Capítulo 12 parte B

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Hacia el rosedal, padre e hija volvieron a dirigirse.

La banca que eligieron, la ocuparon en silencio, mismo mutismo que les hubo acompañado al caminar.

La mente de Blanch iba ocupada de docenas de cuestiones a formular, haciéndosele imposible por cuál empezar.

Por su parte, la de Terry estaba más que lista para responder a la jovencita, que sobre su asiento, se giraría para mirarle de frente y comenzar a cuestionarle:

— ¿La conociste en el colegio?

— En un barco; yendo de regreso a Londres. Después, coincidimos en el San Pablo.

— ¿Y por qué se separaron?

— Primero por un desagradable incidente ahí suscitado y después por Susana Marlowe.

— ¿La que arriesgó su vida por ti y después te dejó en el altar?

— Así es.

— ¿La quisiste mucho?

— Sí, claro.

— ¿Y por qué no la buscaste en el momento de quedar libre?

— Porque ya se había casado.

— ¡¿Lo está?! —; los ojos aceitunados de Blanch expresaron asombro.

— Así es. Y su esposo es un buen amigo mío.

— Como no lo es el profesor Cornwell.

— Debido a diferencias estudiantiles. La primera vez que nos cruzamos, yo... lo golpeé y...

— ¿También se enamoró de ella?

— Eso... no sabría decírtelo, hija.

— Porque la sigues queriendo, ¿es que no has intentado buscar el amor en otra mujer?

— Cuando tu corazón reconoce al amor de tu vida, es difícil, Blanch, que otra persona llegue a reemplazarlo, a pesar de que te hayas propuesto a encontrarlo.

— Sin embargo... no lo fuiste para ella ni significaste nada, porque se casó con otro.

— Es verdad.

— ¡Entonces tú debiste haber hecho lo mismo! ¡Olvidarla como ella lo hizo contigo!

La voz de la jovencita entonó rencor, diciendo su padre calmadamente:

— Hace tiempo, hubo un hombre que amó a una mujer. Ésta le dio un hijo, el cual además de haber sido arrebatado de ella, vivió miserable. El hombre aquel después se casó y simplemente se olvidó de ella. Porque en verdad lo hizo, yo prometí que nunca amaría de la misma manera como él.

— Pero estás solo, papá.

— Más no infeliz. Y todo gracias a ti.

Terry la abrazó, besando la frente de Blanch quien oiría recargada en su pecho:

— ... que justo llegaste para darle a mi vida otro sentido y significado.

Aferrándose a él y a punto del llanto, la jovencita declaraba:

— ¡Te quiero mucho, papá!

— No más que yo, princesa; no más que yo.

Al parecer, esa fea costumbre de oír conversaciones ajenas, Alistar la había heredado de la persona que detrás de unos arbustos había escuchado y visto a Los Graham, consiguiendo con su paternal escena y su confesión que un corazón latiera apresurado.

PRISA POR OLVIDARWhere stories live. Discover now