Capítulo FINAL parte C

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Para la mayoría de las jovencitas no pasó desapercibido el cambio tanto de ropas como de actitud de la rubia directora del Instituto Lakewood, la cual también muy sonriente se comportaba, preguntándose, ya que ignoraban que ese hubo sido siempre su carácter, si se debía a la presencia del reconocido actor que a todas miraba y les contestaba con amabilidad conforme lo cuestionaban, volviendo inmediatamente sus ojos a la pecosa instructora que les preguntaba:

— ¿Cómo les gustaría iniciar el día de hoy?

Una jovencita de la tercera mesa levantaría la mano diciendo:

— Con un picnic a la orilla del lago.

— Sí, nadando — contestó otra; y la tercera...

— Sería fantástico lucir nuestros trajes de baño.

Candy miró a Terry quien desvió la mirada al habérsele modelado seductoramente. En cambio...

— ¿No podríamos regresar a dormir un rato más?

— La fiesta de anoche nos agotó bastante.

— Pero es verano; el sol está invitándoles a salir y disfrutar del clima.

— Sí, además ayer nos la pasamos todo el día encerradas.

— Y hoy el señor Graham podría leernos algo.

— ¡Sí, sí! — dijeron emocionadas muchas apoyando la idea.

Terry miró a Candy quien recordó aquel verano en Escocia y la tarde tendida en el pasto frente al lago oyéndolo recitarle diversas frases del dramaturgo y poeta inglés Shakespeare; por ende, no las privaría de su petición.

Pero antes, el actor tendría a solas una plática con su hija en un apartado lugar mientras sus compañeras, luego de haber ingerido sus alimentos e ido por sus pertenencias, se conducían al lago y dispersadas en pequeños grupos al ya no existir peligro alguno.

Aún así y discretamente los empleados se mantenían vigilantes, aunque una que otra vez se les observaba mirándolas, porque muchas de ellas eran verdaderamente guapas.

Blanch no era la excepción. Su personalidad la hacía verse diferente. Así mismo la catalogaba Alistar que desde su puesto de vigía la veía caminar a lado de su padre a quien le evitarían la molestia de explicar una situación, porque...

— ¿Te ama? — se le preguntó directamente.

— Me lo ha dicho, Blanch — Terry la miró.

— Yo... quisiera verlo — la joven lo sugirió.

— Entonces, lo verás cuando comencemos a vivir juntos.

— ¿Me llevarás... con ustedes?

Blanch pareció muy sorprendida con la noticia.

— ¿No es lo que querías? — inquirió el actor.

— Sí, pero... ¿crees que ella esté de acuerdo?

— ¿Qué te hace pensar que no?

— No lo sé. Y por lo mismo y si no te molesta... me gustaría regresar con Karen.

— ¿Estás segura?

Blanch sonrió abiertamente; y con picardía le diría:

— Papá, estarás de luna de miel! Y lo que menos quiero ser es un estorbo para ti. Para los dos.

— Entonces —, Terry indagaría: — ¿estás de acuerdo con nuestra relación?

— ¡Por supuesto! Saberte feliz es lo que más deseo en la vida y si es con ella, con la mujer que tanto amas, ¡¿por qué no?! Además, te lo mereces.

— Gracias, hija —, el actor respiró con tranquilidad. — Por un momento llegué a pensar...

— ¿Que iba a oponerme? No tienes por qué preocuparte. Sé muy bien mi lugar en tu vida, señor Graham. Y prefiero tenerte como mi padre, porque como tú no hay otro mejor. Tus propios hijos lo confirmarán.

— Hijos. Suena bien, ¿verdad?

— ¡Maravillosamente bien! ¿Te imaginas? ¡Voy a ser la hermana mayor de muchos de ellos!

Blanch se acercó para darle un beso en la mejilla.

— Ahora ve con ella —, la divisaron a cierta distancia. — Yo estaré bien — finalizó la joven emprendiendo el camino hacia sus amigas.

Terry, por su parte, después de haberle visto correr como una ciervita coqueta, sonrió; y se dedicó a ir al encuentro de su mujer, que una vez estando a su lado, quiso saber:

— ¿Qué te dijo?

— Mírala.

Efectivamente Candy lo hizo; y la felicidad que la jovencita llevaba, consiguió que se dijera:

— ¿Lo ha aceptado como si nada?

— Y sin tantos cuestionamientos.

A la rubia también le costaba creerlo; sin embargo, diría:

— Bueno, en la biblioteca hay unas cuantas piezas literarias. ¿Las irás a necesitar? Para mandar por ellas. Un grupo de jovencitas más tranquilas que muchas, te esperan sentadas en el césped.

— Y después... ¿te encontrarás conmigo en el cottage?

— No.

La negativa respuesta lo puso en tensión que desapareció en segundos al oír:

— Porque al final del día quiero que me lleves a casa para tomar mis pertenencias.

— ¿Y eso?

— A partir de hoy no quiero separarme ni un segundo de ti.

Mientras él no diera por finalizado su matrimonio, discreción debía haber entre ellos dos. Por ende, la pareja de amantes tuvo que aguantarse los deseos de abrazarse y besarse. Afectos que desquitarían en el momento de estar a solas en el interior de la casita campirana que si sus paredes hablaran contarían de cuánto amor ese par emanaba aún sin decirse nada, porque si lo hacían ¡era doble!

PRISA POR OLVIDARWhere stories live. Discover now