Capítulo 17 parte A

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Por segundos, el ambiente en la habitación y entre los dos amigos se tornó tenso; y por primera vez, sus miradas proyectaron rivalidad.

A su modo, cada uno amaba por igual a la misma mujer. Pero ella, ¿a quién amaba más? Esa era una cuestión que sólo uno de ellos la sabía muy bien. Por eso...

— Tienes razón, Terry. Nadie puede vivir de simple agradecimiento. Pero así como Susana, sin pensarlo, quise protegerla. Mi cuerpo fue el escudo para que una bala no la lastimara. Y he vivido postrado en esta cama arrepentido...

— ¿De haberlo hecho? — se miró con recriminación al interlocutor.

— De haberme aferrado a unos ojos verde esmeralda que encontré mucho antes que tú, e inclusive mis propios sobrinos. Todos se enamoraron de ella; y de ellos sólo Anthony ganó su corazón. Uno que quedó muy herido con su muerte, pero que fue sanado con tu aparición. Con tu manera tan peculiar de ser, ella olvidó su pena y volvió a sonreír. Yo debía hacer lo mismo al perderte ella a ti. Así que, ¿si me aproveché de la situación? Quizá. Candy bien merecía ser feliz a cambio de la felicidad que a muchos nos dio. Por eso... es tu turno al haber fracasado yo. Al haber forzado un cariño, un amor con mi inútil condición.

. . .

En el aire se olía la desgracia que embargaba a la familia. Y antes de ingresar a la casa, Archibald la miró, pareciendo ver en ella la tristeza que más pesaba en una específica habitación.

Con las ganas de ir a ella para abrazarla y consolarle, Cornwell se quedaría. Annie, su esposa, también sufría; y aunque en los brazos de su hijo encontraba el conforte, no era lo mismo los brazos del hombre que amaba su corazón.

Habiendo ingresado, divisado a Pony todavía en el sofá ya que hombres afuera usando la rica madera que la madre naturaleza les proporcionaba, le construían lo que iba a ser su cómodo lecho para su eterno descanso, con el dolor de la pérdida, Archibald a su esposa se dirigió. A Candy la visitaría después, y llevando la compañía de Annie que a su hermana le urgía ver para llorar en sus brazos también.

Sin embargo, la rubia ya se había consolado a sí misma. Algo en ella había desaparecido y la serenidad apoderado de su ser.

Su rostro continuaba luciendo enrojecido; lo mismo la irritación e hinchazón en sus ojos; no obstante, la sonrisa que esbozaba era la que siempre hubo caracterizado a la alegre y positiva Candy.

Tal parecía que su muerte había venido a ser vida en ella; y aunque físicamente su madre ya no estaría más a su lado, espiritualmente lo haría por siempre.

— Te lo prometo, Pony. Ya no más lágrimas; ya no más tristezas. Que tu muerte no sea en vano, Querida Madre. Que tu recuerdo día a día sea mi fortaleza.

Cambiada su actitud y sus ropas, la rubia salió de su recámara para encargarse de lo necesario.

Empero, Candy iba de camino a la sala cuando se topó con la presencia de Terry quien de la alcoba de Albert recién había salido.

— ¿Estás bien? — el actor preguntó con consternación.

Al sonreírle, ella diría:

— Gracias por estar aquí.

Candy se acercó a él para darle un ligero beso en los labios y un abrazo.

— Lo estaré siempre que me necesites.

Terry la miraba un tanto confundido cuando ella buscó su rostro.

La rubia, no perdiendo su sonrisa, asintió positivamente con la cabeza; y lo soltó para hacer un cambio de dirección y entrar al lugar que el actor apenas había desocupado, sorprendiendo también a Albert con su cambio de actitud y veraniega apariencia.

— ¿Estás bien? — se le hubo formulado la misma pregunta; pero la contestación sería diferente...

— Lo voy a estar. Esto es sólo otra lección de vida. Y con la muerte de Pony he aprendido que debo matar también mis miedos para alentarme a seguir adelante. Así que, tú y yo tenemos que hablar.

Candy tomó la mano de Albert; y verde esmeralda y azul cielo se encontraron diciendo él...

— De lo que quieras, siempre vas a tener mi comprensión y apoyo.

— Lo sé.

La rubia se inclinó para darle un beso en los labios, y luego decirle:

— Nunca olvides que una parte de mi corazón, verdaderamente te ama por todo lo que has hecho por mí.

— Y yo nunca voy a olvidarme de tus sonrisas que te hacen ver más bonita.

. . .

Para medio día, en su silla especial Albert acompañaba en la sala a Candy, a Annie, a Archibald, a Alistar, a Patty, a George y a Terry para darle el último adiós a Pony. A la maravillosa mujer de enorme corazón que siempre hubo tenido una amable sonrisa para todos y sobre todo amor para los más desprotegidos.

Por lo mismo, yaciendo parada su persona a un lado de su féretro colocado sobre una mesa y cama de flores multicolores y mismas que le rodeaban, una serena voz decía:

— La mandaremos adonde pertenece. Sus otros hijos también merecen despedirse de ella. Yo hoy lo hago, querida Pony, agradeciendo el que me hayan puesto en tu camino. La madre que me dio la vida no la conocí, pero en ti encontré el amor maternal. El consejo cuando lo necesité. Las bendiciones que me siguieron en cada vereda que tomé y la compañía de otra verdadera amiga. Te quiero, Madre —; un beso la rubia se inclinó a dejarle en su ya fría frente; y acariciándole su rostro continuó diciendo: — No te olvides de seguir alumbrando mi camino, porque todavía es largo de recorrer y no sé qué más me tenga deparado el destino.

Con la conclusión de su parte y el alejamiento de su hermana, Annie se acercó para imitarla, excepto en las palabras que le eran imposible pronunciar, ya que las lágrimas y el nudo en su garganta se lo impedían.

Patty también se unió a la cariñosa reverencia y así lo fue haciendo el resto, menos Albert quien diría:

— Fue una extraordinaria mujer. Yo... extrañaré en verdad sus relatos que la hacían dormir.

De su comentario, Candy fue la primera en echarse a reír.

Y al hacerlo unos cuantos presentes lo hicieron con ella que expresaba:

— Así es como debe vernos a todos a partir de este día. Sonrientes y entusiastas a pesar de las vicisitudes de la vida.

A cada uno, Candy fue recorriendo con su mirada; y con su paso y turno todos aceptaron lo dicho, pidiendo corroboración del último que se notaba más serio:

— ¿o acaso no el espectáculo debe continuar, Terry?

— Así es, mi querida Candy.

— ¡Entonces sonríe, hombre, porque hay un baile al que debemos acudir!

— ¡¿No lo cancelaremos?!

Con azora sorpresa preguntó Archibald oyendo todos de la despabilada Candy:

— Las jovencitas vinieron a Lakewood para divertirse. Ellas son la juventud. La alegría que hace años no había en La Mansión de las Rosas de Los Ardley. 

PRISA POR OLVIDARTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang