Capítulo 10 parte A

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Sintiéndose más tranquila, luego de llorar un par de horas más, Candy dejó la cama para ingresar al baño, lavarse la cara y mirársela en el espejo.

Frente a ello, aún roja e hinchada, con altivez, la rubia posó; y pasados unos segundos, negó con la cabeza y se rindió.

Esa no era ella, y por más que quisiera aparentar ser fuerte, realmente no lo era.

Por quince años, la culpa la tenía castigándola, porque... sola debió quedarse para no causar el daño que le hizo a Albert.

Sí, suya era la culpa de lo que le sucedió, ya que, a pesar de la mirada ¡más enemiga que nunca! que recibiera por parte de Eliza después de cancelado su compromiso y echado su hermano a correr debido a la humillación, confiada se sintió al oír a Neil quien no quería quedarse más en Chicago, recomendándole la señora Regan que no llorara, porque se irían un tiempo a Florida, conformándose pronto el trigueño ante la sugerencia de su hermana de que allá encontraría mejores chicas que ella, que Candy, quien nunca lo entendió si a eso le llamaba amor. Sentimiento, ¿que la confundió?

Muchas veces, ella reconoció lo bien que se sentía llegar a su departamento después de trabajar en el hospital y encontrarlo ahí.

Saber que Albert era su benefactor, el agradecimiento que tenía para con él, lo demostró haciendo avergonzar al rubio con la repetitiva manera de besarle la mano.

Su irrumpida e inesperada aparición frente a la familia lo hizo por ella, con tal de anular el matrimonio que le estaban obligando; entonces, Candy se dio cuenta del encanto que lo rodeaba, y a pesar de la añoranza que tenía de ir a casa con sus madres, una parte de su ser no lo quería dejar.

¿Acaso ya estaba enamorada de él? Y si sí, jamás debió aceptarlo, sino su destino y no forzarlo, quizá con ello, él ahora estaría sano, y no en la triste condición en que lo dejaron y ella...

Notándose nuevamente las lágrimas, Candy se las limpió; y de un cercano closet tomó un pequeño paño, lo mojó con agua fría y lo colocó en el rostro para refrescarlo y disminuir el rastro de su llanto.

A lado de su esposo, ella debía ir, y lo que menos deseaba era mortificarlo.

Veinte minutos, la rubia se trató la cara; y viéndosela mejor, frente al espejo donde seguía, ella esbozó una sonrisa; la misma que practicaba todos los días y le dedicaba con exclusividad a él, el cual, le aguardaba para preguntarle ciertas cosas con respecto a la visita del actor. Sin embargo...

Su sigiloso caminar, su oído ya lo tenía reconocido. Los ojos que mantenía cerrados, los abrió en el momento que la sintió a su lado, viéndola reducir la luz de la lámpara que yacía en el buró cercano.

— ¿Has llorado? — él cuestionó.

— No — dijo ella y le sonrió.

Albert también lo hizo no sintiéndose engañado.

— Lo has hecho y quieres ocultarlo.

Descubierta, Candy, en la orilla de la cama, se sentó inclinándose un poco para acariciarle el rostro y decirle:

— Sólo se trata de una fuerte jaqueca.

— ¿Las chicas son difíciles de controlar?

— No me gustó sentirme amenazada; además...

— ¿Te tiene incómoda su presencia?

Ella intentó ser indiferente al sentenciar:

— Me ha causado problemas.

PRISA POR OLVIDARWhere stories live. Discover now