el que ya no me importaba más que seguir el protocolo, me convertí en una pieza más de esa corona. Poco o nada puede emocionarme o cambiar lo que siento, nada.

La teoría del amor Where stories live. Discover now