Capitulo 37: Gran Duque De Luxemburgo

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Estaba muy tensa y ajustada. Creo que apenas podía respirar. Odiaba los corset y más tener tanta cosa puesta. Al menos había tres mujeres vistiéndome y otra maquillándose mientras Mireia observaba escéptica de que realmente fuera capaz de ser digna del brazo de su hijo. Tomaba su copa de vino mientras caminaba de lado a lado fijándose en cada detalle. Lo hacía con minuciosidad, estaba puesta para encontrar cualquier error. Yo estaba nerviosa, tanto que por un momento pensé que no iba a lograr estar presente frente a tanta gente distinguida. Aún no me había mirado al espejo pero a juzgar por la presión en mis costillas y lo sofocante del maquillaje sobre mi rostro ah..., y las joyas exclusivas y costosas que adornaban mi cuello, debía verme como toda una miembro de la familia real luxemburguesa.

— Debes sentirte extraña..., rara y hasta ridícula ahora mismo Alicia — Tomó un sorbo a su copa — Igual que una mosca en la mantequilla.

— Prefiero ser la mosca señora..., la mantequilla representa las masas y usted es parte de ellas.

— Crees que te has salido con la tuya, pero no tienes idea de lo que te has metido. — Caminó hacia mí — Espero que realmente ames a mi hijo..., tanto como para aguantar tu estancia aquí. Recuerda que si estás ahora mismo de pie frente a mi es porque así lo quiero. Basta con que lo desee y estás de regreso en España con todo y tu mocosa.

Sin decir más, se fue azotando la puerta. Suspiré intentando no sentirme amedrentada por ella, cerré los ojos buscando algo de paz dentro de aquella tormenta. Volví a abrirlos y al voltearme quedé sin palabras al ver mi reflejo. Me habían transformado en otra mujer. Aquella no era yo, era otra persona. Una mujer sofisticada, elegante y segura de sí misma o al menos así me hacía lucir todo aquellas joyas y cosas que tenía puesto. Llevaba un moño de cóctel con finas pero lujosas piedras preciosas adornando mi cabello. Volvía a llevar los labios rojos y eso por un segundo me hizo recordar momentos que deseaba no volver a recordar jamás. Mi mente se fue en blanco, mis ojos no parpadeaban mientras mi mente corría..., solo corría.

Estaba indecisa si usarlo o no. Lo había comprado en una tienda de maquillaje que recién había abierto en el centro. No me maquillaba para verme bien, me maquillaba para ocultar moretones, cicatrices..., heridas. Miré el labial por unos segundos y pensé que solo por cambiar de color no pasaría gran cosa. Con las manos temblorosas pinté mis labios color rojo y al mirarme al espejo sentí algo de miedo pero también me gustaba como quedaba al contraste de mis ojos. Quería sonreír pero no podía. El miedo seguía siendo más fuerte que el gusto por aquel labial. Me arriesgué, lo dejé puesto y bajé al comedor. Ryan aguardaba con una copa de vino de pie junto a la mesa. Me miró y serio comentó.

— ¿Qué demonios hacías?

— Me estaba arreglando. Disculpa la tardanza

Dio unos pasos hacia mi sin dejar de ver mis labios con desagrado. Arqueando una ceja preguntó.

— ¿Quien te dio permiso para ponerte ese labial?

— Pensé que...

— ¿Tu piensas? Tú no tienes neuronas, estúpida. La cabeza la traes para cargar esos rulos, para más nada. ¿Crees que te ves bonita? ¡Pareces ramera barata!

— A mi me gusta creo que no está mal que lo use cuando...

Antes que pudiera terminar mi rostro fue víctima de uno de tantos puñetazos que Ryan le encantaba darme. Rompió mi labio y sujetándome por el cuello me estrelló contra la pared haciéndome palidecer del miedo. Pude sentir como mis pies dejaron de estar en el suelo para estar en el aire.

— Entiende una cosa, estúpida. Haces lo que yo diga. Te vistes como yo diga, te maquillas como yo diga, comes lo que yo diga, piensas..., hablas..., ¡respiras lo que yo diga carajo! ¿Te quedó claro?

La teoría del amor Where stories live. Discover now