Capitulo 52: Brechas

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Se lo tenia guardado, había fingido todo el tiempo que estaba en París tratando de hacernos creer a todos que solo quería abrir un bistro y quedarse estancada sirviendo cafés en el corazón de París. La voz de ella era melodiosa, pocas veces cantaba pero cuando lo hacía, lograba hacer temblar el corazón de cualquiera. Casualmente me enteré por un volante que tendría su primer concierto en un teatro de París. Aitana le encantaba cantar pero casi no lo hacía porque la mayor parte del tiempo su humor se lo impedía, ahora que veía que volvió a retomar el canto me alivió el corazón completamente. Estaría allí en primera fila viendo a mi hija triunfar en lo que le gusta. Busqué a Alessandro en la biblioteca; llevaba días encerrado día y noche supuestamente trabajando en asuntos de estado. Más bien, creo que estaba evadiéndome porque seguía cabreado conmigo. Se metía en el trabajo o en las redacciones de discursos para sus futuras presentaciones..., como si no tuviera quien se lo hiciera. Los dos éramos unos gilipollas; él por orgulloso y yo por impulsiva.

— Hola...

Levantó levemente la mirada y al verme la bajó nuevamente para seguir ocupado en lo que estaba haciendo.

— Hola

— ¿Podemos hablar?

— Ya lo estamos haciendo, ¿No?

— Sigues enojado conmigo

— Estoy ocupado y estresado solo eso.

Caminé hacia él algo temerosa por su reacción. Me senté sobre su regazo y haciendo que me mirara a los ojos sonreí con suavidad susurrándole al oído cuanto lo amaba. Necesitábamos eso, más amor, menos guerra. La picardía comenzaba a perderse entre tanto problema y no dejaría por nada del mundo que sucediera. Quería hacerse fuerte pero sus deseos se dominaban solos. Sentí aquella dureza entre sus piernas y ya quería hacerla explotar entre las mías. No había lugar inadecuado para darle a mi otra yo un poco de dosis de sexo. Era inexplicable la forma en la que deseaba con locura a Alessandro. El pudor se me había escapado y en su lugar se había asentado el descaro. Mordí con picardía mi labio inferior y buscando agarrar su polla con mis manos susurré.

— Muero por que me la metas

— Alicia, estoy algo ocupado además..., no es momento ni lugar, mucho menos el vocabulario para una duquesa.

Reí divertida

— Ay no te hagas que se muy bien que te pone que hable así. Además, soy duquesa sólo por efecto colateral. Sigo siendo la misma Alicia de siempre. Muero por follar y el orgullo no es afrodisíaco, nene.

— No

— ¿No que?

— No pasará

— ¿No me deseas?

— No. Vístete y sal de aquí. No tengo ganas de sexo.

— En otras circunstancias me dolería profundamente lo que dices, pero tú polla tensa y rígida me dicen todo lo contrario.

Besé sus labios tiernamente buscando encender esa llama que siempre estaba dispuesta a arder en su interior pero esa noche las cosas no eran como siempre. Sentía su deseo pero también su miedo, sus manos no buscaban tocarme, sus ojos evitaban mirar los míos y ya comenzaba a entender de qué iba todo esto.

— Alicia..., por favor. No es el momento.

— Antes siempre era el momento, no importaba si era tu oficina o la cama. Me hacías el amor igual. Ahora eso cambió, ¿Por qué?

— Antes..., antes las cosas eran distintas. Antes no estaba lisiado, antes no estaba enfermo. Ahora lo estoy, ahora no puedo hacerte el amor como mereces. Deseo hacerte tantas cosas que ya no puedo y eso jode sabes. Jode tener una esposa sexy, ardiente y lujuriosa y no poder hacerle ni la mitad de lo que imaginas y fantaseas. No soy el mismo, no lo soy, Alicia.

La teoría del amor Where stories live. Discover now