Capítulo 2 parte A

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Entre incidentes automovilísticos, descansos y alimentos, lo que fueron dos días completos, se la pasaron viajando en carretera; y al inicio del tercero por la mañana, Blanch y sus "padres" arribaron a Lakewood, donde una larga fila de autos particulares atravesaban por el impresionante portal de las rosas, que sus puertas estaban abiertas dándoles la bienvenida a todo aquél que ese día le visitaba.

Mismo gesto ofrecían los anfitriones a padres, los cuales acompañaban a sus hijas para asegurarse en qué tan buenas manos las dejaban, y de paso, aprovechar la breve estancia para criticar morbosamente lo tan bajo que esa prestigiosa familia había caído, con tal de levantar su orgulloso imperio; pero también les daban el crédito, porque el lugar bien merecía la cuota de inscripción que solicitaban si querían que sus hijas aprendieran y a la vez disfrutaran de todo aquello.

Claramente, de la experiencia ninguna se iba a privar, ya que desde su entrada, las señoritas se hubieron mostrado bastante entusiasmadas, y mayormente cuando uno de sus profesores les fue presentado.

A sus más de treinta años, Archibald Cornwell era un hombre especialmente guapo. Él se haría cargo de las clases de Equitación; y por supuesto, todo lo referente a la Moda; y ya sin los padres alrededor, en la Natación.

Annie en la Repostería y el Croché; Patty les daría el tour contando la Historia del lugar, así como del montado Museo de todas las Invenciones del desaparecido Alistar; Candy la Enfermería y un tanto de Agricultura, donde les compartiría cómo hubo nacido la hermosa rosa blanca con centro verde llamada "Dulce Candy" y de su ángel creador.

George, sin duda alguna, se quedaba en la administración, así como en el manejo y la contratación de personal a necesitar durante la estadía de las señoritas visitantes, las cuales en grupos de tres ocuparían una habitación.

Veinte de éstas al final del día estaban llenas; y dentro de ellas, Blanch con apellido falso ya se encontraba como las demás lo hacían: desempacando y comentando sus primeras impresiones del Instituto Veraniego Lakewood que a modo de bienvenida una cena les ofrecería.

Por ende, un par de horas a todas las chicas les dieron para descansarse, asearse y vestirse; y a las ocho de la noche bajar a presentarse debidamente, y comenzar a conocerse en un ambiente que sería por demás inolvidable para muchas, porque otras, al preguntar si habría chicos, empezarían a desanimarse, pero nunca las dejarían aburrirse, ya que ese era el propósito principal de aquel pequeño grupo de amigos, quienes ni idea tenían de lo muertos del cansancio que iban a quedar de tanta adrenalina que las jovencitas tenían comenzando con esa misma noche donde, después de las presentaciones, la guía de actividades a seguir y la cena, autorizada la música el baile tampoco pudo faltar.

. . .

Desde un apartado lugar, Blanch podía escuchar, uno tras otro, los diversos ritmos que sonaban.

Y aunque ella también gustaba del ambiente que había adentro, la tranquilidad que afuera emanaba Lakewood, la había atraído como un imán, y la invitó a salir del hall para admirar la noche, la luna blanca, el firmamento estrellado, el canto de los grillos escondidos en diferentes puntos del extenso y oscuro césped, y un lejano correr de aguas, donde a ella le hubiese gustado llegar.

Sin embargo, al no conocer el lugar y sabiendo del peligro que pudiera encontrar al caminar sola y bajo la oscuridad, la joven, en una columna de mármol, fue a recargar su cuerpo para perder su mirada en la misteriosa negra noche, llenando sus pulmones con el delicioso aroma de los pastos frescos y de la rica esencia de las rosas blancas.

En eso, un largo y profundo suspiro dejó escapar. Y por la manera tan ensoñadora de hacerlo, además de cerrar los ojos y sonreír, tal parecía que en ese momento añoraba estar a lado de alguien.

Sí, de su padre, al que apenas tres o cuatro veces llegaba a ver al año, y que estaba segura que de ese lugar disfrutaría como ella ya lo hacía por ambos.

De pronto, la chica tuvo un deseo. Y de entre los bolsillos de la falda de su vestido un poco más abajo de la rodilla buscaría algo. Al encontrarla, sonrió diciendo:

— Con cariño para ti, papá

Blanch se llevó a los labios una armónica, y comenzó a tocar una conocida melodía.

Las notas de ésta se perdían con el bullicio de la improvisada fiesta, pero no en los oídos de un ser, el cual caminaba por ahí cerca; y que guiado por el sonido, fue a ella, que desde los arbustos se divisó su nostálgica presencia.

Viéndola limpiarse unas lágrimas, el mirón frunció el ceño preguntándose ¿qué hacía llorar, además de la pieza que tocaba ciertamente triste, a aquella joven cuando todo adentro era risas y alegrías?

No obstante, al notar que bajaba el instrumento para llevarse su mano libre a la boca y lanzar un beso al viento, se comprendió el motivo de la tristeza: algún enamorado al que ya se estaba echando de menos.

Alzándose de hombros y no tomándole más importancia, aquella persona continuó su vereda; una que le llevaría a cruzar el arroyo en una barca para luego descender e ingresar a la cabaña que años atrás estuviera abandonada, y Albert, en sus días de vagabundo, ocupara.

PRISA POR OLVIDARWhere stories live. Discover now