Capítulo 13 parte A

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El trinar de los pájaros que provenía de afuera, ya la habían despertado. Y a pesar de la claridad que veía a través de la ventana, la rubia, en su cama, seguía. Un nuevo día había comenzado, y con ello... sus actividades.

Aprovechando que Patty continuaba durmiendo, Candy se levantó en silencio para ir a donde su armario, seleccionar la ropa a usar y después ocupar el baño.

Ahí, ella permanecería un buen rato hasta que su amiga, debido a un llamado urgente, la hizo salir.

Ya vestida, y todavía con la cabellera húmeda, la pecosa se dispuso a abandonar la habitación para ir a otra y ofrecer como siempre lo hacía: los buenos días.

Sin embargo, Albert estaba profundamente dormido; por lo mismo, un beso en la frente se acercaron a darle.

Procurando no despertarlo, ella lo dejó nuevamente, buscando el camino hacia donde movimientos ya había: en la cocina y en el comedor, donde poco a poco, los ocupantes de esa casa comenzaron a reunirse para alimentarse en su compañía y así salir a ejecutar sus debidos quehaceres.

Patty en el Museo permitiendo que las alumnas, con la ayuda de las herramientas de Stear, crearán algo que las mantuviera entretenidamente divertidas.

Archie les hablaría de Moda, oportunidad que las señoritas de buena figura no desaprovecharían para modelar en un desfile improvisado.

Candy en la enseñanza de la aplicación de una inyección, queriendo ninguna ser la conejilla de indias de nadie, resultando esa clase verdaderamente pesada, pero que sería muy bien compensada a la llegada de un siempre impecable Terry, quien para ese día una pequeña petición, concedería; sólo iba a necesitar la ayuda de una alumna, que al azar iba a ser escogida, causando la suertuda la envidia de las demás al ser la Julieta de ese Romeo, que empleados e instructores, también iban a presenciar, aclarándoseles primero que la declamación futuramente a escuchar tenía años que no la decía, así que, se corría el riesgo de cometerse un error.

No importándole más que el oírle, la ansiosa audiencia aplaudió para alentarlo, guardando todos, pronto silencio y prestándole atención en el instante que comenzó a rodear a la jovencita debido al nulo escenario teatral:

"Quien nunca tuvo heridas, se ríe de las cicatrices. Pero ¡silencio! ¿Qué luz es ésa que brilla súbitamente al través de la ventana? Es el Oriente; Julieta es el sol... Levántate sol de belleza; mata a la luna celosa, enferma y pálida ya al ver que tú, su sierva, la superas en belleza. No seas su esclava, ya que tiene celos. El color de que se revisten sus vestales es color enfermizo y lívido: recházala lejos de ti... Sí, es mi dama; son mis amores. ¡Ay! ¡Si ella supiera lo que es para mí!... Habla; pero no deja oír sonido alguno. No importa, sus ojos tienen un lenguaje; voy a responderle. Soy muy temerario: no me habla a mí. Dos de los luceros más brillantes del cielo, que han sido llamados a otro sitio, han rogado a sus ojos que brillen en su esfera hasta que vuelvan. Pero si sus ojos se hallaran en el cielo y las estrellas en su cabeza, el brillo de sus mejillas las avergonzaría como avergüenza la luz del día a una lámpara; y desde la bóveda celeste, derramarían sus ojos al través de las regiones etéreas, torrentes de luz tan refulgente que los pájaros cantaran creyendo que no es de noche... Ved cómo se apoya en la mano la mejilla... ¡Quién fuera guante de esa mano, para poder tocar esa mejilla!"

La chica que fungía como Julieta exclamó ¡Ay! tan perfectamente que Terry proseguía:

"Está hablando... Habla más, ángel radiante, pues en medio de la oscuridad que sobre mi cabeza se extiende, pareces tan reluciente como alado mensajero celestial que a la vista de los mortales, que le contemplan asombrados, hiende el tardo curso de las nubes y vuela por el seno de los aires"

"¡Oh Romeo! ¡Romeo!... ¿Por qué eres Romeo?... Reniega de tu padre y rechaza tu nombre; y, si no quieres hacerlo, júrame que me amas, y dejaré de ser una Capuleto"

"¿Debo seguir escuchando o he de contestar a eso?"

El silencio se hizo; y "Julieta" lo rompería al decir honestamente:

— Ya no sé lo que sigue.

Un abucheo por parte de la audiencia, que también se quejaría por haber echado a perder tan excelsa representación.

No obstante, la apenada muchachita sería bien pagada su colaboración, ofreciéndole Terry un abrazo y un beso; actos que molestarían a una rubia mujer, la cual en su lugar, se giró emprendiendo la retirada, ordenando antes que las alumnas, envueltas en una nube de ensueño y comentando los escalofríos que de sus cuerpos se habían apoderado de haberle escuchado con un acento tan inglés, pasaran a sus respectivas habitaciones ya que la función y las clases habían terminado.

. . .

Con la ayuda de dos fornidos trabajadores, George había cumplido su palabra. Y ocupando una silla especial, bajo la sombra frondosa de un árbol después de haber respirado por bastante tiempo aire limpio y gozado de la naturaleza que tenía enfrente, además de la compañía de ciertos amigables animales del bosque, Albert oía de Johnson:

— Es hora de entrar.

Los mismos empleados se acercaron para tomarle en brazos y llevarle adentro. No obstante, escucharon:

— No. Quiero quedarme otro rato más.

George les indicó esperar y rezagarse, observándole al rubio:

— Lo fresco de la tarde podría hacerte mal.

— ¿Sabes, George? — la mirada de Albert estaba puesta en el cielo azul.

— Dime, William.

— Tengo un deseo.

— ¿Ah sí? ¿De qué se trata?

— Quiero volver a viajar.

— Y... —, George, ante la nostalgia proyectada, se aclaró la garganta para preguntar: — ¿adónde te gustaría ir?

— Adonde sea. Quiero ver muchas cosas antes vistas y también las nuevas. El mundo ha cambiado y...

Johnson osó interrumpirle al sugerir:

— Candy se pondrá muy contenta. Siempre quiso...

— No.

— ¿No?

— Si lo hago... voy a hacerlo sin ella.

Temeroso, el moreno indagaría:

— ¿Piensas... dejarla?

— Tarde o temprano lo haré.

Sin poder frenar el miedo, se diría con cierto regaño:

— Vamos, William, no digas eso.

De su reacción, Albert sonrió diciéndole:

— Mi querido y estimado George, ¿tanto le temes a la muerte?

— A la tuya más que a ninguno. Eres tan joven que...

— ¿Y de qué me sirve serlo estando así? Además... quiero que Candy sea completamente feliz; y mientras esté yo, no lo será así la felicidad esté al alcance de su mano. Así que... convéncela de firmar — de una anulación o divorcio que a solas se había hablado.

— Bien sabes que nunca ha querido y nunca querrá.

— Encuentra el modo. Alguna trampa. Hay tanto documento que necesita su autorización que...

— Entiendo. Y cuando lo consiga... ¿lo arreglo todo o desde ya?

— Entre más pronto mejor. El salir hoy me ha dado suficiente energía para emprender esa jornada; y si tengo la oportunidad de volver, quiero verla realizada con...

— El señor Granchester.

— Él la ama también; y dará lo mejor de sí para que Candy me olvide pronto si es que no ya lo está haciendo.

PRISA POR OLVIDARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora