Capítulo 6 parte C

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Detrás del ventanal de la espaciosa oficina, Candy yacía parada, y su verde mirada posaba en el portal de las rosas anhelando por lo menos verlo aparecer, ya que segura estaba que Terry no se despediría después de estar con su hija; además, ella...

Recriminándose, la pecosa dejó su lugar para buscar el asiento detrás del escritorio y ocuparlo para enfrascarse en otras cosas y no pensar y volver a olvidar, al fin, que haberlo visto por breves minutos no iba a cambiar en nada los quince años pasados. Sin embargo...

. . .

Llorando nuevamente y con su regalo en mano, Blanch se despidió de su padre que en continuo contacto se mantendrían, justo como lo hacían cada vez que él la visitaba en Nueva York.

Viéndola entrar a la mansión, Terry interiormente estaba inquieto; y aunque su hija tenía mucho de él, él no estaba seguro que Blanch aguardara a su regreso para contarle la relación que existió entre él y la señora Ardley, de la cual y a pesar de los deseos que sentía de volver a verla, no iba a despedirse; por lo tanto, maldiciendo a Archibald, Terrence ingresó al auto y lo puso en marcha; y la vuelta estaba dando cuando un humano se le puso peligrosamente enfrente.

George atendería de inmediato la petición de William. Por ende, a éste lo dejó para regresarse a la mansión y entrevistarse con el actor que su auto ahí estaba, pero no su presencia alrededor o en el interior de la casa.

Con su cometido a cuestas, el moreno se dispuso a buscarle; y de entre los arbustos salió al verlo con la intención de marcharse.

Terrence lo miró ciertamente molesto debido a la manera tan sorpresiva que saltó a su paso.

Algo similar años atrás en Escocia le sucedió. Sólo que en aquel entonces él montaba a caballo, y Eliza Regan hubo sido quien apareciera de repente para decirle cosas desagradables acerca de Candy.

De alguna manera, Terry creyó que aquel hombre también iba a reprocharle su visita.

Breves ocasiones lo hubo visto; pero bien sabía quién era. Y George se lo afirmaría conforme le decía al estar cerca de una ventanilla:

— Mil perdones por haberme atravesado así.

— ¡Pude haberle golpeado!

— Lo sé, pero era importante hacerlo detener.

Entendiéndolo erróneamente, el actor decía:

— Dígale al señor Ardley que no tendrá problemas debido a mi presencia.

— De hecho, no estaría mal que se lo dijera personalmente, señor Granchester.

— Me encantaría; sin embargo, tengo un viaje que concluir; y los minutos...

— No sé si vayan a ser pocos, pero a William le urge hablar con usted.

Resignado, el castaño preguntaba:

— ¿Está en la mansión?

— No. Si gusta, lo escolto hasta él.

— Está bien.

Consiguientemente de rodear el auto, George se dispuso a montarse en ello e indicar el camino que los llevaría al otro lado del arroyo, cruzando éste por un estrecho puente luego de recorridas un par de millas.

. . .

La señorita Pony volvía a estar haciéndole compañía y contándole relatos, que Albert de memoria ya se sabía.

No obstante, grosero no se comportaba y dejaba que la senil mujer le platicara una y otra vez la misma historia que consistía en cómo Candy hubo sido encontrada y los traviesos días de su niñez.

PRISA POR OLVIDARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora