Capítulo 11 parte A

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La hora del lunch terminaba a las tres de la tarde; pero, conforme las jovencitas se alimentaban en el comedor, se les anunció pasar a ocupar el hall, donde seis hileras con diez sillas cada una en curva, ya habían instalado.

Así lo hubo ordenado la directora de ese instituto veraniego que completaría su sorpresa al decirles quién se había unido al curso.

Éste, por su parte, ya había arribado a la mansión.

Vestido completamente en linos blancos, afuera recargado en su auto aguardaba solamente a ser llamado por ella.

Mientras lo hacía, sabiendo que nadie lo vería, él emprendió su caminar hacia el rosedal para llenar sus pulmones del dulce aroma de las blancas rosas.

Sin embargo, un mal hábito no podía dejar. Y ese era el fumar, que le ayudaba a controlar los nervios que de él se apoderaban cuando de hablar en público se trataba.

Además, hacía largo tiempo que no lo hacía para una audiencia presente, mucho menos de señoritas que bien sabía la clase de preguntas que le iban a formular, aunado que entre ellas estaba la que más lo hacía temblar.

De uno de los bolsillos de su pantalón, Terrence sacó una cigarrera y de ésta el tabaco.

Sosteniéndolo en la boca, el actor se dio fuego, guardando de nuevo sus artículos personales para comenzar a caminar lentamente inhalando y exhalando el humo.

De pronto, él se detuvo frente a una rosa en todo su esplendor; no obstante, su tallo verde estaba quebrado y tristemente miraba al suelo al estar muriendo.

Para conservarla como un recuerdo, el actor se dispuso a desprenderla gritándosele con regaño:

— ¡No la cortes!

La voz histérica no le sorprendió; y sosteniendo la flor se giró a mirarla para decirle:

— Cuando llegué ya lo estaba; yo sólo...

Rudamente, ella se la quitó de la mano al estar cerca del visitante, el cual frunció el ceño y sonaría irónico al decir:

— Perdón, señora Ardley, no pensé que un acto "humanitario" de mi parte, te iba a poner así.

— ¡Está prohibido tomar nada de aquí! ¡¿Acaso no sabes leer?!

Candy apuntó hacia un letrero; uno que él no se dignó a mirar, sino a ella que de verdad estaba furiosa, y más al verlo fumar.

— ¡¿Nunca dejarás ese vicio?!

— ¡No tengo por qué!

Terry también hubo sido grosero, viendo ésta vez la rubia la molestia en él que preguntaba con rudeza:

— ¡¿Ya puedo pasar a dar "mi clase", señora directora?!

— No — ella se escuchó apenada y así agachó la mirada, oyendo de Terrence:

— ¡Con lo que odio esperar!

— Sólo... serán unos minutos más.

— ¡Así sea uno!

— Entonces, ¡eres libre de irte!

— ¡Con mucho gusto lo haré, porque mi presencia no la impongo donde incomoda tanto. Y al parecer a ti...!

— ¡Terry, espera!

Candy lo llamó al verlo emprender sus pasos. Y porque su voz se había escuchado quebrada, él se giró para mirar las lágrimas en sus ojos verdes, oyéndola decir:

PRISA POR OLVIDARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora